martes, 8 de julio de 2008

Josephine Baker

USA - Con su exótica y sensual forma de bailar y cantar, y su vestuario mínimo, conquistó París. Aquí, las intimidades de la ‘Venus Negra’.
Josephine MacDonald (luego Baker), nació el 3 de junio de 1906 en un barrio negro muy depauperado, al otro lado del río Mississippi, en St. Louis, Missouri. Carrie McDonald, su madre, había llegado allí dos años antes desde Carolina del Sur.
Carrie poseía un cuerpo hermoso y el don de la danza, su equilibrio era tan perfecto, que podía bailar con un vaso de agua sobre la cabeza sin derramar una gota. En un espectáculo de un teatro negro de la zona ella conoció a Eddie Carson, el padre de Josephine, un percusionista que tocaba en un grupo local de jazz. Al principio de su relación, Carrie y Eddie formaron juntos una pareja de baile y canto, y se presentaban en bares y salas de variedades.
Cuando Josephine nació, Carrie tenía 21 años y no estaba casada con Carson. Josephine fue una nena regordeta y su madre la apodó Tumpie.
A veces, Carrie acompañaba a Eddie llevando consigo a la pequeña Josephine a las casas de juego donde él tocaba jazz. Pero Eddie fruncía el entrecejo. Quería a Carrie libre, no con una niña en brazos. Antes de que Josephine cumpliese un año, él abandonó el hogar.
Carrie culpó a su hija de la pérdida de su compañero y el gran parecido de Josephine con su padre le molestaba, porque le recordaba al hombre que la había dejado. Por una mala jugada del destino, Josephine perdió a la vez el amor de su padre y el de su madre.
Pronto Carrie se casó con Arthur Martin, un hombre que trabajaba en una fundición local y quedó embarazada casi de inmediato. Cuando nació su hijo Richard, ella envió a Josephine a vivir a casa de su madre y su hermana Elvara.
La abuela McDonald era una mujer amorosa, que le gustaba leerle cuentos antes de dormir a su nieta. La historieta de la Cenicienta llenaba de fantasías y visiones la cabeza de Josephine, que soñaba despierta en convertirse en una princesa, con vestidos espléndidos y bajar por una gran escalinata donde todos tendrían que contemplarla. Años más tarde, ella confesaría:
—Eso me ayudaba a escapar de la realidad, aunque fuese por un rato.
Durante el tiempo que Josephine estuvo en casa de su abuela, Carrie tuvo dos hijas más con Martin: ellas fueron Margaret y Willie Mae. Eso convenció a Josephine de que su hermano y sus hermanas habían sido hijos deseados, pero que ella no lo había sido.
Cuando su madre la trajo de vuelta a casa, Josephine lo hizo con temor y se sintió como una extraña en la familia Martin, porque Arthur y sus hijos tenían la piel oscura, mientras ella era visiblemente más clara y era criticada. Según su madre, eso se debía a que su padre, Eddie Carson, tenía ascendentes españoles.
La cabaña en que vivían estaba invadida de chinches, cucarachas y ratas. Su padrastro taponaba con latas vacías los hoyos que abrían los roedores y cubría con periódicos las hendijas en las paredes para protegerse del frío. Arthur también hacía zapatos a los niños con papel de periódico y bolsas de carbón para que pudieran caminar en la nieve.
Un domingo, cuando Josephine regresaba de la iglesia, se enterró un clavo en un pie.
—Ay, ay... —gritaba de dolor.
Su pierna se inflamó terriblemente y su madre la llevó al médico, que recomendó amputársela. Josephine se puso histérica y se negó a que la mutilaran. El médico le realizó un doloroso drenaje y Josephine estuvo casi un mes sin poder caminar normalmente, pero salvó su vida y su pierna. Los gastos médicos fueron una abrumadora carga para Carrie, quien mantenía ella sola el hogar como lavandera.
Arthur había perdido su empleo y no hacía nada por encontrar otro.
Durante un tiempo, Arthur, Carrie y los cuatro niños durmieron en la misma cama. Los chicos con las cabezas hacia la parte inferior y la pareja en posición normal. Los pies de Martin despedían un olor tan nauseabundo, que a veces Josephine prefería dormir en el suelo envuelta en periódicos, que con los pies de su padrastro en la cara. Carrie se convirtió en una madre muy exigente, y no permitía que sus hijos fueran una carga económica. A todos les advertía que debían contribuir al mantenimiento de la familia, especialmen-te a Josephine:
—Como hija mayor, estás obligada a ayudar más —le decía.
Josephine se dedicaba a buscar en los latones de basura de los blancos alguna cabeza de pescado o quizás una papa perdida para que su madre preparara un caldo. Se trepaba a los vagones del ferrocarril para extraer carbón que arrojaba a sus hermanos, que la esperaban abajo para llenar un saco. Su única diversión era bailar. Aprendió a hacerlo en las calles y las casas del St. Louis negro. Pero cuando Josephine cumplió los 8 años, Carrie la envió a vivir y trabajar en casa de una mujer blanca, de apellido Keiser. Muchas serían sus obligaciones, le explicó la señora:
—Te levantarás diariamente a las cinco de la mañana para encender el fuego y pelar las papas, después vaciarás los orinales, barrerás las habitaciones y fregarás los escalones de la entrada. Una vez por semana, te encargarás de lavar la ropa.
Esa tarea tendría que realizarla antes de las ocho de la mañana, porque por ley los niños debían asistir al colegio.
La Keiser dio por cama a Josephine una caja de madera en el sótano, junto a un perro nombrado Three Legs y una gallina llamada Tiny Tim. Esta mujer era cruel y pronto comenzó a abofetear a Josephine por cualquier nimiedad, como que se le rompiese un plato o le propinaba una paliza si se levantaba tarde. Su régimen de trabajo y terror hicieron que Josephine perdiese el apetito y diese su comida al perro y a la gallina. Pronto se quedaba en pura piel y huesos.
