Argentina - En el corazón de las sierras cordobesas, allí donde un clima privilegiado impulsó el turismo ya desde principios del siglo XX, Alta Gracia guarda el valioso patrimonio de su estancia jesuítica e invita a recorrer los relieves de la región entre cumbres, ríos y arroyos de montaña. Una visita al Museo del Che, la casa donde Ernesto Guevara vivió en su infancia.
Bien puesto tiene el nombre. Nacida hace muchos siglos y después de muchos avatares, en un lugar de las sierras que los comenchigones habían bautizado “Paravachasca” –es decir, “lugar de vegetación enmarañada”–, Alta Gracia está enclavada en un paisaje ondulado y verde, surcado de arroyos, que invitan al descanso y a la diversión al aire libre. Pero además tiene una historia ilustre, que empieza en los tiempos de la corriente colonizadora del Alto Perú, cuando don Juan Nieto funda una estancia que sería donada años más tarde por sus descendientes a la Compañía de Jesús. Para ese entonces la propiedad ya había sido rebautizada en homenaje a la Virgen española de Alta Gracia: eran los principios del siglo XVII, cuando la obra de los jesuitas estaba en su esplendor, y el pequeño poblado estaba lejos de convertirse en el centro turístico que sería trescientos años más tarde.
Gracias del clima En torno a 1900, el beneficioso clima de Córdoba había convertido a la provincia en la primera prescripción para los enfermos con problemas respiratorios. Con lentitud, pero sin pausa, esta pequeña Davos al pie de las Sierras Chicas fue creciendo en torno al antiguo corazón jesuítico, que quedó (y esto es algo raro entre las ciudades americanas) dentro del casco urbano. La llegada del ferrocarril contribuyó a que las familias más acomodadas de Buenos Aires y de algunas capitales más al norte la eligieran como centro de vacaciones: en 1910, la inauguración del Hotel Sierras y el Casino marca el apogeo de este turismo que se instala durante largas temporadas, impulsando una activa vida social. Dos de aquellas habitués de Alta Gracia impulsaron la construcción de una gruta que reproduce la aparición de la Virgen de Lourdes a Bernadette de Soubirous. La gruta, que cada 11 de febrero recibe la visita de miles de personas que peregrinan a pie desde Córdoba, está situada cerca de un arroyo, a unos dos kilómetros del centro urbano.
Hoy como antes, los viajeros disfrutan de las sierras a la vera del fresco arroyo que cruza Alta Gracia de oeste a este, el lugar preferido de chicos y grandes para gozar de la sombra de la arboleda y la frescura del agua. En las orillas del tramo norte, el Parque García Lorca tiene además del verde una pileta olímpica y circuito de bici-cross, pero se puede elegir también cualquiera de los varios balnearios que siguen hacia el sur. Si se quiere, en cambio, salir de la ciudad, a sólo 30 kilómetros el Dique Los Molinos concentra a los especialistas en deportes náuticos y a los pescadores en busca de pejerreyes. El diáfano cielo cordobés también invita a visitar el Observatorio de Bosque Alegre, cuya cúpula de casi 20 metros de diámetro se abre para dar paso a un telescopio de 37 toneladas. El observatorio, situado a 1250 msnm, sobresale como un sombrero plateado en la cima de las Sierras del Tala, y ofrece visitas guiadas a los turistas curiosos de descubrir los misterios de las estrellas.
