La historia de un adicto que hace seis años se recupera y hoy está comprometido con la comunidad.
"Yo dejé de jugar un 12 de noviembre de 1999 y gracias a Dios, hasta el día de hoy, nunca más volví a jugar ni tuve una recaída", recordó Juan, nombre ilusorio para quien dio su testimonio a El Tribuno. Actualmente, se dedica a ayudar a otras personas que como él -en otro momento- perdieron la razón, el dinero, los bienes, la familia y hasta su propia vida en una sala de juegos.
"Hoy soy feliz. Recuperé a mi familia, tengo una esposa, dos hijos y un ángel en el cielo que me cuida: mi hijo que murió y por eso me dedique a jugar", relató Juan, quien aseguró: "sí se puede vivir, es difícil pero vale la pena".
El concepto de vida para las personas que padecen enfermedades adictivas como apostar compulsivamente se deforma y, por ende les cuesta muchísimo volver a darle un sentido coherente. Hay dos momentos clave en la existencia de los adictos de los juegos de azar: un antes y un después.
Pero, ¿qué es un juego? Según la Real Academia Española es un ejercicio recreativo sometido a reglas y en el cual se gana o se pierde. El jugador compulsivo se somete a estas normas internas -medie o no interés en él- pero no para divertirse sino para satisfacer su inclinación viciosa.
"Al jugador no le interesa ganar o perder, le interesa jugar", dijo Juan, miembro del grupo "Serenidad" de Jugadores Anónimos (J.A.) que funciona en la iglesia del Tránsito de la ciudad de Salta. Este grupo, es uno de los dos que trabajan en la provincia.
La historia
"Se me murió mi hijo, esa fue la excusa. Así comencé a jugar y estuve ocho años sumergido en las máquinas pócker. Hice cosas muy feas -recuerda Juan- muy feas... los adictos hacemos cosas antinaturales como dejar la familia, no cumplir con el trabajo, no pagar las deudas, endeudarnos aún más, robar, mentir, engañar. En mi caso, lamentablemente, hice todas las trampas que una persona pueda imaginar", asumió Juan.
"Cuando te sentís mal, te refugias en estos lugares que uno los ve tan lindos y se siente aislado del mundo. Es una forma de escapar de la realidad de cada uno. Primero decís: voy a jugar una hora; luego se hacen dos, tres y cuando te das cuenta estás sumergido y no podés salir".
"Yo llegué a jugar 36 horas seguidas, es increíble pero son momentos donde uno no tiene sueño, estás atento y no te importa absolutamente nada más que jugar", relató con la mirada perdida en sus recuerdos.
Sin embargo, "llegó un momento que toqué fondo, como decimos en J.A. Un día mi señora me dijo basta. En realidad, ella fue la última en enterarse porque el jugador es muy astuto, pícaro, busca los momentos propicios; es una persona que consigue la plata, tiene mucha habilidad de generar dinero para terminar siempre dejándola en una sala de juego", explicó.
El grupo J.A. no está en contra del juego "para eso están los organismos reguladores Jugadores Anónimos no entra en ese tipo de controversias para ayudar al enfermo", dijo.
"Con la ayuda de mi esposa ingresé a la Asociación Betania porque no existía J.A. Ahí hice un tratamiento ambulatorio que duró un año y cuando finalicé no sabía qué hacer. Me sentía perdido, sólo y gracias a Dios conocí J.A. que se había formado hacía 17 días. Desde entonces ingresé, me recuperé y nunca más dejé de asistir a las reuniones".
Y concluyó: "Yo llevo más de seis años de abstinencia y sé que toda mi vida voy a tener que pertenecer a J.A.. Hay recuperación pero no hay cura para el juego. Un jugador compulsivo se recupera pero cuesta muchísimo porque estamos hablando de una adicción, no sí una persona es buena o mala, sino de una enfermedad..."
Fuente: El Tribuno Salta
miércoles, 5 de diciembre de 2007
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