Si había algo que caracterizaba a Las Vegas, aparte de sus casinos, era la proliferación de casas de empeño pegadas a estos.
Cuando uno llegaba a la capital del juego y se dejaba embelesar por las luces, caía también irremediablemente en las garras de alguna de las casas antes mencionadas ya sea para conseguir algo de efectivo para jugar a ese numero que seguramente iba a salir ganador, o para deshacerse de alguna joya de la abuela (que en paz descanse, y esperemos que este mirando hacia otro lado) y así tener la seguridad de que uno podría regresar al casino al siguiente día y haría saltar la banca.
No todas las casa de empeño trabajaban de buena fe (por no decir ninguna) y habían aprendido hacia mucho tiempo como enriquecerse a costa de los jugadores empedernidos.
Jaime se levantaba rutinariamente a las 12:30. Como todos los días (salvo los domingos), almorzaba algo liviano y entre la lectura de algún libro, o alguna película que encontrara en la televisión, dejaba que la tarde transcurriera, como si fuese arena que se escapaba por sus dedos. A las 7 en punto bajaba las escaleras que conducían a su local, y levantaba la persiana de “The Clover Pawn Shop” (El Trébol, casa de empeño) y se sentaba a esperar a que los clientes entraran por la puerta desesperados por conseguir algo de efectivo, y así el aprovechar la oportunidad.
Jaime conocía todos los secretos profesionales, sabia como desestimar el valor de una buena joya, encontrar ralladuras inexistentes en los Rolex, o descubrir imperfecciones aun en la joya más perfecta. Jaime vivía una vida acomodada, trabajaba 10 horas, se levantaba al mediodía, no tenía hijos ni mujer con quien compartir la pequeña fortuna que estaba amasando y pensaba en retirarse dentro de un corto tiempo para disfrutar de los frutos de su trabajo que tanto esfuerzo le había costado ganar.
Una señora de aspecto acaudalado, entró al local conteniendo su nerviosismo y, aunque tenia enfrente al dueño, hizo sonar distraidamente la campana de llamada repetidas veces, porque la mirada la tenia perdida en el laberinto de luces del casino de enfrente que la tenia hipnotizada.
-¿Puedo ayudarle? Dijo Jaime sacando a relucir su mejor sonrisa lobuna.
-Eh... si, comento la clienta todavía sin sacarle los ojos de encima al local de enfrente. No creo que mi marido se dé cuanta de que me falta esto aunque para mí es muy importante y espero sacar una buena suma por él, dicho esto se saco de su mano un anillo con una exquisita terminación y se lo extendió al hombre. Jaime lo tomo en su mano, se coloco la aparatosa lupa en un ojo (era solo para impresionar, ya que una lupa común hubiera cumplido igual su cometido) y empezó a murmurar cosas ininteligibles. En su fuero interno sabia que una joya así podría venderse a 10000$ pero el no dejo traslucir ninguna expresión a su rostro.
La miro con el ceño fruncido y le dijo:
-Le doy 2000$.
-¡¿2000$?! Exclamo indignada la clienta. Esto sale 6 veces lo que me esta ofreciendo.
-Es lo que hay señora. Tómelo o déjelo.
Jaime espero ya que conocía todas las respuestas que los clientes daban indignados ante un precio excesivamente bajo, pero sabia que al final cedían. En un principio la señora parecía que no aceptaría por la mirada iracunda que se apodero de ella, pero luego de voltear nuevamente para ver el casino que parecía llamarle y mordiéndose los labios extendió la mano para agarrar la plata que le ofrecían y salió rápidamente del local como si con la velocidad pudiera expiar su culpa.
Jaime se dio por satisfecho y se reclino en la silla, agarrando el libro que había dejado sobre la mesada y se comenzó a leer. No había pasado mas de un par de paginas cuando entro al local un joven que parecía un manojo de nervios.
-Si? Dijo cuando vio la esmirriada silueta que había entrado. Cuando se dio cuenta que la interrupción no valía la pena, continuo con la lectura e hizo un gesto vago con la mano.
-¡Dame toda la plata, rápido!
Tardó unos segundos en darse cuenta de lo que estaba pasando pero cuando lo hizo ya era demasiado tarde. El ladrón estaba poniendo en una bolsa todo lo que encontraba a mano y Jaime estaba aterrorizado por la amenazante arma, que era peligrosamente real. Por lo demás, todo parecía un sueño, es mas, el hecho que no sintiera sus extremidades y que esa sensación se extendiera por todo su cuerpo, daba mas credibilidad a su suposición.
Cuando el ladrón vio que Jaime se desplomaba, salto del otro lado de la barra, le tomo el pulso, y nervioso como estaba, agarro todo lo que encontró a mano y salió del lugar tan veloz como pudo.
Se dice que cuando una persona muere, la vida pasa por delante de sus ojos. Si fuera así, en la de Jaime no había mucho para disfrutar, nació para trabajar y murió trabajando.
El destino que le esperaba no iba a ser condescendiente con él, y se encontró en las puertas del cielo, esperando que la persona que llevaba el registro encontrara su nombre.
-Jaime Canvas, repitió por 3era vez, logrando que el que estaba detrás del escritorio le echara una mirada cargada de furia, así que opto por el silencio. Cuando el empleado celestial encontró el nombre que buscaba, leyó la vida que estaba descrita en el registro y frunció el ceño.
-¿No ha sido lo que aquí llamamos una vida ejemplar eh? Tendré que estudiar si le toca el... (Nota del autor: no me acuerdo como se llama el lugar donde van las almas en pena) o el infierno.
Levanto el teléfono y marco un par de números.
-Hola... si, acá tengo a Jaime, como dijo que era su apellido, ah Canvas. Si, cuantas almas se pueden salvar... mhmm no se si me conviene. Bueno, en todo caso lo vuelvo a llamar. Y corto negando con la cabeza. Un alma, puede creerlo, me parece que el infierno va a ser su lugar de residencia por la eternidad. Veamos si tenemos suerte. Dicho esto levanto nuevamente el teléfono y disco unos números rápidamente.
-Hola.... si, acá esta Jaime Canvas... si, el mismo, cuantas almas se pueden salvar a cambio... bueno... enseguida te lo mando.
Listo señor Jaime, acaba de ser empeñado por la suma de 2 almas.
-¡¿2 almas?! Dijo casi llorando, pero si yo valgo 6 veces mas que eso! Quiero hablar con su superior, merezco estar en el cielo, he trabajado toda mi vida, no me pueden hacer esto.
-Es lo que hay Jaime, recibió por respuesta. Es lo que hay.
jueves, 13 de diciembre de 2007
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