Los norteamericanos iban a Cuba disfrutar el placer etílico prohibido, a la juerga y a terminar la noche en los lupanares de La Habana.
Hoy abordaré el problema del turismo norteamericano a Cuba. Su aparición como elemento de contacto devino desde temprano un correlato de la hegemonía económico-política. Cuba llegó a desarrollar una poderosa "industria sin humo" que le llevó a obtener el dudoso privilegio de ser conocida como el lupanar del Caribe.
Como destino, la Isla combinaba dos dimensiones inusuales: el exotismo --una cultura e idioma ajenos-- y una cercanía casi al alcance de la mano. Además, un clima envidiable, lejos del frío de Nueva Inglaterra, Chicago o Nueva York. La promulgación de la Ley Volstead, en 1919 --que ilegalizó la venta y consumo de bebidas alcohólicas en los Estados Unidos e inició el período conocido como Ley Seca-- disparó la afluencia de norteamericanos de todas las clases y estratos sociales, pero también inauguró un nuevo tipo de relación informal entre ambas culturas: el contrabando de licores. Aprovechando la creciente infraestructura hotelera y los numerosos bares de La Habana --muchos literalmente trasladados del suelo estadounidense al cubano--, los norteamericanos venían a disfrutar el placer etílico prohibido, a la juerga y a terminar la noche en los lupanares de La Habana.
El proceso alcanzó un punto paroxístico en la década del cincuenta, como consecuencia de la prosperidad de posguerra, la disponibilidad de mayor tiempo libre en la fuerza laboral, el reforzamiento de la imagen de Cuba en los medios masivos de difusión, la “mambomanía” y el desarrollo de los medios de transporte. Un sistema de transporte marítimo, en operación desde los años 20, conectaba a La Habana con distintos puntos de la Unión para el trasiego de mercancías y personal diverso; el acelerado desarrollo de la aviación redundó en una infraestructura que relacionaba a La Habana, Camagüey y Santiago de Cuba con territorio norteamericano. Si en 1921 se había producido el primer vuelo comercial Key West-Habana --lo que, de hecho, convirtió al país en uno de los primeros del mundo en recibir vuelos internacionales--, en 1958 llegó a haber entre 60 y 80 vuelos semanales Miami-Habana, un dato impresionante para la época.
Lo otro era el juego. La inauguración del Casino Nacional, en 1928, lo hizo emerger como polo de atracción turística. Durante los años 50 se expandió y consolidó la presencia de la mafia en Cuba, que se remonta a la época de la Prohibición. Batista le había concedido prebendas excepcionales para operar con casinos, prostitución y drogas, lo cual viabilizaba el sueño de los capos: la asociación con los poderes del Estado y la correspondiente tajada para gobernantes y burócratas corruptos. Durante esa década se emprendió un proceso de modernización turística, emblematizado en instalaciones como el Havana Hilton, el Havana Riviera y el Hotel Capri --este último con un fabuloso casino que engrosaba la lista de Montmatre y Sans Souci. La Habana, capital del pecado y ahora Las Vegas del Caribe, devino un santuario muy familiar para el crimen organizado en el contexto del Comité Anticrimen del Senado, que entre 1950 y 1951 investigó las relaciones entre la mafia, el juego, los narcóticos y los políticos con las acciones legales asociadas. Los intentos por lograr un turismo cultural, que recorren buena parte de las cuatro primeras décadas del siglo XX cubano, terminaron en un ruidoso fracaso --y no podía ser de otra manera. Los norteamericanos, como regla abrumadora, no viajaban a la Isla a contemplar el arte en los museos o las bellezas arquitectónicas, como sí lo hacían cuando iban a París, Grecia o Roma.
Hay que tenerlo como moraleja el día que las cosas cambien de color.
Por: Alfredo Prieto. Ensayista y editor jefe de la revista Temas.
sábado, 22 de diciembre de 2007
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