domingo, 20 de enero de 2008

Los llamativos vínculos del poder con el azar

Argentina - Desde antiguo la política está vinculada con el azar. Voluble, esquivo, el poder conduce a quienes lo pretenden hacia brujas y adivinos para desentrañar sus movimientos. Hasta Maquiavelo, quien se propuso racionalizar las leyes de la vida pública, terminó por conceder que la mitad del éxito de un líder está en manos de la suerte. Aun con estos antecedentes, sigue siendo llamativo que en la Argentina ese vínculo entre azar y poder se haya vuelto literal. Hasta el extremo de que es difícil comprender zonas muy relevantes del entramado político si se ignoran los avatares del negocio del juego.
El decreto 1851 ya es un texto sagrado del oficialismo. Lo firmó Néstor Kirchner y lo refrendaron Alberto Fernández y Alicia Kirchner, el 5 de diciembre, para extender por diez años con opción a otros cinco, a partir de 2017, la concesión del Hipódromo Argentino a la empresa Hipódromo de Palermo SA, que preside Federico Achával. En contrapartida, a esa sociedad le impusieron la deliciosa obligación de llevar a 4500 las 3000 máquinas tragamonedas que hay en sus salones y por las que se recauda más de un millón de dólares por día.
Cristóbal López es el titular de ese formidable negocio. Compone, con Lázaro Báez y Sebastián Eskenazi, el grupo de empresarios más cercanos a Kirchner. López suele socorrer al kirchnerismo hasta en su logística menor: del traslado de militantes al alquiler de oficinas. Desde tiempos de Jorge Antonio los peronistas han dado este tipo de figuras.
López tiene 50 años. Sus padres murieron cuando tenía 19. Desde entonces se concentró en formar una familia y ganar dinero. Hoy conduce la ascendente petrolera Oil M&S y, entre otros pasatiempos, los casinos de Palermo, Río Gallegos, El Calafate, Comodoro Rivadavia, Rosario, Santa Rosa, Mendoza, Misiones, Tucumán y La Rioja, además del 50 por ciento del de Puerto Madero. La de López es la fortuna más importante que se está construyendo hoy en la Argentina.
Quien quiera mensurar su expansión, debería mirar más allá del decreto 1851. Ver, por ejemplo, si López consigue este año lo que viene buscando desde 2003: desembarcar en la provincia de Buenos Aires para reproducir su casino de Palermo en el Hipódromo de San Isidro. Allí el concesionario es el Jockey Club. Su presidente, Bruno Quintana, avanzó mucho en sus conversaciones con López. Pero el sueño compartido, capaz de cerrar una herida de 52 años entre el peronismo y el Jockey, se estrelló contra un detalle: en los hipódromos bonaerenses están prohibidas las tragamonedas. La interdicción protegió a los dueños de los bingos durante las administraciones Duhalde, Ruckauf y Solá.
Conviene estar lejos de esta guerra. Por ejemplo: desde el entorno de Solá se ha deslizado que el ex gobernador perdió el favor de Kirchner por negarse al ingreso de López en la provincia. Daniel Scioli, al parecer, comparte ese diagnóstico. Scioli supone, según sus allegados, que con la entrada de López en el distrito conseguiría con Olivos la paz perpetua. Tal vez sea su rendición ante lo inevitable: la Legislatura, que controla Alberto Balestrini, no necesita del acuerdo de Scioli para habilitar tragamonedas en los hipódromos.
En la gobernación esbozan una alternativa: la creación de diez nuevos bingos, dos de los cuales -en San Isidro y Vicente López, feudos del radicalismo K- podrían ir a manos de López. Habría obstáculos: la empresa Boldt, la favorita del duhaldismo, se escuda en un contrato que le dio a su casino de Tigre la exclusividad del juego en 150 kilómetros a la redonda. También hay que prever el enojo del obispo Jorge Casaretto. ¿Podrá apaciguarlo su amiga Alicia Kirchner?
