«La catedral de Palma es preciosa», chapurrea en español. Seis años detrás de la barra de esta urbanización de lujo flotante, los que lleva The World surcando los mares, le han servido para codearse con la flor y nata mundial del dinero. Son las cuatro de la tarde [pasado lunes] y Jo-Ann ya tiene todo listo para recibir a sus exquisitos huéspedes. 270 viajeros vips. Cada uno con manías de rico. Un vistazo a la carta de champanes nos advierte de qué van los paladares: una copita de Moët&Chandon, 85 dólares; una botella de la ilustre viuda de Clicquot, 313. No se asunten. Estamos a bordo de The World, atracado en Porto Pi (Palma de Mallorca), un barco exclusivo donde sólo hay dos opciones para poder disfrutarlo: ser propietario de uno de sus 165 apartamentos o alquilar.
El requisito imprescindible para ser inquilino de The World, donde todo se decide en comunidad, es disponer de una cuenta corriente bien surtida. El precio de uno de estos nidos de lujo flotantes oscila entre los 572.000 euros (estudio sin cocina) y los cinco millones, por los que se vende un apartamento con cuatro habitaciones y tres baños completos. Por uno de dos estancias (130 metros cuadrados) hay que soltar 156.000 euros al año sólo en gastos de comunidad. Canon por el uso y disfrute de las instalaciones del superyate: varias piscinas, centro de belleza, gimnasio, pistas de tenis, de golf, casino, teatro y spa. Y no son los únicos caprichos.
Desde un lateral del bar, por un pasillo forrado de mármol tallado, llegamos hasta la plaza de las tiendas. Una mini Place Vendôme. En el escaparate de la izquierda, un abrigo de visón. En las vitrinas de la derecha, diamantes. La exclusiva firma Graff tiene aquí sucursal. «Vendemos muchísimo», dice Per Lidball, gerente de la boutique de piedras preciosas. En la puerta de esta tienda nos cruzamos con María y Carlos Piña, un alto ejecutivo inmobiliario, afincado en Florida, que ha pagado 50.000 euros por dos semanas en esta finca marítima. Vuelven al yate cargados de regalos tras un paseo por Palma. «Estamos encantados», resume él.
Y hambrientos. Después de echar un vistazo a la galería de alimentación del yate -los apartamentos tienen cocina- prefieren tomar un sandwich en una de las cafeterías del barco. Hay siete restaurantes a bordo. Para todos los gustos, desde cocina mediterránea hasta asiática, pasando por un grill. Y para los que no quieren salir pero tampoco cocinar, una opción intermedia -de lujo, eso sí-: un chef les diseña el menú a su medida y se lo prepara en el apartamento.
Cada dueño declara su inmueble flotante en su país de residencia. El barco tiene bandera de Bahamas y sus propietarios son de 19 nacionalidades. Regla de oro: los vemos, nos cruzamos por las salas del yate pero está prohibido hablar con ellos o hacerles fotografías. La organización cuida recelosamente que no se conozcan sus identidades. «No tenemos famosos», asegura Nikki Upshaw, vicepresidente del complejo. «La mayoría de ellos son hombres de negocios, de entre 50 y 55 años, con un gran espíritu aventurero». El 60% de estos «ciudadanos del mar», como les llaman desde la organización, son estadounidenses. El resto son ingleses, alemanes, suizos, japoneses y australianos. ¿Españoles? «Ninguno, de momento», aclara Nikki. «Ojalá, que alguno compre pronto». Y ojea con atención el ejemplar del Magazine donde aparecen los 100 más ricos de España. «Son nuestros posibles clientes», dice Upshaw.
DECORADOS A MEDIDA
Los fastuosos camarotes de The World vienen decorados de serie, aunque no se descarta la presencia de obras de arte en el barco. Algunos de los propietarios buscan los servicios de decoradores para personalizar sus viviendas marítimas. Pues no son pocos los que pasan largas temporadas en ellas. «Casi todos nuestros inquilinos viajan con nosotros unos tres o cuatro meses al año», señala Nikki Upshaw. No es el caso de Carlos y María. Ellos sólo estarán dos semanas. Pero si Carlos necesita trabajar durante su viaje, podrá hacerlo, ya que el barco está permanentemente conectado a internet. «Es como vivir en una ciudad que se mueve por el mundo».
En esta urbe acuática, los destinos se eligen en «junta de vecinos, democráticamente», explica Nikki Upshaw, vicepresidenta de The World. Desde la gerencia se marcan los destinos para las fechas más señaladas: «Nosotros decidimos que pasaremos fin de año en la Antártida, los propietarios qué itinerario seguir». El proceso se realiza por votación, «los que están en el barco lo hacen desde aquí, y el resto desde donde se encuentren».
Como resultado de estas curiosas elecciones, The World ya tiene marcada su hoja de ruta hasta enero de 2009. El sábado 15 de diciembre levaron las anclas en Málaga para zarpar hacia Tánger. La Navidad la pasarán en las Canarias y Nochevieja en Madeira. El próximo año continuarán por Senegal, visitarán Sudáfrica, Italia, Mónaco y Francia. The World volverá a recalar en España en octubre de 2008. Los propietarios se embarcan donde quieren. The World recoge a sus habitantes en el aeropuerto que ellos pidan. Y a navegar... en plan rico, claro.
Por: MARÍA J. GARCÍA - elmundo.es
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