domingo, 21 de septiembre de 2008

El gran show del desierto

USA - Las Vegas. En el estado de Nevada, la mítica ciudad de neón asombra con sus casinos y fastuosos hoteles. Las calles y los personajes.
La frágil viejita que ahora está frente a mí tirando de la palanca de la máquina tragamonedas no se parece en nada a los jugadores de Las Vegas que aparecen en las películas. Su figura no encaja en la galería de personajes típicos de este mundo de excitación y fantasía. La mujer debe tener más de 70 años, es muy delgada, usa un vestido celeste y no saca la vista de la pantalla de la máquina. Lleva horas allí, esperando que esta vez sí, que esos excitantes segundos que van entre el movimiento de la palanca de la máquina y las figuras que se alinean en la pantalla la conviertan en una nueva millonaria, igual que todos los que llegan hasta esta extraña ciudad de neón, estampada como un tatuaje en medio del inmenso desierto de Mojave, estado de Nevada, en el sudoeste de los Estados Unidos.
Al lado de la viejita está jugando un hombre de camisa blanca con charreteras y botas con taco y, más allá, a las risotadas, un grupo de jóvenes de rasgos orientales y costumbres de Occidente. En las enormes y estridentes salas de los casinos –abiertas las 24 horas, porque el azar no descansa– hay de todo: rubias estilo barby; grupos de chicas y chicos en plan de diversión; negros estilo NBA con arito y tatuajes; matrimonios bastante mayores; hombres y mujeres de ropa extralarge que se desplazan con esfuerzo; señoras vestidas como para ir a misa; parejas con aspecto de deportistas y cultores de la vida sana; mujeres enfundadas en joggings de colores llamativos (fucsia, naranja, rojo).
También están, por supuesto, esos personajes que parecen haber nacido para vivir entre las mullidas alfombras y los sonidos de las fichas de los casinos: hombres mayores con pelo teñido y traje blanco; italoamericanos con cadenas de oro y texanos con aspecto de millonarios.
Las Vegas no sabe de treguas. Se juega a toda hora: a las tres de la tarde o a las seis de la mañana, da lo mismo. "Son como chicos con un juguete nuevo, pasan horas aquí, se van y al rato están otra vez jugando", dice María, una joven de ojos verdes y pelo corto y negro, que trabaja en el hotel Paris como croupier en una de las pocas ruletas que sobreviven entre las tragamonedas y las mesas de black jack, dados y póquer.
Prohibido para menores
Apenas se atraviesa por aire la roja aridez del desierto y se aterriza en este parque de diversiones prohibido para menores, apenas se recorren unos pocos metros en el aeropuerto MacCarran –siete, ocho o a los sumo diez metros– se empieza a escuchar el monótono sonido de las máquinas tragamonedas; un sonido que, a fuerza de repetirse a cada paso en esta intensa y sorprendente ciudad, acabará por convertirse en una molestia que sólo terminará, por fin, al abordar de nuevo el avión.
En este aeropuerto, que recibe 40 millones de visitantes al año, las máquinas no están dispuestas como un emblema obvio de "La ciudad del juego", o como un modo de decir "Bienvenido"; no, están para desafiar al azar apenas se arriba o cuando quedan unos pocos minutos para buscar revancha. Hay cientos de tragamonedas y casi todas están ocupadas.
Más allá, en el siguiente salón, las hileras de máquinas llegan a escasos metros de la cinta transportadora de valijas; pareciera que el recorrido de la cinta se hubiese trazado en el espacio que quedó libre. El sonido de las tragamonedas retumba en el amplio salón. Habrá que acostumbrarse, porque las máquinas, además de estar en los hoteles y casinos, invaden los espacios más insólitos, desde supermercados hasta shoppings y bares. Hagan juego, señores.
El mundo, en una calle
El taxi parte del aeropuerto y toma el Boulevard Las Vegas, conocido como The Strip. Estamos en el corazón de este oasis del azar. La avenida recorre unos siete km y es lo más parecido a una escenografía de las maravillas del mundo, y la muestra de que en Las Vegas si las cosas no se hacen de un modo grandioso y espectacular, no vale.
The Strip es la calle de los gigantescos y fastuosos hoteles-casino, de los espectáculos y los shoppings. Aquí Las Vegas fanfarronea con ser otras ciudades del mundo. Y juega a lo que mejor sabe jugar: al juego de la ilusión y la fantasía.No queda menos que sentir un cosquilleo de incomodidad y algo de vergüenza al encontrarse sacando fotos frente al Hotel Venetian. Porque, por más que se le parezca tanto, esa no es la Piazza San Marco, ni esos canales son el Gran Canal de Venecia. Tampoco esa florida plazoleta, aunque logre captar la atención, es la glamorosa Plaza Montecarlo. Y ese perfil de edificios que obliga a mirar para arriba no es Manhattan, sino el Hotel New York, New York, otro de los espejismos de Las Vegas.
