sábado, 11 de octubre de 2008

Me salva Dios o me salva el juego

Argentina - Si bien el juego es un pilar del desarrollo humano, cuando se pierde la libertad de decidir cuándo dejar de jugar, la conducta pasa a ser patológica. La ludopatía es una enfermedad negada y condenada socialmente. Cuando antes se detecten signos de adicción, existen más posibilidades de rehabilitación.
Programas de radio y televisión que promocionan sorteos, acertijos y las más variadas consignas; mensajes de texto que invitan a participar de espectaculares premios; la tradicional quiniela; el casino; el hipódromo; los juegos promocionados a través de Internet; los sorteos organizados por distintas marcas de productos -desde las gaseosas hasta los artículos de limpieza para el hogar-; los videojuegos... En nuestra sociedad de consumo, todo el tiempo se está fomentando el juego. Es que, como afirma Mónica Niel, presidente del Colegio de Psicólogos de Santa Fe, “vender sueños y esperanzas es un gran negocio”.
Del placer a la patología
“Alguna vez uno se engancha con una promesa y entra a un casino o participa de un sorteo. Pero hay que distinguir entre consumo y adicción. No todo el que se excede en una fiesta tomando vino se convierte en alcohólico. Se considera patológico cuando se excede cierta barrera, por ejemplo cuando alguien juega más de lo que puede, entonces la única posibilidad que le queda de salvarse es seguir jugando”, explica Niel.
Según la psicóloga, la ludopatía es una patología dentro de las manías: “En todas las culturas ha habido momentos maníacos, como las fiestas de Baco o el Carnaval de Río, muestras de que en un momento del año la sociedad se permite un montón de libertades y de excesos. El juego se presta para esto porque consiste en creer que en un minuto podés tener todo lo que deseaste”.
En tanto, Susana Presti y Mariela Romero, integrantes de la Asociación de Investigación en Ludopatía (AIL) de la ciudad de Santa Fe, aseguran: “La ludopatía es una adicción sin sustancias y un síndrome de desadaptación social”.
“El juego es un pilar del desarrollo humano. Existen jugadores sociales que se divierten y sienten placer; eso está muy bien. Cuando se va corriendo el límite aparece el jugador-problema, que tiene algún grado de dependencia porque no puede dejar de jugar fácilmente”, relata Presti.
Aunque no todos los jugadores-problema terminan siendo compulsivos, en este momento debería encenderse una luz de alerta para evitar caer en el desborde patológico, cuando se pierde la libertad de decidir cuándo dejar de jugar.
“El juego se vuelve el eje de la vida cotidiana. Las personas se pasan todo el día pensando cuándo van a jugar, cómo conseguir dinero para hacerlo, qué decirle a la familia para justificar su llegada tarde”, señala.
Los factores
La ludopatía no tiene una sola causa. “Si bien la persona tiene que tener cierta predisposición, el entorno tiene mucho que ver, sobre todo cuando no le permite satisfacer sus necesidades. En esta sociedad de consumo, en la que todo se quiere ya, el jugador puede encontrar en el juego una salida a sus altos niveles de frustración”, remarcan Presti y Romero.
En este sentido señalan: “Con la crisis de 2000-2001 fue terrible lo que aumentó el juego. En términos corrientes se dice ‘me salva Dios o me salva el juego’. Esto tiene que ver con una filosofía muy idealista, en la que se pone la salvación en algo poderoso que está fuera de mí: Dios o el azar”.
Una problemática negada
Los estudios sobre ludopatía comenzaron en Estados Unidos en 1965 y, a partir de la década del 80, ésta pasó a ser considerada por la Organización Mundial de la Salud (OMS) como un trastorno de la conducta.
La Asociación de Investigación en Ludopatía trabaja desde hace cinco años en investigación y atención de ludópatas y familiares. “Atendemos desde adolescentes, adictos a los videojuegos, hasta personas de 80 años que juegan compulsivamente a la quiniela. Pero el grueso es la franja etaria entre los 30 y los 55 años, casados y con familia”, especifican.
Los primeros que se acercan son familiares o amigos. Sin embargo, como se trata de “una cuestión socialmente negada”, incluso la familia puede ocultar la problemática. La persona que padece la adicción se acerca cuando “ya no hay alternativa posible”.
Por su parte, Mónica Niel asegura: “En 30 años de trabajo tuve una sola consulta de un ludópata. Tampoco es común que un alcohólico o un adicto acudan por motu proprio; generalmente es la familia la que interviene”.
Recuperar la comunicación
“A-dicción significa que se deteriora la comunicación, no pudiendo expresar lo que se vive y siente. Por eso es de vital importancia, tanto para el adicto como para la familia, recuperar la palabra”, sostiene Presti.
En este sentido, quien se acerca a la AIL tiene, en primera instancia, una entrevista. “Es importante que comprenda que no está solo, por eso le ofrecemos un trabajo grupal con alguien que está pasando por lo mismo. Más allá de la terapia tradicional, es muy importante el aporte del otro”, remarca Romero.
La rehabilitación es muy difícil, pero no imposible. “Siempre queda un índice de vulnerabilidad muy alto que hace que la recaída sea bastante frecuente. Por eso nos interesa trabajar en prevención primaria porque, una vez instalado, el problema es mucho más complejo”, concluyen desde la asociación.
Para más información, los interesados pueden comunicarse con la Dirección Provincial para la Prevención y Asistencia de Comportamientos Adictivos: 0342 4572876 (por la tarde).
Fuente: ellitoral

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