jueves, 15 de noviembre de 2007

Los casinos de la vieja Managua y la leyenda de Howard Hughes

Había dos clases de casinos: los garitos, lugares de juego prohibido, administrados por altos militares de la Guardia Nacional, y los casinos históricos como el Copacabana, Monte Carlo, Pigalle y el Tropicana. Howard Hughes, uno de los hombres más ricos del mundo, soñó con una red de hoteles-casinos en Nicaragua.
Personaje de fábula, el excéntrico multimillonario Howard Hughes (1905-1976), a quien apodaban “Sonny” y que vivió sus últimos años recluido voluntariamente en el Hotel Intercontinental de Managua, donde rentaba un piso sólo para él, no pudo cumplir su sueño de construir en Corn Island un complejo de hoteles-casinos y acondicionar una playa para nudismo en el pacífico nicaragüense.
Dueño de la línea aérea TWA y de 1,600 acres de tierra en Las Vegas, Nevada, donde se legalizaron por primera vez los casinos en la década de los treinta; era ya un hombre maduro cuando llegó a Nicaragua, donde buscó una vida de ermitaño, ansioso por una asepsia total. Le angustiaba tanto el enfermarse por gérmenes del medio ambiente que terminó encerrándose, viendo pasar la vida desde una ventana de la pirámide del hotel.
Pero el terremoto del 23 de diciembre de 1972 lo obligó a salir a la calle y también a marcharse del país. Alguna vez se entrevistó con Anastasio Somoza Debayle y con su amigo el embajador de Estados Unidos, Turner Shelton. Pero su sueño quedó frustrado. No así el de otros casineros.
El Copacabana, el Tropicana, el Pigalle...
El primer casino en Nicaragua fue el Copacabana, recuerda el historiador y periodista Roberto Sánchez Ramírez. Este casino también fue llamado “Casino de la Playa”, donde hacían sus shows bailarinas cubanas. Desapareció con la inundación del Lago Xolotlán, que se lo tragó en 1954. Otro casino famoso fue el Monte Carlo, nombre inspirado en la famosa ciudad del Principado de Mónaco, donde están los casinos más famosos del mundo, explica Sánchez.
El Monte Carlo estaba ubicado en la esquina suroeste opuesta al Gran Hotel, donde después se construyó el famoso edificio de la Inmobiliaria de Seguros, llamado el edificio dorado de los nicaragüenses. Fue el primer casino que presentó streap tease y bailarinas muy ligeras de ropas, recuerda Sánchez.
Hubo otro casino en el kilómetro 7 Sur, el llamado Pigalle, cuya dueña era Asunción Ortiz, de origen español. También estaba el Tropicana, en el kilómetro 8 y medio de la Carretera Sur, el que luego quebró, pero su rótulo aún estaba en pie hasta hace poco.
Otro casino famoso fue el Versalles, ubicado a la entrada de Las Piedrecitas, propiedad del general José Iván Alegrett, jefe de operaciones de la Guardia Nacional, quien intentó hacer un complot contra Somoza y para ello contrató a unos soldados de fortuna. Alegrett moriría estrellado en una avioneta en la zona de Sapoá, Rivas.
El administrador del Versalles, dice Sánchez, era un gángster famoso llamado Nino Alvo, de origen italiano, pero no pertenecía a la mafia siciliana sino a “La Camorra” napolitana, más peligrosa aún.
“Nicaragua era entonces el país de los gángsteres, de los aventureros y de los soldados de fortuna”, recuerda Sánchez, quien para entonces era reportero del diario LA PRENSA.
Eran tiempos en que se bailaba “como chivo”, refregadito y los varones se peinaban el cabello con brillantina y calzaban zapatos combinados. En los casinos se combinaba la ruleta, el show con la música de la Sonora Matancera, como en el casino Olímpico, donde el hoy concejal de Managua, Denis Alemán, era un señor bailarín. El casino Olímpico quedaba ubicado en El Malecón, cerca del Copacabana y era propiedad de Ramón “Moncho” Bonilla, quien lo trasladó a las inmediaciones del Teatro Margot, cuando ocurrió la inundación del Lago Xolotlán.
El terremoto destruyó el Versalles, dice Sánchez. Al Copacabana, el lago se lo tragó, pues estaba sobre el agua. El edificio del Monte Carlo fue vendido a la Inmobiliaria, y el Pigalle cerró recientemente. El Tropicana también quebró.
Los garitos
-Sin embargo, el somocismo también tenía sus centros de juegos prohibidos. “Hasta el toro rabón y las ruletas fueron prohibidas por los Somoza, con el objetivo de controlar el negocio”, recuerda Roberto Sánchez Ramírez, “pues corrían miles de dólares por ahí”.
-De esta manera, surgieron los garitos, los centros de juego prohibido administrados por la Guardia Nacional. Allí se apostaba pesado. Un hombre llegó al extremo de apostar a su mujer en una mesa de póquer cuando ya había perdido todos sus bienes. Y también perdió a su mujer, mucho antes que Robert Redford filmara “Una propuesta indecorosa”.
-Los altos militares compartían con Somoza el cincuenta por ciento de las ganancias. Entonces, la palabra de un tahúr era ley. En uno de esos garitos asesinaron al mayor Juan Ramón Bermúdez, el oficial que investigaba la muerte del doctor Pedro Joaquín Chamorro Cardenal. Es un misterio quién ordenó el asesinato del mayor Bermúdez y hay quienes dicen que mandaron a silenciarlo.
-Después de los casinos y los garitos, estaban los burdeles, donde siempre había un área de juego, como en “El pez que fuma”, el “Estela Alfaro”, “El Baby Doll” y “Mandrake El Mago”.
Dados cargados
En los garitos había un gran personaje: “el coime”, que ganaba un porcentaje en cada apuesta. Al final de la noche era el único ganador. La movida comenzaba a las nueve de la noche y se prolongaba hasta las cinco de la mañana. En ocasiones se jugaba con los dados cargados con plomo, pero el que se atrevía a hacerlo, corría el peligro de no amanecer vivo para contarlo.
Por: Eduardo Marenco Tercero
Fuente: www-ni.laprensa.com.ni

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