La autonomía porteña
Sería injusto observar sólo la docilidad de Scioli frente al expansionismo de López. Mauricio Macri no parece más rebelde. Se propone encabezar la oposición, pero, en esta materia, imita a sus antecesores Aníbal Ibarra y Jorge Telerman. Los tres renunciaron a reclamar la autonomía porteña sobre el juego. Infrecuente política de Estado.
La vida pública porteña está ligada a las apuestas desde fines del siglo XIX. En la denominación "puntero" sobreviviría ese parentesco. Indicaría que las primeras clientelas partidarias estaban formadas por "puntos", apostadores que los "bancas" de juego ponían a disposición de tal o cual caudillejo.
En el conflicto por la jurisdicción sobre el negocio se recrea hoy aquel vínculo político. López debe a su audacia las máquinas del Hipódromo Argentino. En septiembre de 2002 -gobierno de Duhalde- su empresa Casino Club fue la única que se animó a instalar las tragamonedas con que Lotería Nacional dispuso "salvar la hípica" en Palermo. Hacía falta arrojo: la ciudad de Buenos Aires estaba consiguiendo el reconocimiento judicial de su imperio sobre el juego, como si fuera una provincia. La discusión llegó a la Corte, con dictamen favorable del procurador. Hasta se esgrimieron argumentos inmobiliarios: las tierras del hipódromo eran de Rosas, fueron confiscadas por la provincia después de Caseros y, en 1888, cedidas a la ciudad por disposición presidencial.
A pesar de todo, el entonces titular de la Lotería Nacional, Carlos Gallo, permitió a la empresa de López instalar en Palermo las primeras 80 tragamonedas. El 30 de octubre de 2003, con Kirchner en la Casa Rosada, el gobierno de Ibarra suscribió un acuerdo que cedía a la Nación el control del juego a cambio de participar de lo recaudado. Trece días después, la Legislatura, en una sesión estruendosa, aprobó el convenio. Tal vez sean demasiado suspicaces quienes creen que allí nació el pacto entre Kirchner e Ibarra que rige hasta hoy.
Telerman siguió los pasos de Ibarra. Designó a Gallo -el mismo que había habilitado a Casino Club en Palermo- al frente del Instituto del Juego de la ciudad. Ante varios amigos dijo que fue a pedido de Carlos Zannini. Sin reclamos de ese instituto, los cinco bingos porteños renovaron sus licencias, pero dejaron de solicitar la instalación de tragamonedas que competirían con las del hipódromo.
Macri tampoco defiende la autonomía de la ciudad en materia de juego. Se inhibe hasta en los detalles: los salones de Palermo son los únicos exceptuados, de hecho, de la prohibición de fumar. De la relación entre Macri y López sólo consta un encuentro del titular de Casino Club y su socio Achával con dos íntimos del alcalde: José Torello y Nicolás Caputo. Torello fue director jurídico del Instituto del Juego en la gestión de Ibarra.
Aunque no se pueda inferir un pacto de Macri con López ni con Kirchner, es curiosa su falta de apetito por ingresos potenciales que acaso equivaldrían al aumento de recaudación por ABL. El reclamo aclararía, de paso, algunas habladurías: por ejemplo, las que dudan de que las máquinas de Palermo estén conectadas al sistema informático de Lotería o que tributen ingresos brutos.
De todos modos, hay algo que está vedado al continuismo de Macri: convocar de nuevo a Carlos Gallo. Scioli le está por ganar de mano. En La Plata aseguran que, pese a algunos problemas judiciales, el ex funcionario será llevado a la Lotería bonaerense. Gallo habilitó las máquinas de López en Palermo. Y fue, con Telerman, el hombre de la Casa Rosada en el instituto porteño. ¿Quién se beneficiaría si terminara pasando a la provincia? Hagan sus apuestas.
Por: Carlos Pagni - lanacion.com

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