lunes, 5 de noviembre de 2007

Macao siempre gana

El Casino Lisboa, en el casco viejo de Macao, concentra el encanto del pionero. Sus neones, casi tímidos, anticipan un aire saturado de humo, alfombras deshilachadas, muros ocres, ceniceros desconchados, tapetes de verde desvaído y bocadillos baratos de un sospechoso fiambre en la planta baja. Decenas de chinos, ni un solo extranjero. La tipología, poco glamourosa, es la de un domingo por la mañana en un parque: padres con hijas, amigas sesentonas...
El aire se aclara a medida que se suben los pisos. Las lámparas de araña se agrandan y el mármol devuelve tu imagen. Un lujo añejo. Club del Dragón de Oro, Riqueza, Triunfo... los nombres de los salones privados tientan. En uno de ellos, por encima de una montaña de fichas asoma la cabeza reconcentrada de un hombre, rodeado de una cuadrilla habitual: una chica en minifalda colgada de su brazo y seis o siete tipos que gesticulan y aúllan al croupier para darle mal fario cuando saca su carta. La apuesta mínima es de 8.000 euros; la máxima, de 150.000. El camarero vio una noche a un hombre perder 4 millones de euros; a otro, ganar ocho. "Pero si quieres ver a ricos de verdad, vete al Sands", susurra.
El Sands, el Wynn, el Galaxy... los nuevos y relucientes casinos de capital extranjero que brotan por doquier, incluso en terrenos ganados al mar, han hecho de Macao el mejor destino para perder la camisa. Macao concentra más interés que la gran mayoría de las anodinas ciudades chinas, pero la arquitectura colonial de su centro histórico o el bacalao a la bras y otras joyas gastronómicas portuguesas son secundarias. Autobuses de los casinos peinan la ciudad y ofrecen conducir al redil a los turistas, quienes ya han aprendido las reglas del blackjack en las pantallas de televisión del ferry que les ha traído desde Hong Kong. El tiempo no importa en Macao, los casinos no cierran y carecen de ventanas que desvelen que ya ha amanecido. Tampoco cierran las tiendas de lujo -Cartier, Channel, Dior- para los afortunados.
Todo ha ido muy rápido desde que los colonizadores portugueses legalizaron la primera casa de apuestas en 1847. Hasta que fue devuelto a China en 1999, Macao era un canallesco conglomerado de putas, casas de empeños, mafias y bandidos de todo pelaje. Ahí reinaba Stanley Ho, magnate hongkonés que disfrutó durante 40 años del monopolio del juego. Sus defensores subrayan su afinidad con el Vaticano y las fotos con Bill Clinton, George Bush o la Reina Isabel. Sus enemigos inciden en su amistad con el tirano norcoreano Kim Jong Il (tiene un casino en Pyongyang) o los vínculos con las triadas (mafias chinas) que se discutían los beneficios de las salas VIPS a tiro limpio.
Pekín había de demostrar cintura otra vez. Dos años antes, tras la devolución de Hong Kong, había permitido que la excolonia británica conservara su Parlamento, sistema judicial independiente y derechos humanos . Lo contrario habría supuesto la muerte del centro financiero. Lo de Macao no era más fácil: China prohíbe el juego y a la región sólo la sostiene el juego. También era evidente que Pekín no aceptaría ese menú delincuencial, así que el cierre del negocio parecía claro.
Hizo algo mejor: liberalizarlo en 2001. Abrió las ventanas a los agentes extranjeros y esperó que se ventilara. Permitir los derechos humanos en Hong Kong no fue menos audaz que compartir el rentable monopolio de los casinos con empresarios de Estados Unidos. China acertó. Ho estaba adormecido, criticado por el abandono de sus locales y sus trabajadores desabridos. A partir de ahí, la vorágine: entre 2002 y 2006, los casinos pasan de 11 a 24; las mesas, de 339 a 2.762; la facturación se dobla. Hay siete proyectos de casinos aprobados. La concentración de grúas es parecida a la del resto de China, pero aquí no se levantan anodinos bloques de cemento sino retorcidas estructuras doradas o plateadas, inminentes templos del kitsch. El skyline nocturno es una orgía de luces parpadeantes. Hay casinos que recrean el Palacio de Potala o la Gran Muralla.
