domingo, 19 de octubre de 2008

Cuando lo lúdico se convierte en enfermedad

Argentina - Cada vez más jóvenes de entre 20 y 30 años y de distintas clases sociales acuden a las reuniones de Jugadores Anónimos en Neuquén.
«Se empieza a jugar por placer y diversión pero después se convierte en una obsesión, en una enfermedad», confesó Carlos quien desde hace catorce años se mantiene lejos del mundo de las apuestas y de las mentiras gracias a su ingreso a Jugadores Anónimos, un grupo de autoayuda para ludópatas, como se denomina a los jugadores compulsivos, que funciona los lunes y jueves a las 20 en el Colegio Don Bosco (Chaneton 350) de esta ciudad.
Sabido es que jugar es natural y sano pero existe un momento en que se pierde el aspecto lúdico, es decir la posibilidad de construir, y se pasa a un estado de dependencia.
Reconocida como enfermedad por la Organización Mundial de la Salud desde 1980, la ludopatía (palabra que deriva del griego y significa “juego patológico“) es muy difícil de revertir porque las estadísticas dan cuenta que una persona de cada cuarenta logra detener su compulsión al juego.
Los especialistas la señalan como un trastorno mental que incita a las personas a un incontrolable impulso a jugar y que, por lo general, destruye todo lo más significativo de la vida.
Vía de escape
El juego apareció en la vida de Carlos cuando tenía 15 años y se intensificó especialmente por un problema de alcoholismo en su familia una vez que estaba casado y con dos chicos de 3 y 4 años. “Ante esta realidad buscaba una vía de escape y la encontré en el juego donde nadie se metía en mi vida y hacía lo que quería. Pero ocurre que de ese infierno que vivía en mi casa me metí en otro infierno”, comentó Carlos.
En sus años de jugador compulsivo el único momento feliz que sentía era “el trayecto desde mi casa hasta el lugar de juego“, porque una vez en el interior de la sala de juegos se presentaba esa condición de adrenalina “de puja entre el miedo y la alegría” y posteriormente, casi siempre, “la tristeza por haber perdido” aunque después al día siguiente “estaba otra vez encaminado y me olvidaba lo que me había pasado el día anterior”.
La ludopatía puede aniquilar a una persona porque provoca un profundo cambio de carácter, lleva a vivir en una excitación constante, conduce a la mentira, al delito, a la agresión y especialmente a la pérdida de la dignidad. Sin dejar de lado, las pérdidas materiales.
Algunos de los síntomas que aparecen en los ludópatas son la negación de la realidad, la fantasía y la inseguridad emocional.
“En mi caso necesitaba estar al borde del peligro siempre, es decir estar al filo entre perder y ganar. Era cuestión de segundos. Era como que tenía inyectada una droga que me hacía necesitar vivir eso”.
Conocedor de infinitos casinos y salas de juego en la Argentina como así también del exterior, Carlos comentó que estuvo en Las Vegas jugando todos los días en que duró su estadía en la llamada capital mundial del entretenimiento. “Me había fijado ir a Las Vegas como una meta para después abandonar para siempre el juego. Fue una mentira, porque cuando volví a la Argentina lo primero que hice fue irme a jugar”, expresó.
Reconstrucción
El entorno no ayuda mucho a las personas que son incapaces de resistir los impulsos de jugar. Casinos, bingos y tragamonedas se convirtieron en el mapa cotidiano para mucha gente que organiza el juego como una forma de relación social. Pero además hay infinidad de estímulos que se presentan ante los ojos de todos y que incitan a sostener el juego como una forma de vida. Programas de radio y televisión que promocionan sorteos, mensajes de texto que convocan a participar de espectaculares premios, sorteos organizados por marcas de productos o hasta los sorteos que aparecen en las tapas de gaseosas, fomentan el juego a toda hora. Acaso porque vender sueños y esperanzas sea un gran negocio.
“Una vez que estableces una conexión con el juego, en que se te hace piel, cuando querés pegar la vuelta no encontrás la puerta y es ahí cuando empieza la lucha contra esta enfermedad”, relató Carlos.
Este hombre que pudo reconstruir su tejido familiar y el de los amigos se siente satisfecho por haber luchado “contra esta enfermedad que es como luchar contra la muerte, porque el camino del juego compulsivo puede llevar a la locura y a la autodestrucción”.
Pero, sobre todo, recuperó la dignidad ya que “las deudas y las cuestiones legales con el tiempo se arreglan”.
Consultado sobre cómo se siente al cumplir catorce años sin jugar, Carlos expresó que “la parte vital que alimenta mi abstinencia es la de poder ayudar a las personas que ingresan a Jugadores Anónimos. Porque eso me mantiene vivo y recordando por qué estoy en el grupo. Al ayudar a estas personas me veo reflejado cuando era jugador compulsivo”.
“Lo más doloroso es perder la dignidad”
A pocos días de cumplir un año de abstinencia, Dante comentó que estuvo en “acción” durante veinte años en los cuales intentó muchas veces atacar su afición pero siempre con resultados negativos.
Hoy, este hombre de 40 años, casado, padre de dos hijas adolescentes, siente que está en franca y firme recuperación. “Aparte del tiempo de abstinencia por el que estoy transitando, y que es uno de los pilares fundamentales de la recuperación, estoy empezando a modificar ciertos caracteres propios de la personalidad afectados durante el tiempo en que jugaba como la soberbia, el ego, entre otros”, explicó.
“En las salas de juego está todo preparado para que te sientas dueño de todo, te sientas el rey, porque todo lo que digas o hagas está bien y ni hablar si uno está en una buena noche”, señaló Dante que llegó a estar veinte horas jugando.
Cuando Dante “tocó fondo”, junto con su hermano, que también sufría la misma enfermedad, decidieron acercarse a las reuniones de Jugadores Anónimos y de esta manera terminar con el juego. “A pesar de compartir el mismo placer y enfermedad sólo un par de veces me encontré con mi hermano en una sala de juegos. Jamás nos planteábamos ir juntos”, comentó.
Para ambos esta afición estuvo siempre presente en sus vidas desde muy pequeños ya que su padre también era un jugador compulsivo. “La cosa venía desde los genes”, dijo risueño. “Desde muy chicos estuvimos metidos en esta cosa del juego pero eran épocas en que no se divulgaba tanto. Aunque sufría, mi mamá no lo veía como un problema porque no estaba considerado como algo tan malo”, expresó.
De ser un jugador social que se divierte y siente placer a convertirse en un jugador con cierto grado de dependencia que no puede dejar de jugar hay un solo paso.
Dante se considera un afortunado porque contó con el apoyo de su mujer y sus hijas para afrontar su recuperación. “Creo que ellas no sabían de que se trataba lo que a mí me pasaba, no obstante siempre me contuvieron”. Aunque no deja de afirmar y alegrarse de que nació de nuevo “porque hace un año y medio atrás estaba arruinado totalmente”, Dante sigue sintiendo un dolor inmenso “por haber perdido la dignidad y recuperar eso no tiene precio”.
Respecto al grupo Jugadores Anónimos del que forma parte, Dante resaltó que “uno se encuentra con gente igual a uno, es como verse reflejado en un espejo, porque uno comparte experiencias de vida y puede dar o recibir sugerencias porque allí no se obliga a nadie”.
Al mismo tiempo advirtió que en el último tiempo son muchos los jóvenes entre los 20 y 30 años, de todas las clases sociales, que acuden a las reuniones de Jugadores Anónimos porque “han descubierto que tienen un problema y quieren hacer algo con esto”.
Fuente: lmneuquen

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