martes, 23 de octubre de 2007

La suerte se convirtió en desgracia en el pueblo de Dolores

Alicante - Hace 15 años el Gordo cayó en la localidad; hoy, la mayoría de los agraciados está en la ruina.
Los 6.000 habitantes del pueblo alicantino de Dolores saben como nadie que el dinero no siempre trae la felicidad. E incluso si llega, suele ser efímera.
Tal día como hoy, hace quince años, en el primer lunes del invierno, el capricho de la lotería inmortalizó para siempre en el cerebro de estos vecinos el número 60076, premiado con el Gordo del sorteo navideño. Fue el mayor acontecimiento en la historia del pueblo.
Fundado hace 250 años por un cardenal con vocación hidraúlica, Dolores se asienta en una zona pantanosa, de tierra fértil, donde la agricultura supone prácticamente la única fuente de ingresos.
A falta de lluvia por la sequía, 3.250 millones de pesetas llovieron del cielo aquel día inundando de alegría a una gente acostumbrada a mantener una economía de subsistencia. Tras las clásicas y emotivas escenas que acompañan todos los años al ritual lotero, Dolores se enfrentó a la paradoja de un cambio de vida para el que algunos no estaban preparados.
Como en la parábola bíblica de los talentos, el transcurrir del tiempo ha marcado con el fuego de la experiencia los destinos de aquéllos a los que la fortuna tuvo a bien sonreírles con una participación premiada.
LLEGO LA CRISIS
Joaquín García, Quino, tenía entonces 38 años y cinco hijos que alimentar. Además de regentar el Bar del Casino, Quino presidía el equipo de fútbol local, el Club Deportivo Dolores, una auténtica institución en la localidad.
Como todos los años, la tradición imponía comprar algunas series para el sorteo de Navidad y Joaquín adquirió en el vecino pueblo de Almoradí 426.000 pesetas del número 60.076. «Me tocaron 13 millones y con eso me compré un piso, un coche y casé a tres de mis hijos. Además, mi mujer y yo, nos decidimos a traer otro al mundo para no pasar solos la vejez».
Si la vida de Joaquín no cambió mucho -sigue trabajando doce horas diarias en el bar-, para muchos de los habitantes de Dolores el devenir de los hechos fue bien diferente.
José Bailén, por ejemplo, vivía tranquilamente hasta ese día trabajando en la carnicería que tiene en el centro del pueblo. «Los 25 kilos que me cayeron me empujaron a meterme en el mundo de los negocios. Al principio monté con un socio una planta de distribución de refrescos para la zona. Luego me dejé tentar, cerré la carnicería y me aventuré a probar algo más ambicioso todavía: la distribución de muebles. Pero coincidió que llegó la crisis y un año más tarde, después de perder cincuenta millones de pesetas, estaba totalmente arruinado. Afortunadamente, pude abrir la carnicería de nuevo y aquí estoy luchando por sobrevivir».
Para otros, las cosas fueron aún peores. A Antonio Quesada y a su esposa Trinidad, el Gordo les arruinó la vida. El matrimonio tenía uno de los mejores bares del pueblo y las cosas iban bien, pero el sonido de los billetes -25 millones- trastornó el corazón de Antonio que abandonó a su familia -a su mujer y a sus tres hijos- para irse a vivir a Palma de Mallorca con la mujer que les limpiaba el piso. El idilio, como era de esperar, duró lo que los millones en el banco y Antonio tuvo que trabajar como camarero hasta que le volvió a tocar la lotería. Nada menos que 80 millones. Trinidad no ha vuelto a saber nada de él.
Los días de vino y rosas fueron épicos en Dolores. Aquella Navidad, las calles se llenaron de improvisados stands que las marcas de coches montaron para exhibir sus coches más lujosos. A las pocas semanas florecieron los Mercedes, Jaguar y Porche como por arte de magia. Los habitantes de la comarca empezaron a llamar a sus vecinos de Dolores "los griegos", porque todos estos vehículos de última matriculación tenían la «Y» en sus placas.
DEMONIOS EN EL PUEBLO
«Parece como si el dinero hubiese llenado de demonios el pueblo, afirma Enrique, otro de los que vivió de manera efímera la fortuna. En diciembre tenía 25 millones y en agosto ya debía tres al banco. Empecé a dejar dinero a los amigos para pagar deudas y me quedé sin nada. En aquel entonces trabajaba como oficial en una notaría y ganaba bastante dinero, por lo que me pude recuperar. Pero luego sufrí un derrame en un ojo y me quedé incapacitado. Ahora vivo de una pensión».
El juego siempre ha estado presente en la vida de Dolores. Todos los vecinos con los que habló este periódico aseguran que antes y después de la lotería se apostaba muy fuerte en juegos como el bacará o el póquer.
La noche anterior al sorteo, se celebró una gran partida en el casino donde, a falta de dinero, los jugadores pusieron sobre la mesa los décimos que al día siguiente fueron premiados. Así, Antonio, «el perragorda», «croupier» en las partidas clandestinas, ganó una auténtica fortuna sólo con las propinas en décimos que le cayeron aquella noche.
También apareció por el pueblo un grupo de jugadores profesionales que, tras ganarse la confianza de los vecinos más ambiciosos, les desplumaron en varias timbas millonarias celebradas clandestinamente en la costa. El placer del juego fue tal, que un grupo incluso se marchó en avión nada menos que hasta Las Vegas, en Estados Unidos, donde tampoco les fueron bien las cosas.
DOS PERSONAS QUE APROVECHARON LA OPORTUNIDAD
Pero no todos tuvieron tan mala suerte. El buque insignia de los afortunados está encarnado en Julio Pérez, el hombre más agraciado con el premio. Julio, el del agua, trabajaba entonces repartiendo el líquido elemento por los pueblos de la Vega Baja alicantina que no contaban con suministro.
Como la terminación del número, el 76, es identificado en el código de los ciegos como agua, Julio, poco aficionado al juego, decidió quedarse con varios décimos. Le tocaron nada menos que 200 millones, que supo invertir bien. Se gastó la mitad en una finca y con la otra mitad la equipó con la infraestructura necesaria para tener una competitiva explotación de regadío. Hoy Julio es admirado por sus vecinos y su suntuosa casa sirve de ejemplo para aquellos que jugaron mal sus bazas.
José María Argiles también supo invertir los 25 millones que ganó aquel día. Agricultor, sin estudios, cuidador de ganado desde niño, montó con mucho esfuerzo una fábrica de calzado deportivo valorada hoy en más de 100 millones de pesetas. Tiene 40 empleados, dos Mercedes y trabaja quince horas diarias.
Nota de: JUAN CARLOS DE LA CAL - www.elmundo.es
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