Ho despertó. Levantó el Casino Grand Lisboa, mastodóntico como los de sus rivales americanos, y fichó al director del Sands. Son suyos 17 de los 24 casinos y el 53 % de la facturación total, pero los vientos no son favorables al nonagenario y aún exquisito bailarín. El Sands Macao, hasta esta semana el mayor casino del mundo, recuperó en un año lo que había costado. Sands inauguraba esta semana el Venetian, nuevo campeón. Es una recreación de Venecia, con sus canales y góndolas. Dispone de 3.000 habitaciones (ninguna de menos de 70 metros cuadrados), 350 tiendas, 30 restaurantes, un estadio de 15.000 espectadores, 4.100 mesas de juego y 850 mesas de juego.
El éxito de Macao no extraña. A los 1.300 millones de chinos les encanta el juego y sólo pueden jugar aquí. El despegue económico ha desparramado el país de magnates, y muchos de ellos son de la vecina Hong Kong. Más de 2.200 millones de personas viven a menos de cinco horas en avión, frente a 410 millones en el caso de Las Vegas. Jerry, hongkonés de 21 años, ha dicho a sus padres que iba al karaoke antes de embarcarse en el ferry, que le devolverá a la isla antes del amanecer. Apura un gin tonic en el Wynn tras perder 400 euros, el equivalente a cinco días de trabajo. "Esto no es bueno para la juventud ni para nadie", suspira. Chirang es un comerciante hindú de diamantes que reside en Bangkok y dice haber perdido 2.500 euros.
Macao doblará en ingresos de juego a Las Vegas en 2010, predice Harry Curtis, analista de JPMorgan. La excolonia tomó el relevo el año pasado: 6.950 millones de dólares frente a los 6.690 de la capital de Nevada, a pesar de que ésta cuenta con más mesas de juego (3.200 frente a 2.400) y tragaperras (55.000 frente a 5.200). ¿Cómo? Las tragaperras suponen en Las Vegas el 60 % de la facturación; aquí son ignoradas (apenas el 4 % de los ingresos). El 95 % del público en Macao es chino. Lo de apostar moneda a moneda les provoca tedio, son más propensos a abalanzarse al tapete y apostar con arrojo. Las mesas en Macao rinden el triple que las de Las Vegas. Otra diferencia: aquí sólo se bebe té, agua o zumos. Sorprende, ya que quizá sólo el alcohol gusta más a los chinos que el juego. "Venimos a divertirnos, pero también a ganar dinero. Hay que estar sereno", desvela un hombre sin despegar la mirada de la ruleta.
Nadie discute los casinos en Macao. Quizá estimulen la ludopatía o sean un mal ejemplo para los niños, pero aquí nadie se lo plantea. Primero, porque no hay macaense que no juegue. Es habitual ver a familias enteras en los casinos, como en otros sitios irían al cine. Bowie, 21 años y un salario de 800 euros como camarera del Wynn, tiene prohibido jugar aquí, pero junta 100 y se va al Sands. "No hay nada más excitante. Mis padres no me critican, ellos apuestan más que yo".
Hay tanta oferta como bolsillos. La apuesta mínima es de 10 euros, que se multiplica en las zonas VIP. En la del Grand Lisboa sube a 100 euros. A la del Wynn, una zona acordonada en la planta central, se accede tras cambiar 3000 euros en fichas.
Uno espera encontrarse con magnates, funcionarios del partido o banqueros -no hay escándalo de corrupción en China que no acabe con varios millones desparramados sobre las mesas de Macao-, pero sólo ve a sus hijos. Son veinteañeros con parecidos tejanos y camisetas a los que se ven en los karaokes de Pekín, pero que aquí gestionan despreocupados fichas mileuristas.
La zona Vip del Sands es otra cosa. Una planta cerrada y restringida a una exigua lista de socios, el tipo de lugar donde los famosos escapan de las miradas de la plebe. Los gorilas sólo se apartan tras enseñarles la tarjeta Paiza, el salvoconducto imperial que en tiempos de Marco Polo permitía al viajero moverse libremente. El boato casi incomoda: acabados en oro, porcelanas y sedas, salas privadas, masajes, peluquería y manicura...
