A finales de 1988, dos ciudadanos estadounidenses lograron arrebatarle unos 42.000 € al casino Taoro, en el Puerto de la Cruz (Tenerife), mediante un sistema electrónico que combinaba lo último en procesamiento de datos y transmisión de voz. Una semana les bastó para sacar adelante su ingenioso plan jugando al black jack.
Inconformes con lo obtenido, y orgullosos de la eficacia de su aparato, decidieron regresar al año siguiente. No pasaron inadvertidos. En una hora ganaron cerca de 4.200 €. Fueron expulsados y denunciados ante la Brigada del Juego, que desenmarañó el mecanismo del fraude. Los implicados llevaban un teclado especial y un ordenador en sus trajes. El aparato trasmitía el desarrollo del juego a un ordenador madre que, desde el hotel, reenviaba las órdenes oportunas. Ellos las recibían mediante unos receptores ocultos en los oídos. Todo estaba perfectamente camuflado. Todo, menos su suerte prominente.
Nota por: Christopher Pawlicki
Inconformes con lo obtenido, y orgullosos de la eficacia de su aparato, decidieron regresar al año siguiente. No pasaron inadvertidos. En una hora ganaron cerca de 4.200 €. Fueron expulsados y denunciados ante la Brigada del Juego, que desenmarañó el mecanismo del fraude. Los implicados llevaban un teclado especial y un ordenador en sus trajes. El aparato trasmitía el desarrollo del juego a un ordenador madre que, desde el hotel, reenviaba las órdenes oportunas. Ellos las recibían mediante unos receptores ocultos en los oídos. Todo estaba perfectamente camuflado. Todo, menos su suerte prominente.
Nota por: Christopher Pawlicki
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