Sin duda uno de los trabajos mas particulares fue el de crupier del casino de viña del mar, en donde además de presenciar cuanta historia tránsfuga del “jet set” criollo exista, desarrollé, junto a un amigo, una teoría infalible para ganarle a la ruleta. Esta consistía en una apuesta progresiva, con cálculos de probabilidades, los que aumentaban a medida que uno dispusiera de mayor monto para apostar.
Para estar más seguros, consultamos la teoría con un experto en las ciencias numéricas, el que además de corroborar nuestros cálculos, se mostró bastante interesado en participar de tamaño botín.
Como miembro activo del casino de Viña del mar, me estaba prohibido ingresar como cliente a cualquier casino perteneciente a la cadena de la familia Martínez, es decir, a todos los casinos chilenos, por lo que en mis momentos de trabajo, divagaba en mi mente como si fuera un cliente apostando y comprobando la teoría. Los hechos fueron los siguientes: de al menos 100 veces que probamos la teoría, funcionó el 100% de la veces. No necesitábamos más pruebas, estábamos listos para embarcarnos en la aventura de conquistar los casinos trasandinos.
Como en aquellos tiempos no era mas que un simple crupier , que ganaba apenas un poco mas que el mínimo de la época, fue necesario recurrir a un socio capitalista, que nos proveyera tanto de capital para llegar al país hermano, como para realizar las apuestas.
Todo estaba listo, con mi nuevo socio. Fijamos la fecha para un día viernes en la tarde, para luego de 5 horas de viaje, arribar a Mendoza. Ahí se nos abalanzó un tumulto de gente, todo ellos mejorando la oferta del de al lado en cuanto a estadía, ya fuera pensiones, hoteles y departamentos. Optamos por la mujer mas callada y alejada del grupo, como si se tratara de una prueba al mas estilo bíblico. Esta señora (la llamaremos señora Carmen, para proteger su identidad), nos arrendó un departamento en el centro de la ciudad, amoblado, con todo perfecto, además no llevó desde el Terminal de buses y todo esto por $3500 diarios. En ese momento empezamos a darnos cuenta lo mal que estaba Argentina y lo millonarios que éramos allá.
Llegamos de noche, así que nos duchamos (obvio que sólo yo me duché), nos cambiamos ropa y fuimos a lo nuestro, directo al Casino de Mendoza. Un casino bastante distinto al que yo conocía. Falto de glamour, falto de personas importantes, pero con una abundancia de meseras con escasa ropa, que hacían muy difícil los cálculos para la perfecta operación.
El plan era el siguiente: Yo iba apostando en la mesa, mientras que mi socio llevaba muy bien la cuenta de la cantidad de fichas a apostar en la siguiente mano. Hicimos esto un par de horas, y como era de esperarse, dio un perfecto resultado. Decidimos dejarlo hasta ahí por el momento y dedicarnos a farrear lo que habíamos ganado. Nada importaba, el plan había funcionado y el día siguiente sería un duro día de trabajo.
Nos fuimos a la calle del carrete, Arístides Villanueva, la que contaba con alrededor de 10 cuadras plagadas de Pubs, rematando en una discoteque llamada La Gitana. Entramos en cada uno de esos pubs y al ver lo ridículo de los precios,, pedíamos siempre los mas caro, acompañado de Baileys. Entramos a la Discoteque, sin hacer ninguna cola, ya que gracias a nuestro acento, todo el mundo sabía que éramos chilenos, por lo tanto teníamos plata. Entramos, bailamos, tomamos, nos hicimos los sexys, Etc. Hasta que dio el momento de irnos, temprano en la madrugada y con toda la calle que se movía de lado a lado. Fue una de las pocas veces que he visto a mi socio con serio problema de equilibrio y dicción. Para reponernos un poco entramos a un cafecito de lo mas cuico y tomamos desayuno, para luego dirigirnos a nuestro departamento. La noche no terminó sin el correspondiente Vomito explosivo característico de mi amigo.
Al otro día nos despertamos con una caña tremenda y como pudimos sacamos cuentas, para ver la fortuna que habíamos gastado. El resultado, después de sacar varias veces las cuentas, fue impresionante: Entre los dos no nos gastamos mas de $10.000. No se podía pedir un mejor comienzo para nuestra aventura.
Dispuestos a quebrar al casino, nos fuimos a almorzar a un restaurante que en viña, sólo lo hubiésemos visto por fuera. Pero que importaba, éramos los chilenos ricachones adictos al juego, nos podíamos dar esos lujos. Comimos, tomamos y nuevamente nuestra sorpresa, la cuenta fue de no mas de $4.000, entre los dos.