Mundo jesuítico De regreso en Alta Gracia, se impone remontar los siglos para conocer la estancia jesuítica que dio origen a la ciudad, y que hoy forma parte junto con otras estancias cordobesas de una Ruta Jesuítica incluida por la Unesco entre los Patrimonios Históricos de la Humanidad. Desde los tiempos de su fundación algunas cosas han cambiado bastante, pero otras permanecieron intactas: la antigua explanada frente a la iglesia, destinada a las procesiones, fue convertida en plaza principal, y el conjunto que forman la iglesia, el tajamar, el obraje y la residencia jesuítica ahora está separado por las calles de la ciudad, cuando antiguamente formaban parte de una única estancia. Por lo demás, los monumentos conservan el aspecto que tenían en el tiempo jesuítico. Sobresale la maciza silueta de la Iglesia de la Merced, cuya fachada barroca sin torres está coronada por una amplia cúpula, respaldada por la espadaña de tres campanas que completa el conjunto. Pegada a la iglesia está la Residencia Jesuítica, donde vivían los religiosos que tenían a su cargo el manejo de la estancia: en la segunda planta, un conjunto dehabitaciones alberga el Museo Histórico Casa del Virrey Liniers, que reúne objetos de los siglos XVII a XIX. El nombre se debe a que en 1810 la estancia fue vendida al ex virrey Santiago de Liniers, que desde Córdoba intentó infructuosamente una contrarrevolución. Algunas salas están ambientadas como en aquellas épocas, cuando la estancia abastecía al Colegio Máximo de Córdoba, considerado como la primera universidad argentina. En sus salones y en los talleres del Obraje –donde hoy funciona una escuela– se mezclaban los criollos con los inmigrantes europeos, los esclavos negros, los indios y los jesuitas. Una de las principales obras del conjunto es el Tajamar (un dique de 80 metros de largo), que funcionaba como un embalse para regar las huertas y abastecer el molino. A orillas del lago, la “lacia cabellera de los sauces” –como decía Belisario Roldán, que puso fin a su vida en Alta Gracia– hace sombra sobre un denso manto de algas por donde se escurren los peces.
Para saber algo más sobre la ruta jesuítica, se puede visitar el cercano Museo de la Ciudad, que en una de sus salas recuerda también la historia del ya mítico Sierras Hotel.
Habitantes ilustres Probablemente, la aristocracia que visitaba Alta Gracia en la primera mitad del siglo XX no se hubiera imaginado que años más tarde la ciudad sería destino de peregrinaciones en homenaje de un revolucionario. Ernesto “Che” Guevara, cuyos padres formaban parte de esa élite que se reunía en el Sierras Hotel, nació en Rosario, pero pasó sus primeros años en Alta Gracia, donde su familia buscaba aliviarle, gracias al clima, los padecimientos del asma. Allí “Ernestito”, como todos lo llamaban, cursó la primaria y tuvo sus primeros amigos, en muchos de los cuales dejaría su huella.
La colección del museo, muy bien cuidado, incluye fotografías familiares, documentación de la escuela y la universidad donde el Che se recibió de médico, la biblioteca de su infancia –con los infaltables títulos de la colección Robin Hood–, cartas familiares, muebles y muchos otros testimonios de su vida, cuando nada hacía pensar que la obra del Che dejaría una profunda marca en la historia del mundo, y que su imagen se convertiría en un ícono de los ideales revolucionarios de una punta a la otra del globo. La célebre foto de Korda que muestra al Che con la mirada en el horizonte, y su gorra con estrella, preside una de la paredes de la casa, donde también se guarda una réplica de la bicicleta con la que recorrió 4000 kilómetros.
Otro museo de Alta Gracia, muy distinto, recuerda también a uno de sus habitantes ilustres: el músico español Manuel de Falla, de quien se exponen objetos personales, muebles, fotos, correspondencia y, sobre todo, partituras manuscritas e impresas. El Museo, levantado en la casa donde Manuel de Falla pasó los últimos años de su vida, de 1942 a 1946, conserva también uno de sus pianos y cuenta con biblioteca y discoteca.
Recorriendo Alta Gracia, cada uno encuentra un rincón preferido, una anécdota o una historia detrás de los monumentos y las casas construidas en torno a las sierras. Bien lo saben los memoriosos que llegaron a veranear en el hoy cerrado Sierras Hotel, fantasma de épocas mejores, cuyos jardines aún abiertos se animan a soñar con un futuro mejor, a la altura de la ilustre historia de Alta Gracia.
Fuente: Página 12
lunes, 17 de marzo de 2008
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