USA - Grand Prairie - Cuando un caballo cruza la meta en la pista del hipódromo Lone Star Park, es muy probable que su entrenador, su jinete o su dueño sea un latino.
Esto se debe a que los hispanos componen una parte importante de la fuerza laboral –de planta y eventual– del único parque de carreras de caballos de la región.
Son los mozos como José Villalobos, un inmigrante de Chihuahua que se levanta con el sol para bañar los caballos y limpiar los establos.
Son los caballerangos como Frank Elizondo que están a cargo de entrenar animales que valen más de un cuarto de millón de dólares.
Son los jinetes como Rodrigo Vallejo, cuyos bisabuelos montaban caballos en carreras parejeras en Jalisco hace tres generaciones.
Y son los empresarios como Bobby Trouchet que se juegan sus fortunas cada temporada en las patas de sus corceles.
"Es un trabajo de 24 horas diarias y siete días a la semana", afirmó Eddie Rodríguez, uno de los administradores del Lone Star Park. "Es parte de sus vidas y es algo que muy pocos otros querrían hacer."
El hipódromo, ubicado cerca de la salida Belt Line Road de la Interestatal 30 en Grand Prairie, cobra vida dos veces por año. De abril a julio los establos se llenan de caballos purasangre, aquellos que corren carreras largas alrededor del óvalo central del Lone Star Park. A partir de este fin de semana y hasta el 29 de noviembre, los caballos tomarán el corredor principal de la pista.
El hipódromo atrajo 485,000 visitantes durante su temporada de verano, un aumento del 5.2 por ciento en comparación el año pasado a pesar de la crisis económica nacional. Esos visitantes apostaron un promedio de 1.6 millones de dólares diariamente, tanto en las carreras del Lone Star Park como en las justas que se llevan a cabo en otras partes del país y son televisadas por circuito cerrado.
"No somos un lugar donde solamente hay apuestas", precisó Rodríguez. "Somos un lugar de esparcimiento para el público y una fuente de empleos para muchas personas y sus familias".
El hipódromo emplea directamente a 800 personas –desde mozos de limpieza hasta cajeros y cocineros– y los dueños de los caballos emplean a otros 1,000 por su cuenta, dijo Rodríguez. Tres de cada cuatro personas que laboran en el Lone Star Park son latinos, muchos de ellos inmigrantes de México, Guatemala y El Salvador, afirmó.
Al Día pasó varios días en el hipódromo mientras los empleados y los dueños se preparaban para el inicio de la temporada de otoño. A continuación, algunas de sus historias:
Vida en los establos
José Sánchez, de 43 años, fue jinete profesional en su juventud, pero ya lleva dos décadas herrando caballos.
Es una labor que requiere mucho cuidado, ya que cualquier error puede lastimar a caballos valiosos. Con manos expertas, toma la pezuña del caballo en turno, le quita los clavos de la herradura gastada, y le toma medidas para colocarle una herradura nueva.
"Es un trabajo difícil... es el trabajo más duro con los caballos, por eso uno tiene que tener licencia", afirma Sánchez.
Una vez que encuentra la herradura perfecta, procede a clavarla con ocho pernos de hierro en la pata del caballo. Es un proceso que repite en cada una de las patas del animal a riesgo de su integridad personal.
El peligro "es que me dé una patada el caballo", dijo. "El animal está vivo y tiene que moverse. Tiene uno que tener cuidado", dijo Sánchez.
Al terminar sus entrenamientos, los caballos requieren del cuidado de personas como José Villalobos.
Villalobos es uno de los muchos mozos que se aseguran que los caballos coman y que los establos estén limpios. También les quita sus monturas y los baña a chorro de manguera.
Es un trabajo arduo, pero la recompensa va más allá del salario que recibe.
"Mis papás tenían caballos y vacas (en Chihuahua) y ahí me crié yo... ya con estar cerca de los caballos es una satisfacción", afirmó.
Martín Elizondo, originario de Guanajuato, tiene apenas año y medio ayudando en los establos. Una de sus labores incluye sacarlos a caminar.
"Cuando corre el caballo, si corre bien, es porque lo cuidas bien", afirmó el joven de 19 años.