Según Marcel Sauvage, autor del libro Les Mémoires de Josephine Baker, los únicos amigos de Josephine eran Three Legs y Tiny Tim, y un día la señora Keiser le ordenó que matase a la gallina. Con gran confusión, Josephine sujetó a Tiny Tim entre las piernas y le estiró el pescuezo que cortó con unas tijeras. El ave se retorció por el suelo hasta quedar muerta y sangrante. Entonces Josephine besó a Tiny Tim y aún le tocó desplumarla.
Otro día la señora Keiser castigó a Josephine por echarle demasiada lejía a la ropa: le sumergió las manos en agua hirviendo. Sus gritos fueron escuchados por los vecinos, que la llevaron al hospital con graves quemaduras. El médico avisó a Carrie, quien se llevó a su hija de nuevo a casa. Pero no bien se hubo curado Josephine, su madre ya le había encontrado otro empleo en casa de la señora Mason. Esta daría habitación y comida a la niña a cambio de diversos trabajos. La nueva ama fue más del agrado de Josephine. En su libro de memorias titulado Josephine, escrito por ella y Jo Bouillon, Josephine contó que la señora Mason le compró bonitos vestidos y zapatos, la alimentaba bien y la llevó a visitar un teatro. Era cariñosa con ella y aunque tenía que trabajar le daba tiempo para jugar.
Un día, la señora Mason la ayudó a armar un teatro en el sótano de su casa con cortinas de terciopelo que le regaló. Le ajustó uno de sus vestidos y le dio un gran sombrero con largas plumas. Luego permitió que los amiguitos de Josephine asistiesen a las funciones que ella daba, donde bailaba y hacía mímicas con todo el corazón, sintiéndose como una verdadera estrella cuando la aplaudían.
Pero la dicha acabó cuando el señor Mason intentó propasarse con Josephine y a su querida protectora no le quedó otro remedio que devolverla a casa.
—¡No sé qué anda mal contigo! —le dijo su madre, bastante disgustada.
Josephine supo que necesitaba urgentemente buscar la forma de ganar dinero o su madre se ensañaría con ella.
Comenzó a incursionar en las zonas más pudientes de la ciudad. De puerta en puerta se ofrecía para cuidar niños, para tareas domésticas o pulir pisos. Como era pequeña y delgadita, la gente titubeaba en darle trabajo, pero ella sonriente mentía:
—Sé que parezco pequeña, pero en realidad tengo 15 años.
En 1917, teniendo Josephine 11 años, ocurrieron en St. Louis los enfrentamientos de los blancos tratando de recuperar el terreno ganado por los negros durante la Primera Guerra Mundial. Hubo incendios, balaceras y ella vio a mucha gente huir abandonando sus hogares. Estos hechos la traumatizaron.
A los 13 años, Josephine ya trabajaba como mesera en The Old Chaffeur’s Club, un lugar de reunión de los músicos jazzistas. En los descansos ella entretenía a la clientela cantando y marcando algunos sencillos pasillos de baile. A los ocho meses de estar trabajando en el club, Josephine conoció a quien sería su primer esposo, un joven negro llamado Willie Wells.
Ellos celebraron una boda tradicional. Josephine lució un vestido de novia blanco y los invitados degustaron chuletas de cerdo. Carrie les había cedido una habitación en casa. El matrimonio terminó pronto, cuando Josephine le rompió una botella en la cabeza a Wells por defenderse y él desapareció.
Josephine volvió a su trabajo de camarera, pero como su gran ambición era ser artista, pronto se unió a un grupo de músicos callejeros llamados The Jones Family Band. El señor Jones tocaba la trompa, su esposa la trompeta, y la hija de ambos, el violín.
Ellos admitieron a Josephine para dar más vida a sus presentaciones. La señora Jones le enseñó a tocar el trombón y ella lo hacía mientras ejecutaba unos simpáticos pasos de danza. Usualmente tocaban ragtime en la entrada de los bares y salas de billar y luego pasaban el sombrero para recaudar dinero. El pago de Josephine era la comida y era tan escasa que no tardó en regresar a su casa más delgada que nunca.
Josephine tenía aspiraciones de actuar en el Booker T. Washington Theater, la sala de variedades negras. Aunque era muy pequeña y escuálida, se atrevió a pedirle trabajo de corista a Bob Russell, el gerente de los Dixie Steppers, un grupo que se estaba presentando en el teatro. Después de insistir varias veces, Russell le dijo un día:
—Está bien, chiquilla, vamos a probarte. Vete allí con las chicas del coro.
Apenas el pianista tocó las primeras notas, Josephine comenzó a bailar, pero no como lo hacía el resto. Su cuerpo se movía como si le hubiesen prendido fuego. Algunas chicas se rieron y Russell ordenó parar la música.
—Tengo una parte para ti —dijo el gerente—. Tú serás nuestro Cupido. Repórtate mañana a los ensayos.
El día del estreno, una cortina rosada se abrió y aparecieron dos enamorados parados en un balcón. La pareja comenzó a cantar y de pronto Josephine, disfrazada de Cupido, atravesó volando el escenario, suspendida por unos alambres desde el techo. En su rostro lucía una hermosa sonrisa. Pero los alambres se enredaron con las alas y la hicieron quedar girando sobre la cabeza de los enamorados que proclamaban su amor. Josephine pataleaba tratando de destrabarse y hacía caras mientras el público estallaba en risas.
Russell también se reía a un costado del escenario. El incidente fue un éxito y muchos espectadores reservaron asientos para la próxima función. Pero Josephine pensaba que sería despedida.
—No te preocupes, pequeña, desde ahora te quedarás toda la temporada y vas a repetir lo mismo que hiciste hoy.
