Si uno se atiene a las estrictas reglas y técnicas del juego, no podría haber duda: decidir anticipadarnente el resultado de cada partida es una utopía.
La cazuela de madera que contiene al cilindro mide 56 centímetros de diámetro. Este debe girar no menos de 8 veces sobre un eje perfectamente equilibrado, mientras la bola debe hacerlo otras tantas por el aro, pero en sentido inverso. Si esto no fuera suficiente para impedir un acertado encuentro de la bola con la celda del número supuestamente elegido, hay además un mínimo ir doce obstáculos de metal, generalmente cobre, llamados azares, que deberá sortear la esfera antes de caer en la banda numerada.
Este mito del crupier capaz de poner la bola donde quiere hizo que en la Europa de los 60 se decidiera efectuar un experimento con el objeto de dilucidar si verdaderamente esto era una posibilidad que, de resultar cierta, podría causar no poco daño a los casinos.
Fue en Italia. Se invitó a varios tiradores, de los que se jactaban de poder hacerlo, a participar.
La prueba consistía en dejar caer la esfera en línea recta, desde el borde del aro de madera hasta el cilindro detenido (distancia no mayor a unos 7 centímetros ), anunciando previamente en qué número la ubicarían.
Para tranquilidad de las autoridades, nadie logró la hazaña. Un milímetro de desvío al momento de soltar la bola hacía que ésta golpeara más o menos cerca del borde de una celda y cayera en otro número.
El secreto de los talladores como el legendario “Toto” Aliende en Mar del Plata o “Perico” Afrisio y Domingo Buchito en Punta del Este, era que cantaban los números centrales con una entonación y potencia que los hacía únicos. Parecía que sólo tiraban esos números y la realidad es que los otros, los que llaman “de invierno”, los cantaban en voz baja. Por caso, no cantaban de la misma forma un “negro 29” que un “colorado 34” . Obviamente se esmeraban más con el primero.
Pero aún con la evidencia obtenida, los expertos en fraudes consideran que si la velocidad a la que giran cilindro y bola es inferior a la reglamentaria, el crupier lanza desde un mismo punto (por ejemplo, cuando coinciden la bola y la marca verde del cero) es posible tener un indicio del sector en el que se resolverá la tirada.
Las pruebas de laboratorio aparentemente concluyentes fueron dejadas de lado luego de observar a dos apostadores alemanes que se sirvieron exitosamente de ese método. Por esta razón es que se encargó a los proveedores de equipamiento la construcción de una nueva ruleta, con características que la hicieran menos predecible, (perfil bajo en la inclinación, celdas más amplias y aplanadas, bola más liviana, movimiento perpetuo del cilindro).
Quizá los croupiers, astutamente, no quisieron demostrar sus habilidades frente a los dueños de los casinos. Quién sabe. Pero hay una anécdota más que sugestiva y que seguramente reafirmará las convicciones de aquellos que creen en la mano del tallador.
La cuenta Martín Monestier en su libro. Ocurrió en un casino francés. Un joven argentino que dijo llamarse Reinaldo Rosen ganó fuerte en la ruleta. Generoso, resolvió dejar 70.000 francos (unos 14.000 dólares) para caja de empleados. Pero estableció una condición: “Es para ustedes, pero se la tienen que jugar toda”. El personal le explicó que tenían prohibido hacerlo, a lo que Rosen les propuso: “No importa. Yo la juego por ustedes”. Y procedió a cargar el 26 y sus vecinos del cilindro. La bola giró y se clavó justo en el 26. ¿Casualidad? Fue la propina más grande de la historia, equivalente a unos 240.000 dólares.
Enviado por: Julio Arnau (Cuesta Blanca - Córdoba - Argentina)
martes, 11 de diciembre de 2007
Suscribirse a:
Comentarios de la entrada (Atom)
No hay comentarios.:
Publicar un comentario