Esta enemiga inseparable del juego ha creado personajes de toda índole. Algunos la usaron para confirmar las teorías de Newton; otros gastaron más dinero inventándola que ganando con ella; otros quisieron camuflarla pero no disimularon sus éxitos, y otros la guardan como el más sagrado de los secretos profesionales.
El cine también se ha hecho eco de personajes tramposos que buscan realizar el sueño popular de enriquecerse rápidamente y a costa de un casino o una sala de juegos.
“El Golpe”, que reunió a dos grandes estrellas como Paul Newman y Robert Redford, es una de las películas que mejor ha retratado esta fantasía.
Tres zapatos guardaron el secreto para ganarles a los casinos. Durante los años 80, un grupo de estudiantes de la Universidad de California, dirigido por Doyne Farmer, aplicó las leyes del movimiento de Newton y las teorías físicas del caos, la fricción y la predicción al azar de la ruleta. El calzado de los investigadores contenía el ordenador que predecía el número ganador.
Las víctimas del invento fueron los casinos de Las Vegas (Nevada). Thomas A. Bass, uno de los participantes del experimento, dejó constancia de esta experiencia en el libro The Newtonian casino, en el que confesó que el método incrementó un 33% sus ganancias en las mesas.
Las fórmulas matemáticas que resolvía este ordenador andante eran similares a las que utilizaba la NASA para hacer aterrizar naves en la Luna. Tenía en cuenta la órbita, la velocidad y la fricción, entre otras variables. Como cada ruleta tiene su personalidad, el dedo gordo del pie de uno de los jugadores ajustaba los parámetros del ordenador según lo que se veía en la mesa. La predicción se trasmitía al dedo gordo de otro jugador. Éste entendía el mensaje y colocaba las fichas en las casillas donde la probabilidad era más alta.
A sabiendas de que la Universidad llevaba a cabo este proyecto, en 1985 los legisladores de Nevada propusieron severas penas para aquellos que llevaran dispositivos capaces de proyectar los resultados de los juegos de azar: 10 años de cárcel y una multa de 10.000 dólares. Pero los jóvenes ganaron y hoy son prestigiosos científicos en Estados Unidos. Hacer trampa en nombre de la ciencia, será delito pero no es pecado.
Nota: Christopher Pawlicki
El cine también se ha hecho eco de personajes tramposos que buscan realizar el sueño popular de enriquecerse rápidamente y a costa de un casino o una sala de juegos.
“El Golpe”, que reunió a dos grandes estrellas como Paul Newman y Robert Redford, es una de las películas que mejor ha retratado esta fantasía.
Tres zapatos guardaron el secreto para ganarles a los casinos. Durante los años 80, un grupo de estudiantes de la Universidad de California, dirigido por Doyne Farmer, aplicó las leyes del movimiento de Newton y las teorías físicas del caos, la fricción y la predicción al azar de la ruleta. El calzado de los investigadores contenía el ordenador que predecía el número ganador.
Las víctimas del invento fueron los casinos de Las Vegas (Nevada). Thomas A. Bass, uno de los participantes del experimento, dejó constancia de esta experiencia en el libro The Newtonian casino, en el que confesó que el método incrementó un 33% sus ganancias en las mesas.
Las fórmulas matemáticas que resolvía este ordenador andante eran similares a las que utilizaba la NASA para hacer aterrizar naves en la Luna. Tenía en cuenta la órbita, la velocidad y la fricción, entre otras variables. Como cada ruleta tiene su personalidad, el dedo gordo del pie de uno de los jugadores ajustaba los parámetros del ordenador según lo que se veía en la mesa. La predicción se trasmitía al dedo gordo de otro jugador. Éste entendía el mensaje y colocaba las fichas en las casillas donde la probabilidad era más alta.
A sabiendas de que la Universidad llevaba a cabo este proyecto, en 1985 los legisladores de Nevada propusieron severas penas para aquellos que llevaran dispositivos capaces de proyectar los resultados de los juegos de azar: 10 años de cárcel y una multa de 10.000 dólares. Pero los jóvenes ganaron y hoy son prestigiosos científicos en Estados Unidos. Hacer trampa en nombre de la ciencia, será delito pero no es pecado.
Nota: Christopher Pawlicki
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