Llegó el momento de hacer lo que vinimos a hacer, pero decidimos cambiar el ambiente, el anterior casino, no estaba a nuestra altura, así que fuimos a uno bastante mejor, el que pertenecía a un hotel (no recuerdo cual era, pero debe haber sido uno de esos caros, onda Marriot, Hyatt). Mi socio tenía que ir a Internet, así que me dejó solo apostando, ya no era gran tarea, solo poner fichas y recoger las ganancias, así que acepté hacerlo solo. Fui a la mesa que estuviera mas desocupada, quería tranquilidad. Con la plata que teníamos, nos alcanzaba para 12 apuestas seguidas, luego de eso, perdíamos todo el capital, pero la probabilidad que pasara era del 0.08%.
Comenzó la primera apuesta, echan a rodar la bolita y ya comienzo a excitarme y transpirar un poco, de repente el crupier canta “Negro el ocho”. Nada que preocuparse, aún teníamos 11 jugadas más. Hice las apuestas de rigor y nuevamente se fue la bolita, “colorado el 36”, un poco mas de calor, pero aún soportable. La apuesta se iba poniendo mas suculenta. Tercera, cuarta quinta, novena jugada y nada, Ya mi cara estaba roja, pecho y espalda mojada, me temblaban las manos y mi mente divagaba entre pensamientos de “donde chucha está mi socio” y “no apuesto mas hasta que llegue”, hasta que llegó el momento que yo mismo puse como límite para apostar solo, LA DECIMA APUESTA. Ya estamos hablando de sumas considerables, no me acuerdo bien, pero del orden de los $100.000, así que no era una fácil decisión. Pongo las fichas como puedo, con mis manos sudadas y temblorosas, el crupier dice el clásico “no va mas”. Me dieron unas ganas increíbles de sacar todas las fichas y no jugar, pero estaba mi orgullo de por medio y tenía la responsabilidad de esperar a mi socio con los bolsillos llenos de plata. Empieza a girar la bola, fue eterno, no caía nunca y yo no quería mirar. Hasta que suena nuevamente la voz del crupier “Negro el 11”. Fue todo, se acabó mi valentía, transpiré lo ultimo que me quedaba de líquido en el cuerpo y me fui del casino con la frente muy abajo.
Sentado en la vereda a punto de llorar, esperé a mi amigo, el que media hora después llegó, intuyendo, por mi postura, el desenlace de las apuestas. Decidimos en conjunto no apostar las dos oportunidades que nos quedaban y devolvernos con el rabo entre las piernas a Chile.
Este ejemplo de que a veces las pequeñas probabilidades se cumplen me sirvió para no burlarme mas de aquellos amigos que usaban condón o sus parejas tomaban pastillas e igual quedaban embarazadas.
Enviado por Antonio Maturana - Chile
Para estar más seguros, consultamos la teoría con un experto en las ciencias numéricas, el que además de corroborar nuestros cálculos, se mostró bastante interesado en participar de tamaño botín.
Como miembro activo del casino de Viña del mar, me estaba prohibido ingresar como cliente a cualquier casino perteneciente a la cadena de la familia Martínez, es decir, a todos los casinos chilenos, por lo que en mis momentos de trabajo, divagaba en mi mente como si fuera un cliente apostando y comprobando la teoría. Los hechos fueron los siguientes: de al menos 100 veces que probamos la teoría, funcionó el 100% de la veces. No necesitábamos más pruebas, estábamos listos para embarcarnos en la aventura de conquistar los casinos trasandinos.
Como en aquellos tiempos no era mas que un simple crupier , que ganaba apenas un poco mas que el mínimo de la época, fue necesario recurrir a un socio capitalista, que nos proveyera tanto de capital para llegar al país hermano, como para realizar las apuestas.
Todo estaba listo, con mi nuevo socio. Fijamos la fecha para un día viernes en la tarde, para luego de 5 horas de viaje, arribar a Mendoza. Ahí se nos abalanzó un tumulto de gente, todo ellos mejorando la oferta del de al lado en cuanto a estadía, ya fuera pensiones, hoteles y departamentos. Optamos por la mujer mas callada y alejada del grupo, como si se tratara de una prueba al mas estilo bíblico. Esta señora (la llamaremos señora Carmen, para proteger su identidad), nos arrendó un departamento en el centro de la ciudad, amoblado, con todo perfecto, además no llevó desde el Terminal de buses y todo esto por $3500 diarios. En ese momento empezamos a darnos cuenta lo mal que estaba Argentina y lo millonarios que éramos allá.
Llegamos de noche, así que nos duchamos (obvio que sólo yo me duché), nos cambiamos ropa y fuimos a lo nuestro, directo al Casino de Mendoza. Un casino bastante distinto al que yo conocía. Falto de glamour, falto de personas importantes, pero con una abundancia de meseras con escasa ropa, que hacían muy difícil los cálculos para la perfecta operación.
