sábado, 5 de enero de 2008

En la tercera edad

Rosa y Manuel estaban jubilados. Tenían hijos casados y varios nietos que adoraban, pero en lugar de vivir con alguno de ellos o solos en una pequeña casita, prefirieron mudarse varios años atrás, a una residencia para la tercera edad, ubicada en Villa Alemana.
Manuel había trabajado en una gran empresa naviera de Valparaíso, a la que ingresó a los 20 años. Reparaba y mantenía la maquinaria en los transatlánticos de turismo y buques internacionales que llegaban al puerto, dejando en perfectas condiciones desde el engranaje que controlaba el ancla; la afinación de los motores de la sala de máquinas; la revisión y ajuste de los tragamonedas y de la ruleta, en el salón de juegos; hasta los sistemas propulsores, para que la navegación continuara sin ningún contratiempo.
Su despedida de la empresa fue emotiva. Aún conservaba el pequeño maletín de cuero con brillantes herramientas, que le obsequiaron como recuerdo de sus años de trabajo, y el reloj de oro para bolsillo, grabado al dorso con esa frase que siempre se le quedó grabada, por ser cierta: “El hombre es una pieza única en medio de un engranaje perfecto… pero el equipo es la máquina que logra transformar en realidad los sueños más osados”.
Existía bastante libertad dentro del hogar. Se reunían por las tardes para jugar a las cartas, leer el periódico, ver televisión, o conversar sobre los nuevos planes. Y siendo tan organizados al realizar actividades lucrativas, habían logrado con mucho sacrificio agrandar el comedor, comprar un nuevo amoblado para el living, implementar la cocina y una pequeña biblioteca, y adquirir un gran furgón para salir de paseo.
Una noche, decidieron buscar la mejor propuesta, para ampliar el edificio, construir una piscina temperada e implementar un gimnasio, al menor costo posible. Se trataba de un gran proyecto, y sus conversaciones terminaban siempre en lo mismo: el Casino Municipal de Viña del Mar. Ese era el objetivo. El problema era encontrar de qué forma ganarse el dinero que necesitaban para hacer realidad esos sueños.
El Casino Municipal de Viña del Mar, era el casino más visitado del país. Desde todos lados, llegaban anualmente miles de turistas, que dejaban grandes ganancias a la empresa, pasando el dinero de unas manos a otras, y haciendo a unos más ricos y a otros más pobres cada noche. Pero los fines de semana era cuando el casino recibía la mayor cantidad de público.
Manuel entendía de maquinas y engranajes; Rosa había trabajado en la farándula, y aún era maquilladora; Juan José había estado por años supervisando casi todas las alcantarillas de la ciudad durante cada invierno, y conocía a la perfección la red de túneles; Rubén sabía de sistemas de cerrajería; Norma era croupier en su juventud en un casino en Mendoza. Durante una semana, en largas conversaciones nocturnas compartiendo información, coordinaron la mejor estrategia para hacerlo. Ahora debían actuar.
Unos días más tarde, bajaron desde vehículo. Era un par de ancianos. Vestían ropa sencilla pero abrigada, y sus trajes ajados, de colores claros, desprendían un aroma a rancio por haber estado guardados tanto tiempo dentro de un baúl. Los blancos cabellos muy ordenados. Era verano, y caminaban despacio por la amplia avenida, tomados del brazo, respirando la brisa marina y oyendo el rumor de las olas al romper en la playa.
Durante una semana, cada mañana, se detuvo el furgón verde olivo, del que descendían Rosa y Manuel vestidos como ancianos para no llamar la atención, y recorrían la avenida San Martín, quedándose al comienzo, por algunos minutos frente a la entrada amplia del casino, cerrado a esa hora del día, para observar cada detalle.
Cada tarde, repetían el mismo recorrido, y los bien vestidos turistas que en forma permanente entraban y salían del lugar, los miraban con un dejo de ternura y una mezcla de compasión y tristeza. Quizás, se proyectaban algunos años hacia el futuro, y se veían reflejados en esa pareja de viejos que sólo se conformaba con mirar.
Nadie los conocía, ni los había visto antes. En realidad, era común no conocerse en un sitio como ese, solamente de paso para vacacionar y divertirse. Ellos, posaban sus ojos en las máquinas tragamonedas, y después se miraban con una complicidad que dejaba escapar una chispita de esperanza, en ese sueño aún sin cumplir. Uno de estos días, sería el gran día. Se atreverían a entrar y probarían suerte.