Aquí nada es lo que parece ser. ¿Importa que se trate de simples copias? No lo pareciera para esos grupos de personas que se toman fotos con la Torre Eiffel y el Arco del Triunfo del Hotel Paris como fondo. Tampoco parece molestarles mucho a todos esos turistas que arrojan monedas de espaldas a la Fontana di Trevi, aunque sea un poco más chica que la de Roma.
Pero no todo es copia en Las Vegas. Ni siquiera todo es juego. Prueba de ellos son las obras de arte que se exhiben en los grandes hoteles, museos y galerías. Hay para elegir: desde las exposiciones del museo Guggenheim a las obras de Van Gogh, Monet o Picasso en el hotel Bellagio o Andy Warhol en el Mandalay Bay. En el renglón de los espectáculos, la cartelera no tiene nada que envidiarles a las grandes ciudades del mundo. Esta semana, por ejemplo, reúne a Elton John, Cher, Bette Midler, Cirque Du Soleil, Barry Manilow y Motley Crüe, además de ilusionistas y comedias al estilo Broadway.
Cambio de piel
Con dos millones y medio de habitantes, varios de los hoteles más grandes del mundo y una capacidad hotelera cercana a las 135.000 habitaciones, no es difícil imaginarse qué distinto hubiese sido este lugar sin el juego. Las apuestas se legalizaron en 1931, en lo que en ese momento era un adormilado pueblito en medio del inmenso desierto rojizo. En 1946, Bugsy Siegel, un gánster de la costa oeste, construyó el primer hotel de lujo: Flamingo. Al año siguiente fue asesinado. Bugsy soñó con construir una nueva ciudad, lujosa y libertina, pero nunca debió haber imaginado que aquel polvoriento pueblo se iba a convertir en la capital mundial del juego.
Y Las Vegas no para. Por todos lados se ven construcciones y, aunque recién hayan puesto los primeros ladrillos, ya se adivina que serán gigantes de cemento y neón. Los proyectos y obras en ejecución suman 30.000 millones de dólares. "Las Vegas se reinventa constantemente para permanecer como uno de los destinos más excitantes del mundo", dice Rafael Villanueva, director de la Oficina de Visitantes de Las Vegas.
Tanto los hoteles clásicos como los más modernos ofrecen mucho más que hospedaje y juego. Tienen piletas, spa, capilla, shows, restaurantes de reconocidos chefs, cafés, joyerías, tiendas de souvenirs y negocios de ropa; un laberinto que podría ser visto como un moderno mercado persa, donde nunca está muy claro si ya se pasó por aquí o si hay que ir a la derecha o a la izquierda para llegar a la salida.
Golpes de efecto
Por la tarde, cuando la temperatura empieza a bajar de los 40 grados que alcanza al mediodía y el sol deja de caer como brasas, es el mejor momento para recorrer The Strip. El Monorail, un tren en altura que conecta los hoteles, ofrece una vista insuperable de la ciudad. Y ya bajo las sombras de la noche, Las Vegas muestra su cara más espectacular. Las aguas danzantes del hotel Bellagio, las enormes pantallas que publicitan espectáculos, los imitadores de Elvis Presley, los íconos turísticos del mundo agrupados en unas pocas cuadras, el neón que brilla por todos lados; una postal envolvente, mezcla de parque de diversiones y videojuego, excesiva y acaso risueña, pero hipnótica, llamativa y fascinante.
"Agarre amigo, que no se va a arrepentir", dice uno de los tantos latinos que copan las esquinas de The Strip y reparten tarjetas con fotos de mujeres como Dios las trajo al mundo. No importa quién pase: joven o viejo, hombres solos o en pareja, a todos les ofrecen tarjetas. Por las madrugadas, las veredas quedan tapizadas con esas estampitas. El servicio también es promocionado por autos que llevan fotos de mujeres en tamaño natural (en este caso, con ropa) y la siguiente frase: "En 20 minutos en su habitación".
En la otra punta de la ciudad, en el centro de Las Vegas, donde están los primeros casinos y se respira un clima algo más genuino, está The Fremont Street Experience, una peatonal de cuatro cuadras con un techo-pantalla formado por un millón y medio de lamparitas. Allí se proyectan videos de rock, guerras galácticas o escenas en el fondo del mar. Puro impacto.
Así es Las Vegas. Todo es llamativo, todo es sorprendente, todo es excitante. A cada golpe de efecto, sin respiro, le sigue un nuevo golpe de efecto. Así es Las Vegas. La tomas o la dejas. Pero jamás la podrás olvidar.
Fuente: clarin

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