El teatro estuvo lleno por días.
Cuando los Dixie Steppers partieron de St. Louis, para continuar su gira, Josephine le rogó a Russell que la llevara con ellos.
—Por ahora no tengo nada que ofrecerte sobre el escenario, a no ser que quieras ser la asistente de Clara Smith —le dijo.
La Smith era la cantante de blues y la estrella del elenco. Josephine aceptó y partió solo con el vestido y los zapatos que llevaba puestos, que era casi lo único que tenía.
—Al menos no lleva equipaje que estorbe —comentaron las coristas.
Era la primera vez que ella montaba en tren y estaba excitada. Josephine comenzó a ganar 9 dólares a la semana por ayudar a vestir a Clara Smith, peinar su peluca roja, planchar su ropa y reparar los descosidos. De la cantante aprendió el glamour y la disciplina profesional, al mismo tiempo que se familiarizaba con las peculiaridades del mundo del espectáculo.
Viajaron por varios pueblos del sur hasta llegar a New Orleans. Después, tomaron rumbo norte hasta Filadelfia.
En abril de 1921, se le presentó a Josephine la oportunidad que esperaba. Los Dixie Steppers actuaban en el Gibson Theater de Filadelfia, cuando una chica del coro enfermó y ella fue designada para sustituirla. En Filadelfia, Josephine encontró un nuevo amor en un apuesto mulato llamado Willie Baker.
—Fui jockey, pero ahora trabajo como auxiliar en los ferrocarriles —le dijo él.
Se casaron en un abrir y cerrar de ojos. Josephine tenía 17 años y su segundo esposo la llevó a vivir a casa de su madre. Su posición fue bastante humillante, pues su suegra opinaba abiertamente que su hijo había hecho un triste matrimonio con ella, que era una corista de tercera clase, y encima de piel oscura. Josephine parecía más clara en casa de los Martin y más clara que las chicas del coro de los Dixie Steppers, en cambio parecía oscura entre los Baker, de tez más blanca.
Para ella era doloroso e inconcebible que la gente de su raza se discriminara entre sí por las variedades de tonos de la piel.
Los Dixie Steppers representaron la comedia musical Shuffle Along de Sissle y Blake, en New Jersey, Pensilvania y Washington D.C. y se fueron a New York, pero Josephine se quedó en Filadelfia, porque no le dieron papel alguno.
Como su matrimonio había fracasado, y ella estaba obsesionada por trabajar en Shuffle Along y conquistar Broadway, la aún adolescente Josephine tuvo el coraje de abandonar a su marido y se fue a New York. Después se divorciaría de Baker, pero conservó el apellido de él siempre.
Al llegar a New York, Josephine durmió en los bancos de los parques durante un par de noches, hasta que localizó en el teatro a Wilsie Caldwell, una corista, y a su esposo que era bailarín, quienes la habían visto actuar en el Gibson Theater y pensaban que ella era fenomenal. Estos no eran amigos suyos sino conocidos, no obstante la ayudaron en lo que les fue posible.
Josephine se presentó a una prueba para entrar a formar parte del elenco de Shuffle Along, pero no le dieron el puesto porque era muy pequeña y delgada. En cambio le ofrecieron empleo como ayudante.
—No, gracias —rehusó ella—. Ya lo he hecho antes y lo detesto.
Wilsie Caldwell la convenció de que aceptara y se aprendiera todas las canciones y bailes, y que cuando alguien enfermase, ella tendría la oportunidad de actuar. Así sucedió; una corista reportó que estaba embarazada y Josephine pasó a ocupar su lugar, pero muy a su estilo.
Según la biógrafa Phyllis Rose, en su libro Jazz Cleopatra, una vez en el escenario se produjo la transformación mágica de Josephine cuando estalló en una actividad frenética. Parecía mover cada parte de su cuerpo. Hizo de payaso hasta la extravagancia, incapaz de controlarse. Se ponía bizca, tropezaba con sus propios pies mientras que las demás chicas ejecutaban sus pasos al unísono. Ella era la chica cómica del coro, la que estaba al extremo de la fila, la más delgada y pequeña. El público chiflaba y la aplaudía fascinado, pero sus compañeras la odiaban. Eva Spencer, una cantante, dijo sollozando y señalando a Josephine:
—¿Ustedes la vieron? Ella me robó el show con sus caras tontas. Hay que sacarla. Es ella o yo.
Todas dejaron de hablarle. Los críticos escribieron de Josephine: ‘Es una revelación’... ‘Ha nacido una comedianta’... ‘Tiene un sentido único del ritmo’... ‘Es imposible quitar los ojos de la pequeña con los ojos bizcos’.
Josephine se labró una reputación propia y se convirtió en un éxito de taquilla. Pronto hacía solos y su don radicaba en su improvisación espontánea. Ya ganaba 30 dólares a la semana, pero sus compañeras la llamaban despectivamente ‘mona’.
Durante casi dos años, ella permaneció en el espectáculo recorriendo los Estados Unidos hasta la clausura de la obra.
En una oportunidad fue a St. Louis a visitar a su familia. Llegó elegantemente vestida causando la admiración de todos. Todavía Josephine no era la gran estrella, pero no le había ido mal en el mundo teatral de las grandes ciudades. Quedó horrorizada ante la suciedad de la casa de su madre. Había platos sucios hasta debajo de las camas. Josephine dio dinero a su familia y les prometió enviar más cada año.
En la segunda producción titulada The Chocolate Dandies, Josephine pasó a ser una de las figuras principales del elenco con un salario semanal de 125 dólares.
Al terminar la temporada, Josephine trabajó en el Plantation Club, un centro nocturno a gran escala, que presentaba una revista musical negra en el cruce de Broadway y la calle 50. Ethel Waters era la estrella principal y Josephine formaba parte del coro, aunque cada noche ejecutaba un solo especial.
