Chile - Con $5.000, intentamos anoche hacer fortuna en el nuevo centro de juegos Monticello: 15 mil metros cuadrados de puro glamour a sólo 57 km de Santiago.No fuimos los únicos, ni mucho menos. Los estacionamientos, al igual que el sector de fumadores, estaban completamente abarrotados.
Alexéi Ivánovich no se habría resistido a la tentación.
El ludópata protagonista de la novela "El jugador", de Dostoievsky, se hubiera vuelto loco con las múltiples opciones del nuevo Grand Casino Monticello. El sólo sabía arriesgarse con el "rojo o negro" de la ruleta... pero acá, por ejemplo, tendría que haber comenzado con aprender a usar la tarjeta electrónica con que se hacen las apuestas.
Interesados en vivir la adrenalina que sugiere el jugar en el casino más grande de Sudamérica, viajamos a San Francisco de Mostazal para probar suerte. En sólo media hora -y un peaje de por medio- llegamos hasta las monstruosas instalaciones del recinto, con 1.500 máquinas de azar, 80 mesas de juego y 300 posiciones de Bingo.
Noche de jueves. Primer "viernes chico". Estacionamiento repleto. Una despampanante rubia nos recibe en la puerta para darnos la bienvenida y explicarnos que la entrada vale $2.500. Enfundada en un insinuante vestido rojo y escoltada por dos guardias de seguridad, Katherina nos conduce hasta los cajeros: ahí debemos adquirir la tarjeta electrónica que nos permitirá, según promete, "pasar una noche inolvidable".
-¿Inolvidable? -le preguntamos.
-Claro -sonríe la anfitriona- puedes ganas mucho dinero.
-O perderlo todo...
-En ese caso también sería inolvidable, ¿no?
La chica tiene buen humor.
"Era mejor el chin-chin de las monedas"
Cargamos $5.000 a nuestro favor y entramos a los 15 mil metros cuadrados de entretención. La decoración es envolvente, colorida, brillante, una apoteósica escalera conduce hasta el segundo piso, nada está en mano del azar... a excepción de los juegos, claro.
Primera novedad: no hay ruido de monedas. De eso ya se ha percatado una mujer que, sentada frente a un tragamonedas, le comenta a una amiga que ella prefería "andar con el pocillo de monedas de $100 en la mano (...) Uno tenía una sensación más real de estar ganando plata. El chin-chin que hacían las monedas al caer era mejor, más rico, daba un gustito especial".
"Es cosa de acostumbrarse", le replica su compañera, "además así puedes andar más tranquila porque nadie sabe cuánta plata tienes encima". Pero el consuelo, por muy convincente que resulte, es falso: para saber la carga monetaria de cada jugador es sólo cuestión de mirar la pantalla de su máquina. La señora Josefa -a la que le gustaba cargar con las monedas- tiene $130.000 en su "tarjeta inteligente".
Nosotros nos sentamos a su lado y traspasamos $1.000 al "King Kong", un tragamonedas digital que tienta con la posibilidad de multiplicar los premios en progresiones geométricas. ¿Resultado? Perdemos todo en menos de 4 minutos.
Una japonesa en el Black Jack
En una de las mesas del "Black Jack" hay dos jugadores bastante curiosos. La primera es una japonesa con traje de lentejuelas que parece no entender las reglas del juego. Pacientemente el otro cliente, un argentino encorbatado, le explica en inglés cómo debe apostar y le traduce la información que le entrega el croupier.
-No puedes apostar sólo $500- le indican a la mujer.
Pero ella insiste en soltar sólo una ficha gris.
-Apuesta más... -le enseña el argentino.
-Se trata de jugar, de pasarlo bien -intervenimos nosotros.
-Yo sé que vine a perder, y prefiero perder de a poco.
La aplastante lógica oriental nos invita a quedarnos jugando en esa mesa. Cruzamos los dedos.
La ambición rompió el saco del argentino, que se pasó de los 21 al pedir una tercera carta. $6.000 menos para él. La "perdedora" japonesa ganó, el problema es que no lo sabe: as y rey para ella y el croupier chapuceando un "congratulations".
¿Nosotros? Perdemos otros $1.000 porque la banca logró llegar a 19 y nosotros, siempre cautos, nos quedamos con 18.
A esa altura de la noche (ya son las 22:00) en el público se puede ver a oficinistas, expertas "casineras" con traje de dos piezas, grupos de hiperventilados universitarios y matrimonios que prefieren tomarse un aperitivo en la barra. El techo está sembrado con decenas de cámaras de seguridad y la selección musical -a veces baja, a ratos estridente- se inclina por baladas en español.
El detalle más "chic" de la decoración lo tienen los baños: en lugar de grifos, los lavamanos tiene pequeñas cascadas por donde el agua sale iluminada con luces de neón. En el «Salón Privé» -la zona VIP del casino- también hay máquinas y mesas de juego.
¡Tres veces el 17!
Nos quedan $3.000 cuando vemos a Juan, el croupier de una de las ruletas, que nos hace señas para que juguemos en su mesa. Compramos cuatro fichas de $500 cada una.
La primera la ponemos sobre el 2, pensando en que "La Segunda" será nuestro número de la suerte. Salió el 17. Nada.
Otra ficha en el 2... ¡y volvió a salir el 17!
-"Esto está arreglado" -bromeamos con Juan, quien se toma en serio el comentario y nos ofrece "hacer un reclamo formal" si así lo estimo conveniente.
Mi tercera ficha va entonces al 17.
-¿17?, ¿cree que saldrá nuevamente el 17? -me pregunta el croupier.
-Las probabilidades son las mismas en cada nuevo juego -le hacemos ver.
-Pero nunca sale tres veces seguidas el mismo número...
-OK. Entonces el 2 nuevamente.
Como era de esperar, la bolita cayó en el 17. Juan no podía creerlo.
La cuarta ficha la pusimos en el 17, pero salió el 30. En total $2.000 perdidos en la ruleta. Nos quedaba solamente "luca" para seguir con la entretención.
La profecía de Katherina
Necesitábamos algo simple, con mayores posibilidades de ganar: nos acercamos al Punto y Banca para invertir nuestros últimos pesitos. Apostamos la mitad de nuestro "fondo" a la Banca y ganamos... luego perdimos, ganamos, perdimos, ganamos, perdimos, ganamos. Pero la profecía de Katherina -aquello de "la inolvidable experiencia de perderlo todo"- debía cumplirse. Entonces la Banca se llevó nuestra última ficha y nosotros, que apenas habíamos tenido oportunidad de enviciarnos con el juego, pensamos en recargar la tarjeta con otros $5.000.
Pero no, había que regresar a Santiago... y todavía nos quedaba un peaje de vuelta por pagar.
La competencia "popular"
Para llegar a Monticello es necesario pasar por una caletera recién habilitada. En ese sector -junto al memorial levantado en honor a la beata Laurita Vicuña- está el restaurante Andresito, donde existe un "mini-casino" con máquinas tragamonedas.
El dueño del local cuenta que ellos están ahí "desde hace mucho antes" que Monticello y que su negocio es "más rentable" que el del nuevo casino. "Somos una alternativa más humilde, pero aquí se pasa mejor y no es necesario venir bien vestido", aseguró ufano.
Fuente: lasegunda - Miguel Ortiz A.
sábado, 11 de octubre de 2008
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