La Habana - Cuba - Fue chofer, guardaespaldas y hombre de confianza del mafioso Meyer Lansky en La Habana, pero sobre todo testigo de una época en la que Cuba se proyectaba como un paraíso del juego, la prostitución y las drogas.
Armando Jaime Casielles murió sin que ningún medio de prensa local lo reflejara a comienzos de este año, el 12 de febrero, en La Habana, a los 75 años de edad, a causa de complicaciones de un cáncer.
"Jaime era un ser maravilloso, en casi diez años de amistad llegué a respetarlo muchísimo", dijo en entrevista con AP Enrique Cirules, un periodista cubano que investigó los tentáculos del hampa en la isla.
De la colaboración entre ellos dos y en base a las memorias de Casielles nació en 2004 el libro "La Vida Secreta de Meyer Lansky en La Habana " sobre el famoso "capo", un hombre descrito como bajito, más bien feo, siempre vestido de gris, que no bebía, no jugaba ni perseguía mujeres.
También se negaba a que le tomaran fotos.
Políglota, pues hablaba inglés, francés, italiano, ruso, alemán y hasta la jerga de Irlanda, el mafioso prefería sin embargo pasar inadvertido y no dejaba que nadie más que el cubano Casielles conociera sus casas en la isla.
Casielles, joven y aventurero, había nacido en La Habana y se fue como polizón en un transbordador a Estados Unidos.
Estudiante pobre comenzó siendo "dealer" (distribuidor de las casas de juego) de los casinos en Las Vegas de Lansky y luego se convirtió en su acompañante en la isla entre 1957 y 1959, cuando la revolución abortó las intenciones de completar el esplendoroso imperio mafioso aquí.
"My sonny boy" (mijito) solía llamarlo Lansky, mientras le pedía guiarlo -a veces armado- por la bulliciosa ciudad tropical para controlar casinos y centros nocturnos, burdeles y teatros o a reunirse con otros colegas del hampa como Joe Stasi y Santo Trafficante y hasta con el entonces dictador Fulgencio Batista.
"Era una Habana donde no se perdía el sol", comentó Cirules al recordar las anécdotas que le contó Casielles en sus charlas.
Ambos realizaron varios recorridos por los lugares a los cuales Casielles llevó al mafioso: mansiones sensacionales, embarcaderos, bancos, y hoteles como el Capri o El Nacional, donde solía alojarse.
"Fuimos a joyerías donde Lansky compraba monedas de oro, y las panaderías que prefería. Empecé a descubrir una Habana desconocida", recordó Cirules, quien explicó que junto a esos exotismos de la urbe había barrios marginales llenos de pobreza agudizada por los vicios y la decadencia.
El juego, la corrupción y sus males derivados "afectaban no sólo a la sociedad cubana, sino a la norteamericana", pues atraía incautos turistas para estafarlos y desplumarlos, comentó Cirules.
Entonces había decenas de vuelos diarios desde diferentes ciudades estadounidenses hacia Cuba. Tanto a partir de los informes de Casielles como de sus propias investigaciones, Cirules llegó a la conclusión de que en las décadas del 40 y el 50 la isla se convirtió en un "Estado delictivo" en el cual actuaron tres poderosas fuerzas: los grupos mafiosos provenientes de Las Vegas, la dictadura militar y las dependencias de la Inteligencia y espionaje estadounidense.
En este escenario Lansky se enfrentó con otro clan, el de los sicilianos de Nueva York, por el control de tan productiva plaza y hasta tuvo que soportar que Albert Anastasia viniera a Cuba para tratar de "robarle" una parte del suculento negocio tentando a Batista.
Anastasia murió poco después el 7 de octubre de 1957 baleado en Nueva York en medio de una guerra entre grupos.
De todo eso fue parte Casielles, testigo además de los amores de Lansky con una hermosa cubana, "Carmen", y a quien había conocido en una tienda por departamentos.
Pero ni el todopoderoso "capo" pudo con el terremoto político y social que significó el avance de los guerrilleros de Fidel Castro.
Lansky incluso convenció a Casielles de iniciar una campaña publicitaria destinada a que las autoridades comprendieran la importancia del juego, los ingresos por el turismo y los impuestos que significaban, pero no dio resultado: los rebeldes estaban decididos a eliminar el viejo esquema y construir una sociedad donde la mafia no tenía cabida.
La última vez que el entonces joven guardaespaldas vio al mafioso fue en abril de 1959.
"Cuando Jaime Casielles ve entrar en La Habana a Fidel (Castro), el 8 de enero de 1959... entra en una fuerte crisis espiritual y sencillamente abandona a Lansky", comentó Cirules. "En consecuencia toma la decisión de no salir de Cuba".
Lansky murió en la década del ochenta.
Unas avenidas llenas de personas contagiadas de un fuerte nacionalismo que hablaban de una sociedad de justicia social y que blandían banderas cubanas debieron afectar la idea del mundo que se había formado Casielles.
"Jaime se hizo super revolucionario, un admirador de Fidel Castro y su obra", dijo su amigo Gregorio Hernández, un músico y bailarín que lo conoció.
Casielles comenzó a interesarse en la cultura afrocubana y sus tradiciones, y terminó por convertirse en el encargado de relaciones públicas del Ballet Folklórico Nacional.
También se casó dos veces y tuvo tres hijos. Y al despedirse de la vida dejó un grato recuerdos para sus amigos: "cuando uno pierde un hermano, ¡qué tristeza! que dolor se queda en el alma", se lamentó Hernández.
Por ANDREA RODRIGUEZ - The Associated Press
viernes, 12 de octubre de 2007
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