sábado, 8 de noviembre de 2008

La Iglesia frente al auge del juego

Argentina - La iniciativa del Gobierno de la provincia de Buenos Aires autorizando la instalación de nuevas salas de juego, ha sido duramente criticada por uno de los hombres más influyentes del Episcopado Nacional, monseñor Jorge Casaretto. Los condenatorios conceptos no son nuevos sino que vienen a ratificar una línea de conducta coherente ante casos similares en otros puntos del país, y tienen vigencia no sólo en la provincia de Buenos Aires, sino en todo el territorio argentino.
“El poder económico de los grandes empresarios del juego y sus alianzas con los poderes políticos, son enormes. La compra de voluntades y de apoyos no re-conoce límites”, dijo Casaretto.
El tema es muy sensible para la actual administración, ya que notorios integrantes de su entorno, enriquecidos de un día para el otro, tienen en la explotación del juego su más fructífera fuente de ingresos, como es el casino flotante que funciona frente al puerto metropolitano, pese a todos los cuestionamientos que se le han formulado.
Casaretto es presidente de la Comisión de Pastoral Social y una de las voces más enérgicas de la Iglesia en la acción dirigida a frenar la difusión excesiva de la industria del juego. El mes pasado difundió una carta pastoral -recuerda Mariano de Vedia, un periodista especializado en estos temas- en la que transmite su preocupación por “la proliferación de las salas de juego, que han favorecido en la sociedad conductas adictivas con consecuencias fatales para muchas familias”.
En su carta pastoral -dirigida al millón de fieles de su diócesis, pero con vigencia para todos los argentinos- Casaretto recuerda que los bingos nacieron en un principio como inocentes salones de encuentro familiar, pero que “unidos al fabuloso negocio del tragamonedas, al alcance de todos los estratos sociales, se han ido convirtiendo en importantes centros de juego, y como tales, en destructores de vidas y ruina de una enorme cantidad de familias”. El monseñor identifica la difusión excesiva de esas casas, con la adicción y el consumo masivo cada vez más precoz de drogas y alcohol, denunciando además que el fenómeno de la exclusión está alimentado por el juego, la cultura de la dádiva, el alcoholismo y el reparto “de bienes y favores” del narcotráfico, todo lo cual “se está convirtiendo en la mayor hipoteca social del país”, situación que al tomar una dimensión estructural “es de muy difícil erradicación”.
Recordando pronunciamientos anteriores, se cita un pronunciamiento del obispo de Tucumán donde se señalaba que “cuando el juego de azar supera el límite de un entretenimiento familiar y amical, se convierte en un mal para la sociedad, más aún, cuando es organizado, promovido y explotado económicamente por particulares”.
En su interesante comentario, De Vedia recuerda que los hombres comienzan a jugar a los 15 años y las mujeres a los 30, añadiendo que existe una clara diferenciación a la hora de elegir el tipo de juego: las mujeres se inclinan por el bingo y los tragamonedas, mientras que los hombres lo hacen hacia las mesas del casino y las apuestas en el hipódromo.
Fuente: el-litoral

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