Uruguay - En medio de la tormenta política generada por el denominado caso Bengoa, y cuando algunos ex jerarcas municipales de la administración Arana se preguntan si no terminarán corriendo, por acción u omisión, la misma suerte que el procesado ex director de Casinos, la izquierda que gobierna se enfrenta al desafío de manejar con transparencia dos licitaciones clave: la que concederá la remodelación y explotación del Hotel Casino Carrasco y la que dotará al puerto de Montevideo de una segunda terminal de contenedores.
La primera podría, finalmente, devolver el esplendor de antaño a un edificio emblemático de Montevideo que hoy apena la mirada. Está en ruinas y es un símbolo de lo que nos cuesta a los uruguayos tomar determinaciones que, para cualquiera, serían muy claras. ¿Acaso no puso la izquierda el grito en el cielo a mediados de los ochenta, hace más de veinte años, cuando la administración del entonces intendente Elizalde puso sobre la mesa la oferta de un grupo estadounidense interesado en obtener una concesión a treinta años para recuperar el edificio?
La segunda consolidaría el fortísimo crecimiento que el puerto de Montevideo ha experimentado desde que la administración del ex presidente Lacalle, contra la opinión de la izquierda y el sindicato portuario, reformó para siempre el puerto y lo puso en condiciones de empezar a competir.
Ahora, la izquierda -la misma que antes se oponía a todo y a todos- es la que debe impulsar los cambios y generar oportunidades para que la inversión llegue al país, genere trabajo y oportunidades, y -con perdón de la palabra- produzca riqueza.
Es clave, por el bien del país, que esos procesos sean claros y transparentes. Que las reglas de juego sean claras para todos. Que se generen las condiciones para que los mejores, los más calificados, se sientan atraídos por los proyectos que Montevideo y el Uruguay ofrecen. Y que gane el "más-mejor", como decía aquel, porque si eso pasa Montevideo recuperará una verdadera joya arquitectónica de la que alguna vez todos estuvimos orgullosos y el país ganará un puerto cada vez más fuerte, más pujante, más competitivo con su similar de Buenos Aires y con otras terminales de la región.
Todo indica que ninguno de los dos procesos ha comenzado bien. En el caso del Hotel Casino Carrasco, se dice que una diplomática que representa en Uruguay a un país europeo ha dicho, a quien le quiera escuchar, que su gobierno le ha encomendado seguir paso a paso el proceso licitatorio para garantizar la transparencia y cristalinidad del mismo. Si hay transparencia, habría afirmado, un grupo inversor originario de su país, que participará de la licitación, debería ser el ganador.
En el caso del puerto de Montevideo, un embajador ha afirmado públicamente que su gobierno defenderá el interés particular de un grupo privado, que ya opera en el país, y que entiende que no corresponde llamar a una segunda licitación para construir y explotar una segunda terminal de contenedores.
¿Qué deberíamos esperar de estos dos procesos? Que sigan saliendo embajadores a defender, en público o en voz baja, a los intereses de las empresas de su país, mientras el gobierno uruguayo y en particular la Cancillería hacen la vista gorda. Que cada quien presione tanto como para que, al final, nada suceda y las licitaciones naufraguen. Que todo quede en nada, por temor a lo desconocido o al riesgo político de una licitación, y que eso nos deje al puerto asfixiado y al Hotel Carrasco como un asentamiento de lujo.
Ojalá que el gobierno que nos gobierna entienda que el mundo está mirando.
Fuente: elpais
miércoles, 27 de febrero de 2008
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