En eso llegó a New York Caroline Dud-ley, una productora que estaba casada con el agregado comercial de la embajada norteamericana en París y venía dispuesta a formar su compañía y llevar la Revue Nègre, una revista negra del tipo de las de Broadway, introduciendo el charlestón. Ethel Waters era la cantante y bailarina que ella había ido a contratar al Plantation Club, pero esta no estuvo dispuesta a trasladarse a París.
Josephine se deslumbró con el proyecto de Caroline Dudley, una mujer de aspecto elegante como ella misma quería ser y pensó que tendría mucho que enseñarle. La Dudley había venido por una cantante. No obstante, pensó que su grupo ganaría si incluía a una bailarina sensual y excepcional comedianta como Josephine. Pero ella quería cantar.
—Puedo hacerlo. He sustituido a Ethel Waters cada vez que ha sido necesario —intentó convencerla.
Pero la Dudley no cedió: sabía que podría encontrar una cantante mucho mejor que Josephine, pero no una bailarina cómica mejor que ella. Le ofreció un salario de 125 dólares que al cambio de moneda le sería mucho más favorable en París, pero Josephine, que ya se sabía valorar, aceptó por 200 dólares.
El giro que daría su vida sería drástico, tendría que dejar Norteamérica y adaptarse al idioma francés, aunque unos camareros franceses amigos suyos le habían dicho que para los negros la vida era mejor en Europa. Ellos también le dieron un consejo:
—Si quieres conquistar al público de París, sedúcelo siendo elegante y hazlo reír.
Josephine se embarcó en el transatlántico Berengaria, con el grupo de la Dudley formado por 25 artistas en total, entre cantantes, bailarines y músicos, la mayoría de ellos de piel muy oscura. Ella llevaba un diccionario de bolsillo con el que comenzó a estudiar palabras en francés. El barco atracó en Cherburgo el 22 de septiembre y ese mismo día tomaron el tren con destino a París.
La bella ciudad le fascinó. Al principio, Josephine se hospedó en hoteles, después decidió ahorrar dinero y compartió un apartamento con la cantante Maud de Fores y una corista que llamaban Mamie. La Revue Nègre se presentó en el teatro de los Campos Elíseos y causó gran sensación en París.
—Me sorprende tanto entusiasmo —exclamó Josephine leyendo las críticas que sobre ella aparecían en la prensa escrita.
La llamaban la Venus Negra y decían que se movía como una serpiente. Los blancos creían que ella venía de la selva y Josephine se reía de su imaginación.
El famoso pintor y dibujante francés Paul Colin la había pintado desnuda para los carteles de propaganda. Luego él la había llevado al famoso diseñador monsieur Poiret, para que la vistiese con elegancia.
Josephine asistía a fiestas por todo París con Caroline Dudley y Paul Colin, donde se reunían grandes celebridades.
Pronto ella recibió en su camerino a un amable señor que hablaba con fuerte acento el inglés: era Paul Derval, el director del famoso Folies Bergère, de París, que le hizo una oferta para unirse, en la temporada siguiente, a su teatro como estrella de un nuevo espectáculo.
Como primer paso ella fue a ver la obra que se presentaba en aquel momento, Un soir de Folie. Le encantó comprobar que había algunos bailarines negros trabajando y le dijo a Derval:
—Acepto su ofrecimiento, pero le ruego que retengan a todos los bailarines negros en la temporada siguiente.
—Eso no será un obstáculo —le asegu-ró el director.
Josephine besó jubilosa un centavo que era su amuleto de la buena suerte. Pero estaba un poco despistada. Aceptando el contrato con el Folies Bergère ignoraba el que tenía firmado con Caroline Dudley y se metería en problemas legales.
A finales de noviembre, la Revue Nègre se presentó en el teatro de L’Etoile, en la avenida de los Campos Elíseos, manteniéndose en cartelera todo diciembre. Caroline le dijo:
—Yo ya estoy planeando una gira por toda Europa hasta Moscú.
Pero como la nueva revista del Folies Bergère se estrenaría en abril, Josephine le dijo que tendría que volver antes para las pruebas de vestuario y los ensayos. Caroline se enfureció, porque Josephine no le había consultado ni mencionado nada antes referente a la oferta del Folies Bergère. Amargada porque perdería dinero por la ida de Josephine, le dijo:
—Vas a ser un maniquí emplumado.
Berlín era en esa época tan rutilante como París. Max Reinhard, el más famoso director de Alemania, vino a verla una noche y le habló de lo maravillado que estaba de su talento. Le pidió que se quedará en Berlín y que le permitiera entrenarla en el Deutsches Theater.
—Haré de usted un éxito —le dijo.
Josephine comenzó a asistir a las funciones del Deutsches Theater y pasaba horas con Reinhard.
Ella estaba pensando quedarse en Berlín, pero una noche conoció en una fiesta a un francés que le dijo:
—Deseo verla en el Folies Bergère.
—No lo tenga por seguro —respondió.
El individuo era amigo de Derval y le informó que Josephine parecía haber cambiado de opinión. La noticia dejó atónito al director, que envió un agente a Berlín para hablar con ella. Este le explicó que Derval ya había contratado a diseñadores para su vestuario, los escenarios estaban en preparación y se había encargado la música a varios compositores famosos. ¿Podía ella imaginarse el dinero que había invertido? Josephine valoró que era mejor bailar a su estilo. Y como Derval había invertido tanto dinero en su producción logró sacarle 100 dólares adicionales a la semana. Volvería a París, donde ella había sido muy feliz, donde nunca le habían reprochado que era muy oscura, o muy clara.
El espectáculo en que Josephine hizo su debut se llamaba La Folie du Jour.
Cita Sebastian Gash, autor de La historia del Music-Hall, que su aparición produjo el flechazo. París se prendó de aquella fuente viva, hirviente, de aquel cráter en erupción, de ritmos sincopados.
