USA - Los grupos de poder deben estar eufóricos.
Los más pudientes podrán concretar sus mudanzas a viviendas más suntuosas; los urbanizadores encenderán las grúas a todo motor; tres comercios hechizarán a los miamenses con el tintineo de las tragamonedas; Charlie Crist y sus legisladores serán ensalzados por los cabilderos por darles el triunfo.
Las elecciones de ayer se convirtieron en una dulce victoria para los gobernantes y una jornada de luto para la ciudadanía, aunque no esté consciente de la razón del duelo.
Es un hecho que los floridanos nos conformamos con poco y estamos dispuestos a jugar con lo poco que tenemos, al menos en Miami.
Desafortunadamente el ''Sí'' ganó ante la insípida reforma de los impuestos a la propiedad en la Florida y la insensata propuesta para legalizar las máquinas tragamonedas en Miami-Dade.
La mayoría no quiso ver que detrás de ambas enmiendas se ocultan intereses privados que velan por el usufructo de unos cuantos individuos. La evidencia fue el caudal de fondos invertidos en las campañas: $6 millones para las tragamonedas y $4.4 millones para los impuestos.
Esa es la naturaleza de la política, donde el diccionario de sus protagonistas no reconoce el término ``altruismo''.
La falsedad no es sólo de quienes la profesan, sino también de quienes la compran, porque le dan carta blanca para que serpentee entre nosotros.
Ayer, los votantes prefirieron aceptar las migajas de la promesa con la que nos lanzaron el anzuelo --que los gravámenes a la propiedad iban a ``caer como una roca''--, en vez de exigir una reforma de impuestos verdadera y más amplia que beneficie a la población de una manera más justa.
No los reprocho, porque cuando hay hambre, se come lo que hay. Y en la Florida padecemos de una hambruna por recobrar la buena calidad de vida, si es que todavía es factible.
Así es como volvemos a caer víctimas de una manipulación política para favorecer sobre todo a los más ricos, una tradición en el Estado del Sol que instituyó el ex gobernador Jeb Bush con su política de exenciones tributarias a los artículos de lujo y los bienes intangibles en los mercados de valores.
Por un promedio de $240 anuales en ahorros para los dueños de casa, los ciudadanos encararán las consecuencias de un repliegue en los servicios públicos, mientras los niños sufrirán las secuelas del hueco de $700 millones en el presupuesto para la educación pública durante cuatro años que dejará la enmienda.
En Miami-Dade, los contribuyentes tendrán $240 adicionales para jugarlos en las 2,000 futuras tragamonedas de nuestro canódromo, hipódromo y frontón, porque el dinero engullido vendrá mayormente de los residentes y no de los turistas, lo cual desviará los ingresos de los negocios locales como restaurantes, cines, teatros.
Seguramente también florecerán en el condado los grupos de Deudores Anónimos, porque un adicto al juego puede costar a la sociedad unos $13,000 anuales en bancarrotas, fraudes de tarjetas y cargos por cheques rebotados, según cálculos del Instituto Estadounidense de Investigación sobre el Juego.
Ese es el legado que nos deja este proceso electoral, un indicio de la miopía que, tristemente, a veces nos aflige.
Cuando más adelante despertamos del surrealismo de la demagogia, los ciudadanos nos sumergimos en un mar de lamentos.
Entonces comienza la danza de la culpa: fue él, el otro, el amigo del otro...
Y no queremos vernos a nosotros mismos, porque sabemos que volvimos a equivocarnos.
Fuente: elnuevoherald - DANIEL SHOER ROTH
jueves, 31 de enero de 2008
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