Sánchez señaló que si muchos mexicanos trabajan en Lone Star Park es porque crecieron en el campo alrededor de los animales.
"A la mayoría de la gente mexicana este es el deporte que le gusta, los caballos. Inclusive hay mucha gente de México, Monterrey y Veracruz que tienen caballos aquí. Es un hobby caro pero muy bonito", dijo el herrero.
De hecho, México es el país con la población más alta de caballos de carreras de cuarto de milla en Latinoamérica. Según la Asociación Americana de Caballos Cuarto de Milla, México tiene registrados 30,559 caballos para este tipo de carreras. Aún así, eso es sólo una fracción de los caballos de carreras que tiene Texas, con 474,000 ejemplares, según el grupo.
La pista
Una hilera de árboles separa la pista de los establos donde viven los caballos. Ahí la actividad empieza desde temprano.
Frank Elizondo, entrenador asistente, despierta a las 4:30 a.m. para iniciar una rutina que incluye verificar que los trabajadores estén en sus lugares y para dar instrucciones sobre cómo ejercitar a cada caballo.
Entre las 7 y 10 a.m. varios caballos galopan sobre la pista con sus jinetes bajo la mirada atenta del entrenador. Mozos atan a otros corceles a un carrusel elevado para que se ejerciten solos. En las caballerizas entran y salen mozos jalando caballos por las riendas, mientras que otros trabajadores colocan hielo a los tobillos de potros que acaban de correr o les ponen una pata dentro de un balde de agua fría.
"Son caballos carísimos", dijo Elizondo. "Hay caballos hasta de 400,000 dólares. Es mucha responsabilidad tener que asegurarse que estén bien cuidados".
Ángel Sánchez, hermano de José, el herrero, también entrena caballos. Él tiene 37 años y desde que era pequeño le han gustado.
"No sé hacer otra cosa mas que trabajar con caballos de carreras", afirmó. "Es más responsabilidad... si pasa algo, yo soy el que tiene que dar la cara".
Rodrigo Vallejo proviene de una familia de jinetes. Su papá, sus tíos y hasta sus bisabuelos han sido jinetes, y él empezó a montar desde los 8 años.
"Ya lo traíamos en la sangre. Somos de rancho y pues siempre andamos con los caballos", dijo Vallejo, originario de Jalisco.
A sus 42 años, Vallejo tiene un largo historial de satisfacciones y sinsabores. Ha tenido cuando menos 20 accidentes que le han dejado huesos rotos desde que empezó a montar profesionalmente.
Uno de los más graves ocurrió en México, cuando un caballo se desplomó mientras corría a todo galope. El golpe dejó al jinete inconsciente por ocho horas y seis meses en recuperación.
A pesar del peligro, Vallejo afirma que no dejaría su trabajo por nada en el mundo.
"Cuando tienes un tiempo sin montar, como que te desesperas", dijo Vallejo.
El jefe
Bobby Touchet tiene un buen ojo para los caballos.
"Cada animal tiene sus propias características. Unos tendrán el cuerpo perfecto, pero si no tienen el deseo, el corazón para ganar, no lo van a hacer", afirma.
Él sabe lo que dice, ya que se la pasa evaluando y comprando caballos de carreras. Aparte de ser empresario, Touchet entrena a sus propios caballos y los de algunos clientes.
"Te toma entre 20 a 25,000 dólares para comprar uno bueno. Cada caballo toma un promedio de entre 1,300 a 1,400 dólares al mes para mantenerlo entre cosas como el veterinario", dijo Touchet, cuya madre es del sur de Texas.
Touchet dijo que tarda entre tres y cuatro meses determinar si un caballo puede ser entrenado para ganar carreras.
El dueño de un establo dijo que toma mucha dedicación mantener caballos de carreras y da todo el crédito a sus empleados.
"Les gusta este trabajo. Son siete días a la semana y se levantan desde las 5 a.m. A veces tenemos carreras hasta la noche y no terminamos hasta las 11 o 12. No te queda tiempo más que para bañarte, cenar algo, irte a la cama y despertar" en unas horas, dijo Touchet. "No todos pueden hacer eso".
Fuente: aldiatx
domingo, 28 de septiembre de 2008
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