El plan era el siguiente: Yo iba apostando en la mesa, mientras que mi socio llevaba muy bien la cuenta de la cantidad de fichas a apostar en la siguiente mano. Hicimos esto un par de horas, y como era de esperarse, dio un perfecto resultado. Decidimos dejarlo hasta ahí por el momento y dedicarnos a farrear lo que habíamos ganado. Nada importaba, el plan había funcionado y el día siguiente sería un duro día de trabajo.
Nos fuimos a la calle del carrete, Arístides Villanueva, la que contaba con alrededor de 10 cuadras plagadas de Pubs, rematando en una discoteque llamada La Gitana. Entramos en cada uno de esos pubs y al ver lo ridículo de los precios,, pedíamos siempre los mas caro, acompañado de Baileys. Entramos a la Discoteque, sin hacer ninguna cola, ya que gracias a nuestro acento, todo el mundo sabía que éramos chilenos, por lo tanto teníamos plata. Entramos, bailamos, tomamos, nos hicimos los sexys, Etc. Hasta que dio el momento de irnos, temprano en la madrugada y con toda la calle que se movía de lado a lado. Fue una de las pocas veces que he visto a mi socio con serio problema de equilibrio y dicción. Para reponernos un poco entramos a un cafecito de lo mas cuico y tomamos desayuno, para luego dirigirnos a nuestro departamento. La noche no terminó sin el correspondiente Vomito explosivo característico de mi amigo.
Al otro día nos despertamos con una caña tremenda y como pudimos sacamos cuentas, para ver la fortuna que habíamos gastado. El resultado, después de sacar varias veces las cuentas, fue impresionante: Entre los dos no nos gastamos mas de $10.000. No se podía pedir un mejor comienzo para nuestra aventura.
Dispuestos a quebrar al casino, nos fuimos a almorzar a un restaurante que en viña, sólo lo hubiésemos visto por fuera. Pero que importaba, éramos los chilenos ricachones adictos al juego, nos podíamos dar esos lujos. Comimos, tomamos y nuevamente nuestra sorpresa, la cuenta fue de no mas de $4.000, entre los dos.
Llegó el momento de hacer lo que vinimos a hacer, pero decidimos cambiar el ambiente, el anterior casino, no estaba a nuestra altura, así que fuimos a uno bastante mejor, el que pertenecía a un hotel (no recuerdo cual era, pero debe haber sido uno de esos caros, onda Marriot, Hyatt). Mi socio tenía que ir a Internet, así que me dejó solo apostando, ya no era gran tarea, solo poner fichas y recoger las ganancias, así que acepté hacerlo solo. Fui a la mesa que estuviera mas desocupada, quería tranquilidad. Con la plata que teníamos, nos alcanzaba para 12 apuestas seguidas, luego de eso, perdíamos todo el capital, pero la probabilidad que pasara era del 0.08%.
Comenzó la primera apuesta, echan a rodar la bolita y ya comienzo a excitarme y transpirar un poco, de repente el crupier canta “Negro el ocho”. Nada que preocuparse, aún teníamos 11 jugadas más. Hice las apuestas de rigor y nuevamente se fue la bolita, “colorado el 36”, un poco mas de calor, pero aún soportable. La apuesta se iba poniendo mas suculenta. Tercera, cuarta quinta, novena jugada y nada, Ya mi cara estaba roja, pecho y espalda mojada, me temblaban las manos y mi mente divagaba entre pensamientos de “donde chucha está mi socio” y “no apuesto mas hasta que llegue”, hasta que llegó el momento que yo mismo puse como límite para apostar solo, LA DECIMA APUESTA. Ya estamos hablando de sumas considerables, no me acuerdo bien, pero del orden de los $100.000, así que no era una fácil decisión. Pongo las fichas como puedo, con mis manos sudadas y temblorosas, el crupier dice el clásico “no va mas”. Me dieron unas ganas increíbles de sacar todas las fichas y no jugar, pero estaba mi orgullo de por medio y tenía la responsabilidad de esperar a mi socio con los bolsillos llenos de plata. Empieza a girar la bola, fue eterno, no caía nunca y yo no quería mirar. Hasta que suena nuevamente la voz del crupier “Negro el 11”. Fue todo, se acabó mi valentía, transpiré lo ultimo que me quedaba de líquido en el cuerpo y me fui del casino con la frente muy abajo.
Sentado en la vereda a punto de llorar, esperé a mi amigo, el que media hora después llegó, intuyendo, por mi postura, el desenlace de las apuestas. Decidimos en conjunto no apostar las dos oportunidades que nos quedaban y devolvernos con el rabo entre las piernas a Chile.
Este ejemplo de que a veces las pequeñas probabilidades se cumplen me sirvió para no burlarme mas de aquellos amigos que usaban condón o sus parejas tomaban pastillas e igual quedaban embarazadas.
Enviado por Antonio Maturana - Chile
Todo Azar - Casino Group
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