Josephine no llevaba ropa, excepto una mínima falda de plátanos de felpa. El traje con que se le identificaría el resto de su vida. Así se convirtió en la artista del espectáculo mejor pagada de Europa y rivalizó con Gloria Swanson y Mary Pickford por ser la mujer más fotografiada de todo el mundo.
"Famosa y millonaria, era admirada por políticos, artistas y ‘royals’; pero al final de sus días, teníatantas deudas, que la llevaron a la bancarrota".
Josephine Baker recibía vestidos de Schiaparelli, Vionett y Poiret, los más famosos diseñadores de París, que ella lucía feliz y luego dejaba tirados. Bricktop, su más íntima amiga le aconsejó:
—Cuelga tu ropa o haz que tu doncella lo haga.
—Oh, Bricky, se los llevarán y mañana me traerán otra montaña de ropa nueva.
Cuenta el biógrafo Stephen Pa-pich, en su libro Remembering Josephine, que el primer admirador importante de la Baker fue un jeque, bajito y rechoncho, que ella llamaba ‘mi jeque árabe’. Un día, él le envió a su camerino un cachorro de pantera, que llevaba al cuello un collar de diamantes de Van Cleef & Arpels. Ella la nombró Chiquita. A la noche siguiente, Josephine y el jeque cenaron en Maxim’s, con la pantera, que ella sentó a su lado.
—Caviar para Chiquita —ordenó ella.
Pero a la pantera no le gustó el caviar y prefirió morder el brazo del camarero, quien corrió por todo el restaurante sin que el animal lo soltase. Después el jeque le regaló a Josephine una pequeña chimpancé, Ethel, con brazaletes y collar de diamantes valorados en 20.000 dólares.
En Maxim’s les negaron la entrada con sus mascotas. Entonces, Josephine paseaba con su jeque, su pantera y su mona por los restaurantes de los Campos Elíseos. Ella desplegaba excentricidad y sofisticación mientras seguía siendo la sensación del Folies Bergère, con su electrificante hot jazz y su charleston. El jeque le dijo un día:
—Te llevaré a mi tierra junto a mis otras esposas, Josephine.
Pero ella lo abandonó de inmediato.
Poco tiempo después, se enamoró de Marcel, un apuesto y rubio francés, dueño de una compañía automovilística. El le enseñó a conducir y le regaló un auto, y la instaló en un lujoso piso de los Campos Elíseos que ella llamaba ‘mi palacio de mármol’.
Marcel era atento y cortés, pero la forzaba a esconder su amor y Josephine no era del todo feliz. Un día ella le preguntó:
—¿Por qué no nos casamos? Me gustaría mucho tener un hijo.
—No quiero casarme —respondió él bruscamente.
—¿Porque soy una bailarina o porque soy negra? —reclamó ella.
—Por ambas cosas.
Josephine, enfurecida, refutó:
—Las cosas tienen que cambiar. Hay mucha gente de tu clase con aversión racial.
Ella abandonó su ‘palacio de mármol’ y terminó la relación.
Por suerte para Josephine, encontró al hombre que necesitaba en ese momento: al conde Pepito di Albertini, un personaje muy conocido en los cafés de moda de la ciudad. El Conde le llevaba 17 años, usaba monóculo y le dijo que pertenecía a una distinguida familia italiana, y que se dedicaba con éxito a unos negocios en Roma.
Años más tarde, su amiga Bricktop confesaría en su libro, Bricktop, en colaboración con James Haskins, que el verdadero nombre de Pepito era Giuseppe Abatino y trabajaba como gigoló en Zelli’s, un bar de moda en aquel entonces. Bricktop le advirtió a Josephine sobre ese hombre y ella ya no volvió a pedirle consejos.
Pepito se convirtió en el agente de prensa de Josephine y dio forma a su carrera. Ella permitió que él la transformara en una artista completa y que pusiera orden en sus asuntos financieros.
El peinado de Josephine corto, liso, y reluciente como el raso, era imitado por las mujeres; entonces Pepito hizo que ella firmase un acuerdo con una compañía para fabricar un ungüento para el pelo llamado Bakerfix.
Josephine aceptó un trabajo adicional en el club nocturno Imperial de la rue Pigalle. En su honor, los dueños le cambiaron el nombre por el nuevo de L’Imperial de Josephine Baker. Pero Josephine quería su propio club y Pepito logró que uno de sus admiradores, Gaston Prieur, médico de profesión y director de tres clínicas, se lo financiase.
Señala el biógrafo Alan Schroeder, en su libro Josephine Baker, que el 10 de diciembre de 1926, la artista inauguraba su Chez Josephine en la rue Fontaine, teniendo un éxito inmediato. Los precios del Chez Josephine eran escandalosos, pero la gente pagaba por ver de cerca a Josephine Baker en su mejor momento. Su hábito de fantasear se acentuó más al lado de Pepito, y juntos inventaron que se habían casado.
Josephine y Pepito dieron una rueda de prensa. Ella mostró orgullosa un anillo de compromiso con un diamante de 16 quilates que él le había entregado y añadió:
—Esto no es todo lo que me ha regalado. Tengo todas las joyas de la familia, incluso las que le pertenecen desde hace generaciones.
La pareja anunció que la boda se había celebrado en el consulado italiano.
Josephine aseguró que había comprobado el linaje aristocrático de Pepito hasta llegar a su tío abuelo, el cardenal Celecio, y declaró con firmeza:
—No voy a permitir que él trabaje. El Conde no sabe hacer otra cosa excepto usar su monóculo. ¡Oh! ¿No es maravilloso ser una condesa?
Pero Pepito manifestó que él era teniente de un regimiento de la caballería italiana. Los periódicos de los Estados Unidos citaron que el padre de Pepito había dicho estar orgulloso de que su hijo hubiese elegido a Josephine: ‘No tenemos prejuicios raciales aquí en Sicilia’, decían que había afirmado el señor.