El siguiente jueves por la noche, se detuvo el furgón a pocas cuadras del lugar, justo frente a una tapa del alcantarillado. Cuatro sombras descendieron, movieron la tapa de cemento, y desaparecieron bajo el pavimento. Con sus linternas encendidas avanzaron por las enormes tuberías, hasta quedar bajo el casino. Juan José apuntó con el dedo hacia una especie de portón de metal oxidado, y luego que Rubén partiera los candados, todos comenzaron a empujar. Eran antiguos pasadizos bajo Viña del Mar, olvidados desde los tiempos de la colonia. Siguieron la ruta marcada en un antiguo mapa y esperaron pacientes hasta la hora en que el casino cerraba sus puertas y quedaba vacío.
Desde abajo, empujaron luego la tapa que se encontraba en un extremo del salón principal, y permanecía oculta bajo unos cortinajes. Entraron y se dirigieron hacia las máquinas tragamonedas de mayor denominación. Manuel hizo los honores, abriendo el maletín de herramientas brillantes que guardaba desde su jubilación, y comenzó a trabajar con destreza y rapidez en cada máquina. Se retiraron un par de horas más tarde. Estaba concluida la primera etapa del plan.
Ese fin de semana, acudieron cientos de personas al casino, como se esperaba. Hubo gran movimiento en las mesas de cartas, de Black Jack, y en la ruleta, sin embargo esa noche, extrañamente, nadie tuvo suerte en esos tragamonedas. Ni una sola moneda salió de las máquinas.
Mientras esto ocurría, en la residencia de Villa Alemana, todos estaban muy tranquilos, en el living, mirando en la televisión el film Misión Imposible.
La madrugada del lunes, llevaron a cabo en el mismo lugar, y haciendo el mismo recorrido por las alcantarillas, pero con una diferente intervención a las máquinas tragamonedas, la segunda etapa del plan.
Y ese mismo lunes por la noche, se detuvo el furgón de color verde olivo frente al Casino Municipal. Bajaron seis parejas de ancianos, vestidos en forma muy elegante pero sobria, maquillados de manera perfecta por Rosa, los cabellos blancos peinados cuidadosamente, sin olvidar un sólo detalle, y se dirigieron al comedor del casino. Disfrutaron de una cena deliciosa, en una mesa redonda exquisitamente decorada. Luego bailaron algunos minutos en el salón de baile, conversando y riendo relajados.
Un poco antes de la medianoche, comenzaron a recorrer los salones de juego, acercándose lentamente hasta los tragamonedas preparados con antelación. Una vez frente a ellos, se miraron en silencio, uno a uno fue insertando una moneda, y justo a la medianoche, cada uno accionó la palanca y esperó.
De pronto comenzó una vibración que se transformó en un gran estruendo. Desde cada máquina salieron las monedas como una enorme cascada que caía hasta el piso brillante, quedando completamente vacías.
La gente se acercaba sorprendida, comentando la suerte de aquellos ancianos, mientras les ayudaban a recoger el dinero, que ponían dentro de cada bolso. Luego de comentar que era muy tarde para ellos, y ya estaban cansados, se retiraron rápidamente del lugar. Nadie supo decir quiénes eran.
Unos minutos más tarde, el furgón verde olivo se alejaba un par de cuadras. Esperaron a Rubén y a Juan José junto a la entrada de la alcantarilla, mientras ellos sellaban debajo de la calle, el portón oxidado. Durante varias semanas se comentó en la ciudad aquel suceso de la noche en que los tragamonedas habían enloquecido.
Mientras tanto, esa misma noche, en un comedor de Villa Alemana, varios adultos mayores ya sin sus trajes, sus pelucas y su maquillaje, hacían montoncitos de monedas sobre la mesa, mientras reían y disfrutaban de una copa de champán.
—Todo salió a la perfección —dijo Manuel, luego de terminar. —Con esto nos alcanza perfecto. ¡Salud, amigos! Mañana llamaré al arquitecto para coordinar los trabajos de construcción. Ahora todos a dormir… ¡ahhh… antes que lo olvide… ¿les gustaría que el próximo año pensáramos en la mejor forma de reunir fondos para implementar un campo de golf…?
Extraído de: www4.loscuentos.net

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