La economía es la otra razón. Se ha duplicado desde la liberalización del sector, y el juego supone ya el 70 % de su total. Macao impone impuestos a los casinos del 35 % de sus ingresos brutos, y otro 5 % se invierte en desarrollo cultural y urbano. La renta per cápita es ya la segunda de Asia, sólo por detrás de Japón, tras superar a la de Hong Kong. Los turistas han crecido de siete millones en 1999 a 22 el año pasado. Es difícil que un macaense no pesque nada de ese trajín.
El paro ha caído del 8 % al 4 %. El Centro de Carreras de Turismo y Casino de Macao forma a los trabajadores de los casinos. Un paseo por sus aulas descubre a mujeres cocinando con grandes perolas, jóvenes agitando cocteleras o blandiendo la porra y aprendiendo defensa personal. El espacio mayor reproduce fielmente un casino: tragaperras, mesas de juego, ruletas e incluso una taquilla para cambiar las fichas. Sólo un par de pizarras recuerdan que es un colegio.
La profesión más solicitada es la de croupier. Lo intentan unos 3.000 y sólo 600 son admitidos. "Es el trabajo más difícil: requiere una buena memoria y conocimientos matemáticos", señala el director. En el curso básico, de cuatro meses, aprenden bacarrá y blackjack. Subir de categoría profesional -y de sueldo- requiere ir sumando juegos como la ruleta y dominar el inglés. También aprenden nociones de ética: un error suyo puede hacer millonario a un jugador. Si el error sucede, se espera que sea involuntario. "Prevenimos la corrupción, les hacemos ver que si el casino tiene beneficios, eso es bueno para los trabajadores", argumenta el profesor, con 20 años de experiencia en casinos de todo el mundo.
La escuela cuelga en su web los perfiles de los estudiantes y los casinos los contratan. Sai, 22 años, trabaja de crupier desde los 18 en el Crown Casino. "Gano mucho más dinero que si fuera funcionario y es un trabajo con mucho más glamour", explica junto a la ruleta. Un crupier gana de media 1.500 euros, el doble del salario medio en Macao. Eso explica que el índice de deserción escolar saltara en el año de la liberalización del 4,6 % al 7,6 %, o que la tercera parte de los que entran en la escuela sean universitarios. Tampoco eso preocupa mucho porque el empleo no faltará. Los crupieres son ahora el 7 % de toda la mano de obra local. En 2009, con las aperturas previstas, subirá al 10 %. Las 850 mesas del nuevo Venetian Macao, por ejemplo, necesitan más de 5.000 crupieres.
El Sands es un enorme bloque negro y alargado que recuerda un ataúd, con torres cilíndricas doradas y luces arrogantes. Dentro impresiona su ornamentación elegante y la limpieza. "Si pones algo bonito, la gente lo cuida. Muchos de nuestros clientes también van a los casinos de Ho, pero aquí no escupen ni tiran nada al suelo", Aclara Buddy Lam, relaciones públicas. Fuman igual, pero el humo se pierde en la amplitud del espacio. Una veintena de jugadores descansa en la barra, deleitándose con cuatro bailarinas occidentales de vestuario sucinto. Un crooner calca después canciones de Eagles y Paul Simon, se resbala con Shakira y acaba hundiéndose con La Macarena.
De la zona de las ruletas emerge un grito victorioso. Una joven salta y acerca hacia su regazo una montaña de fichas. Parece que hoy la fortuna la ha elegido a ella. Decenas de jugadores corren hacia la mesa, esperan que coloque sus fichas para seguirla y acompañan con sonidos guturales los trompicones de la bolita sobre la ruleta. Se esfuman lentamente tras el segundo fiasco. Permanece la chica con unas pocas fichas, quizá lamentando que la fortuna no le concediera más que un fugaz flechazo.
Apuesten por Macao. Siempre gana.
Adrián Foncillas - elperiodico.com
Todo Azar - Casino Group

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