Pero cuando los reporteros parisinos investigaron a fondo el origen de Pepito y la veracidad del matrimonio con Josephine, encontraron que el título de conde era una invención y que en el registro civil de extranjeros de la Prefectura de Policía de París, él aparecía consignado como yesero de oficio y la boda nunca se había celebrado en el consulado italiano.
La pareja se contradijo diciendo que habían contraído nupcias en el consulado americano, luego en el ayuntamiento de uno de los distritos de París, pero no recordaban cuál.
—Eso no tiene importancia —dijo Josephine, con indiferencia.
Finalmente, ella declaró que todo el mundo se había tomado en serio lo que ella había contado a algunos amigos como un chiste.
Tres semanas después, en medio de gran excitación, Josephine presentó su libro Mémoires de Josephine Baker, con la colaboración del periodista Marcel Sauvage. Era un hecho sorprendente para una chica tan joven. Ella habló de sus recuerdos en St. Louis, dio recetas de cocina y consejos de belleza a las mujeres. Contó que comía para engordar y bailaba para bajar de peso. Dijo que tenía un par de zapatos de oro y confesó que el secreto de su éxito radicaba en una pata de conejo que le había dado un anciano negro en New York.
Pepito logró que Josephine incursionara en el cine silente como estrella de la película La siréne des tropiques. La historia de la cinta era tonta y cuando Josephine se vio en la pantalla se sintió avergonzada. Ella no era actriz y el cine exageraba sus movimientos, los movimientos que tan bien le servían sobre los escenarios, ahora iban en su contra en la pantalla. Furiosa, ella exclamó:
—Esta es mi opinión: elfilm fue un completo desperdicio de tiempo.
Paul Derval vol-vió a contratarla para aparecer en su nueva revista musical del Folies Bergère, Un Vent de Folie. Nuevamente, Josephine usaba la falda de plátanos, pero esta vez en una versión más rígida, adornada con lentejuelas.
La respuesta del público no fue tan efusiva. Josephine se repetía y estaban fastidiados. Pepito le advirtió que se imponía un cambio fundamental en su carrera si ella quería alcanzar un éxito duradero en Europa.
—Debes instruirte para ser menos instintiva y disciplinar tu danza, educar tu voz, aprender actuación y estudiar el francés.
—Pero para eso necesito tener más tiempo.
—Lo tendrás. Haremos una gira por todo el mundo y dispondrás de tiempo libre para que puedas aprender. A tu regreso ofrecerás al público una personalidad más fascinante aún.
Josephine y Pepito partieron de Francia en marzo de 1928 en una gira que estaría llena de éxitos y controversias. En la ciudad de Viena, Austria, predominaba la idea nazi de una superioridad racial y Josephine fue considerada inferior por su color, y pecaminosa por sus actuaciones nudistas y su danza paroxística. La recibieron con protestas y abucheos. Se daban misas en las iglesias por la salvación del alma de Josephine. Pero la audiencia del Johann Strauss Theater recibió una gran sorpresa cuando ella apareció en el escenario, no vestida con una falda de plumas o plátanos, sino con un elegante modelo color crema abotonado hasta el cuello. En Viena decidió cantar por primera vez ante el público y su tierna interpretación conquistó a todos.
Josephine ya había logrado grabar algunas melodías de jazz para el sello Odeon de París, en un estudio. Después de Viena la gira de Josephine continuó causando controversias en Hungría, Yugoslavia, Dinamarca, Rumanía y Alemania. En Checoslovaquia le arrojaron algunas patas de conejo al escenario, porque por su libro de memorias que ya se había traducido a varios idiomas, sabían que ella creía que le daban buena suerte.
Ella y Pepito, con la ayuda de Félix de la Cámara, escribieron un libro basado en el odio racial, titulado Mi sangre en tus venas. La historia trataba de un joven blanco que tras sufrir un accidente, y estando inconsciente era salvado con una transfusión de sangre directa de una joven negra que era su amiga desde la niñez. Al recuperarse el joven y descubrir el origen de la sangre donada, reacciona como si estuviera maldecido y le dice a su novia blanca que no se podía casar con ella porque tenía sangre negra en las venas. La novia estuvo de acuerdo y le dijo: ‘Te has convertido en un blanco negro’. El libro tuvo bastante éxito.
Durante dos años y medio, Josephine actuó en 24 países y el doble de ciudades. A su regreso a Francia, le dieron una grandiosa bienvenida en el restaurante Champs Elysées. Josephine fue contratada por el Casino de París, donde demostró ser más disciplinada en sus actuaciones, porque había aprendido a moderar su actividad y guardado para siempre en un baúl su falda de plátanos. Ahora se vestía para sus actuaciones a la europea y adornaba su rostro con brillantes, al igual que su micrófono. Alguien del público le gritó:
—¿Y tus plátanos?
—Me los comí —respondió haciendo reír a todos.
Josephine grabó para la Columbia Récords de París las seis canciones que iba a cantar en la revista del Casino.
A finales de 1929, cuando muchos norteamericanos se arrojaban por las ventanas de los edificios arruinados por la Gran Depresión, Josephine poseía más de un millón de dólares. Ella compró la mansión Beau-Chêne de 30 habitaciones y mucho terreno en la adorable localidad de Le Vecinet, a 45 minutos de París.
