USA - Nostalgia por un tiempo nunca vivido. Tal vez sea éste el extraño impulso que lleva a miles de estadounidenses a montar sus autos y motos para devorarse con aceleración las 2 mil 400 millas (3 mil 840 kilómetros) más famosas de América del Norte.
La ruta 66 es un mito del siglo XX, y si bien con fines logísticos fue desplazada por un moderno sistema de autopistas, con fines turísticos hoy muchos tramos conservan el aspecto que tuvo en sus años dorados.
Aparece y desaparece a medida que atraviesa el país de este a oeste. Moteles, luces de neón y estaciones de servicio permanecen intactos en pueblos que existen por haber estado al borde de ese camino, ofreciendo amparo a los otrora aventureros viajantes que llegaban a todo motor.
Es bueno saber que se puede transitar parte de la ruta uniendo dos de los más importantes atractivos turísticos del oeste norteamericano: Las Vegas y el Gran Cañón del Colorado.
Adiós a Las Vegas
El camino empieza en Las Vegas, donde decimos adiós a casinos, shows y hoteles de lujo para tomar la ruta 125 y luego la 93 en dirección a Boulder City. Una hora después pasamos por uno de los clásicos destinos turísticos del oeste de Estados Unidos: el Hoover Dam, enorme represa eléctrica en el río Colorado.
Falta poco para llegar a la 66. Antes hay que manejar una hora y media por la 93 hasta Kingman, que es una ciudad de paso, sin grandes atractivos hasta este año, cuando se inauguró el Skywalk. Kingman es un buen lugar para comer algo y llenar el tanque. Desde ahí se puede seguir por la autopista 93 y llegar al Cañón. Pero lo que interesa es la otra opción.
Recién tomamos la 66, que en Kingman es una calle y luego se convierte en carretera, ya vemos los primeros moteles con enormes carteles luminosos que indican Vacancy.
A medida que nos alejamos de la ciudad, la ruta 66 se convierte en una carretera de doble sentido, bien asfaltada y escoltada durante un largo trecho por las vías del ferrocarril. Su camino lo puede acompañar con alguna de las tantas versiones de Get your kicks on Route 66, el clásico tema de Bobby Troup, interpretado por Nat King Cole y Chuck Berry hasta el blusero argentino Pappo, que tradujo: "Andarás bien por la 66".
Pero tenemos que frenar. Ahí está el pueblo de Hackberry. Su población no supera las 30 personas y nunca fue mayor a 200. Lo que convoca a los automovilistas y motociclistas a parar allí es el Hackberry General Store, un negocio al costado de la ruta que alguna vez funcionó como estación de servicio y hoy es un gift store, que funciona casi como un museo de la ruta.
Ahí se pueden conseguir todo tipo de souvenirs y objetos originales que no están a la venta, como máquinas expendedoras de Coca Cola, banquetas, rocolas y cuadros de los años 50.
A un costado, un taller mecánico con paredes de lámina se mantiene como hace un siglo. Afuera, esperando reparación, hay un viejo Ford T.
Casi de ficción
Y seguimos. Viene el tirón más largo. Para el que ama viajar, el tramo más desértico es un paraíso. Las vías de tren nos abandonan, pero tenemos las montañas inalcanzables que juegan con las nubes en el horizonte. Y por momentos nos bordean campos amarillos de girasoles.
Después de manejar unas dos horas, encontramos la excusa para parar: Seligman. La ruta se ha convertido en una calle de doble sentido con casas, moteles y negocios a los costados. Bajamos del auto, estiramos las piernas y entramos en un bar: The Black Cat. La música country aturde.
En medio del salón hay una mesa de pool, a un costado un tablero de dardos y al otro una barra, donde un tipo de bigotes con sombrero de cowboy toma una cerveza. Miramos alrededor buscando las cámaras y el director, pero no: no es una película. Las atracciones de la ruta 66 tienen que ver con eso: ver en la realidad cosas que parecen de ficción.
Hay otro bar en Seligman, The Snow Cap, famoso por sus excentricidades, desde el cartel de "Cerrado" que se exhibe aún cuando el bar está abierto, pasando por un falso picaporte para entrar al local, hasta un mozo que tira mostaza a los clientes, que tardan un rato en darse cuenta de que es falsa y la mancha no existe.
Ya falta poco para llegar al Gran Cañon. Queda el último trecho que nos lleva hasta Williams, otro pueblo, más grande, con una importante variedad de moteles y diners.
Williams congrega turistas que llegan por dos motivos: recorrer la ruta 66 o visitar el Cañón. Si bien lo ideal sería alojarse en los hoteles del Parque Nacional, a distancia caminable de las increíbles montañas y precipicios, lo cierto es que la hotelería allí es más costosa y requiere de una reserva con mucha anticipación. Williams, a poco más de una hora de auto, se convierte entonces en una buena alternativa para parar.
Fuente: eluniversal
viernes, 7 de marzo de 2008
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