Según los autores del libro The Intimate Sex Life of Famous People, Irving, Amy y Sylvia Wallace y David Wallechinsky, ese año, el apuesto príncipe heredero Adolfo de Suecia (el futuro rey Gustavo VI), cautivado por Josephine, la visitó en su camerino y la invitó a su país. A pesar de saber que él estaba casado con Louise Mountbatten, la Baker le envió esa misma noche un telegrama con una sola palabra: ‘¿Cuándo?’. A la mañana siguiente recibió la respuesta: ‘Esta noche’. Aquella noche, Josephine subió al vagón privado del Príncipe, con su interior de oro y sus tapices de Aubusson. En el dormitorio había una cama en forma de cisne con sábanas de raso. Ella se acostó y el Príncipe entró inesperadamente. Josephine se quejó de que tenía frío y él le calentó el corazón ajustando alrededor de su muñeca una pulsera de tres hileras de brillantes. Ella se lo agradeció, pero le dijo que el otro brazo estaba frío. El Príncipe soltó una estruendosa carcajada y le ofreció otra pulsera. Después la besó e hicieron el amor.
Josephine diría más tarde:
—¡Era mi crema de leche, yo era su café y, cuando nos mezclábamos en la taza, el resultado era extraordinario!
Juntos pasaron un mes invernal en el aislado palacio de verano del Príncipe. La última noche de su idilio, él la envolvió en un abrigo de marta, largo hasta el suelo, la estrechó en sus brazos y bailó un silencioso vals. Jamás volvieron a verse, pero según Josephine, esos fueron los días más felices de su vida.
Cuenta Phyllis Rose, autora del libro Jazz Cleopatra, que Josephine ya se había convertido en La Baker, una superestrella con una presencia tan arrolladora, que iluminaba cualquier ocasión y su corazón tan bondadoso encendía muchos corazones. Besaba a los bebés en los orfanatos, repartía juguetes a los niños pobres y sopa entre los ancianos. Presidía la salida del Tour de Francia, bromeaba con los trabajadores y hacía infinidad de funciones benéficas. En su camerino la visitó el científico Albert Einstein para felicitarla por su actuación, también el rey de Siam, que le ofreció un elefante, que ella no pudo aceptar.
En 1933, Josephine se encontraba de gira de nuevo actuando triunfalmente en Inglaterra, Escandinavia, Bélgica, Grecia y Egipto. En Italia la llamaron Divina.
Al año siguiente, sorprendió al cantar la opereta La créole, de Jacques Offenbach.
—Fue un desafío irresistible —dijo.
En 1936 fue invitada a actuar en Broadway en la producción de Zieg-feld Follies en la ciudad de NewYork. Josephine tenía 29 años y retornaba a América después de 10 años. Fue en New York donde Josephine, después de tantos años al lado de Pepito, decidió librarse de su dominio. Ella visitó a su familia en St. Louis por cinco días y cuando regresó a Francia se hizo ciudadana de ese país que la había acogido como a una verdadera hija.
A principios de 1937, Josephine conoció a Jean Lion, un apuesto judío millonario, que había hecho su fortuna en el mercado del azúcar. A él le impresionó la exuberante personalidad de ella y la popularidad que tenía en Francia. Lion tenía 27 años de edad y quería hacer una carrera política. Una mujer como Josephine podía abrirle muchas puertas.
Los dos compartían la pasión por los aviones. Un día cuando sobrevolaban el Palacio de Versalles, Lion le propuso matrimonio a Josephine y ella aceptó. Se casaron con toda pompa en la mansión de Lion, Crévecoeur-le-Grand, con cientos de invitados. La pareja alquiló el castillo Les Milandes, de 50 habitaciones, para vivir.
—¡Esta es la casa que siempre soñé! —exclamó Josephine.
Lion esperaba que ella lo hiciera lucir poderoso y exitoso, pero Josephine no quería ser la sombra de él. Cuando ella quedó embarazada y sufrió un aborto, no solo perdió a su hijo, sino que perdió a Lion. El juez que disolvió el matrimonio en 1939 dijo:
—Eran dos desconocidos que jamás se habían visto en realidad.
Al estallar la Segunda Guerra Mundial, Josephine se convirtió en miembro de la resistencia francesa. Los nazis, entonces, decidieron liquidarla.
De acuerdo con un plan, Hermann Göring la invitó a cenar. Unos dicen que fue su plato de pescado el que contenía veneno, otros que era el vino. Josephine, que estaba advertida, se levantó de la mesa con la excusa de ir al lavabo. Allí se lanzaría por el conducto de la ropa sucia, en brazos de unos miembros de la resistencia que estaban aguardándola abajo. Pero Göring, pistola en mano, le ordenó que comiera el pescado. Ella luego se quejó de que se sentía mal. Dando traspiés se dirigió al lavabo y se deslizó por el conducto de la ropa sucia. Los miembros de la resistencia la llevaron a una clínica clandestina donde le hicieron un lavado de estómago. El envenenamiento le costó la caída del cabello. A partir de entonces tendría que llevar pelucas.
Como ella era una artista internacional, era natural que viajase a otros países, pero llevaba como supuestos asistentes a miembros de la resistencia. En Marruecos, Josephine sufrió insoportables dolores en el abdomen y tuvo fiebre muy alta.
Según el biógrafo Lynn Haney, en su libro Naked at the Feast, Josephine estaba embarazada y dio a luz un bebé que nació muerto. Al parto le siguió una infección tan fuerte que fue necesario practicarle una histerectomía. Pero la infección no se contuvo, y desarrolló peritonitis. La septicemia casi siempre resultaba mortal, antes del uso de la penicilina, pero ella sobrevivió. No obstante, tuvo muchas recaídas por obstrucciones en el abdomen. La operaron cinco veces.
Con la gracia que la caracterizaba, les preguntó a los médicos:
—¿Por qué no me ponen un zipper en el estómago, ya que me tienen que abrir y cerrar tanto?
En 1944, Josephine se encontró con Jo Bouillon, un director de orquesta francés, que había conocido en 1933. Ella pidió a Bouillon que se uniera a la causa de la Francia libre. El la acompañó con su orquesta en una gira para entretener a las tropas aliadas y terminaron enamorándose.
Después de la guerra, Josephine regresó a los escenarios y, en 1946, el general Charles de Gaulle la condecoró con la Cruz de la Guerra y la Roseta de la Resistencia.
El 3 de junio de 1947, Josephine se casaba con Bouillon. Durante el matrimonio, ella compró Les Milandes que estaba en ruinas y lo reformó, convirtiéndolo en su residencia de recreo. Ella contraía enormes deudas porque no sabía administrarse, lo cual le creó severas tensiones con su marido.
En 1949, Josephine abrió Les Milandes al público. Al siguiente año, trajo a su madre y a sus hermanos Richard y Margaret, con su esposo Elmo Wallace a vivir con ella. En 1951, Josephine estaba de gira por los Estados Unidos y, entre triunfos, también chocó con la discriminación en todas partes, a pesar de que su marido era blanco y que en Harlem nombraron el 20 de mayo el Día de Josephine Baker.
En 1952, Josephine servía como representante de Juan Domingo Perón en la Argentina, después de la muerte de su amiga Evita, y no fue muy bien vista por muchos.
Josephine estaba ansiosa por ser madre aunque fuese por adopción. Ella tenía el sueño de formar lo que llamó una ‘tribu arco iris’, con niños de diversas razas, nacionalidades y religiones, para demostrar al mundo que en una familia universal se podía crecer como hermanos. Su esposo Jo Bouillon contaría en el libro Josephine, escrito por ella y él, que ellos acordaron adoptar hasta cuatro niños y nunca tener favoritos. Pero, en 1954, una vez que Josephine empezó el proceso de adopciones no pararía hasta traer 12 a casa. En un orfanato de Tokio, ella adoptó a sus dos primeros hijos, Akio, coreano, budista, de 2 años de edad y a Teruya (luego Janot), un japonés de 1 año y de religión Shinto (antiguo culto japonés). Ella declaró que respetaría las religiones de sus hijos. En Helsinki, Finlandia, adoptó a Jarry, protestante, de menos de 2 años. En Bogotá, Colombia, una madre católica le entregó a Luis, de 2 años. En Montreal, Canadá, adoptó a Jean-Claude, de 2 años, católico. En París adoptó a Moisés, un bebé judío de 9 meses. En Argelia consiguió a unos bebés sobrevivientes de una masacre, Marianne, católica y Brahim, musulmán. En la Costa de Marfil, Africa, adoptó a Koffin, un niño negro.
Bouillon le explicaba a Josephine que estaban atravesando por una situación financiera catastrófica, pero ella no entendía.
La madre de Josephine murió en el año 1959, mientras ella estaba camino de Roma a Estambul y no pudo asistir al funeral.
En Venezuela, Josephine se adentró en una tribu para adoptar a Mara una niña india, de bella carita, pero desnutrida.
También adoptó a Noel, un bebé que habían encontrado entre un montón de basura. Sus hijos la adoraban.
En 1960, Josephine se divorciaba de Jo Bouillon después de 13 años de matrimonio, pero ambos compartirían la custodia de los hijos adoptivos que tanto amaban.
En 1962, Josephine adoptó a Stellina, una bebé nacida en Francia, de madre marroquí. Ya tenía 12 hijos.
En 1964, estuvieron a punto de embargarle Les Milandes, pero Brigitte Bardot se presentó en la televisión francesa para solicitar fondos y le consiguió 1.200.000 francos.
De tanta tensión, Josephine sufrió un ataque al corazón. En 1969 perdió Les Milandes, pero se negó a desalojarla y usaron la violencia para sacarla. Su amiga la princesa Grace de Mónaco, consiguió que la Cruz Roja de su país le cediera una villa de cuatro habitaciones en Roquebrune, cerca de Montecarlo, para ella y sus hijos.
En 1973 Josephine apareció en el Carnegie Hall en la ciudad de New York y el público le respondió con vivo entusiasmo. Ella estaba frágil, pero en el escenario su mágica fuerza espiritual la transformaba. Pero después de la función el esfuerzo le provocó otro ataque al corazón del que se recuperó.
El adinerado artista norteamericano Robert Brady, viejo amigo suyo, solterón, le dijo que la amaba y le propuso un matrimonio espiritual. Ella lo llamó ‘mi príncipe de paja’. En septiembre, se encontraron en Cuernavaca, México, donde él residía. Un domingo hicieron sus votos matrimoniales en una iglesia de Acapulco, sin la intervención de un sacerdote. Era una situación extravagante, pero Josephine dijo: ‘Tú eres mi esposo, querido Bob, y yo soy tu esposa ante Dios’.
Pronto comprobaron que estar juntos no era bueno para su relación y se separaron.
El 8 de abril de 1975, para celebrar sus 50 años de carrera, ella presentó en el Bobino de París, la revista musical Josephine, con escenas de la historia de su vida. Tenía que memorizar más de 30 números musicales, bailar un charleston y hacer 12 cambios de vestuario. París se rindió a sus pies. Entre la audiencia se encontraban la princesa Grace de Mónaco, Sophia Loren y Alain Delon.
Josephine había hecho un esfuerzo a sus 68 años de edad y no lo resistió. Pocos días después, el 12 de abril murió de una hemorragia cerebral. Fue la primera mujer norteamericana a la que otorgaron honores militares en Francia. Fue enterrada en Mónaco.
"Debemos aclarar que el género de la novela biográfica no es un género puro. Tiene tanto de historia y realidad como de ficción y fantasía. La biografía tiene como mérito estudiar e historiar al personaje en su entorno real. Decir obligadamente la verdad lógica de los hechos. Sin embargo, el mérito de la novela es darle forma a la historia. El autor la adorna con su imaginación. Crea diálogos y presenta los personajes según su concepción personal".
Fuente: esmas - Eunice Castro - Vanidades

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