sábado, 17 de mayo de 2008

Jugando con la vida

Ecuador - Una enfermedad incurable que al comienzo entretiene y divierte. Luego, sin darse cuenta, el adicto cambia su vida por una partida de naipes.
Aquí no hay relojes, el tiempo parece detenerse. La luz es tenue y hasta el aire huele distinto. Mujeres con diminutas faldas, luces de neón parpadeando sin cesar y los signos de dólar atrapados en pequeñas cajas metálicas seducen la mirada de quien entra. Aquí todo se fusiona para convencer al jugador de que el casino es su amigo, su refugio. De que la suerte está de su lado, jugará hasta ganar y si no lo consigue pensará en tácticas para vencer a la máquina tragamonedas, aún cuando sabe que eso es imposible. Un día, habrá perdido estabilidad, familia, amigos y mucho dinero. Aquello le sucedió a Fabricio, de 33 años, quien por escapar de las drogas y el alcohol, encontró un vicio mucho peor. “Jugaba para no drogarme pero terminé en un hueco más profundo. Llegué a dormir en un carro, a mendigar en las calles para reunir centavos y jugar. Lo perdí todo, hasta mi esposa me abandonó cuando le comencé a robar dinero de su cartera. Hoy me doy cuenta de que le robé la felicidad, no sólo el dinero”, dice este interno del Centro de Rehabilitación para Adicciones Salva tu Vida.
La adicción de Fabricio es más que un simple deseo de jugar compulsivamente. Recibe el nombre de Ludopatía, y es considerada por la OMS (Organización Mundial para la Salud) como una enfermedad crónica del comportamiento. Para el psicólogo clínico, Lenin Salmon, el ludópata presenta una desviación del comportamiento normal, no muy diferente a la del bebedor o fumador compulsivo. Es una patología igual de grave y tormentosa, pero sus daños no son visibles y físicos como sucede con otras adicciones. “La persona ludópata va aislándose de actividades sociales, existen salidas nocturnas no justificadas, comienza a fallar en su trabajo y la necesidad de dinero es cada vez mayor.
A medida que los intentos de disminuir la frecuencia e intensidad del juego fracasan, se añade depresión y ansiedad al cuadro clínico”, explica.
¿Las drogas o el juego?
Su mirada está perdida en algún rincón del casino. Mueve sus manos y piernas, suena sus dedos y cambia de posición en la silla una y otra vez. De repente, su mirada se fija en el interlocutor cuando recuerda el “bar negro, bar rojo”, de las máquinas tragamonedas. “Lo mío es el juego de los tres bares (una de las modalidades de las tragamonedas). Yo puedo estar en terapia pero mi mente siempre está en movimiento y pensando en lo que perdí, y que si quizás le apostaba tres veces a la máquina, habría ganado el premio mayor”, cuenta Fabricio sobre sus épocas de casino, que lo consumieron por más de 12 horas diarias, durante 15 años.
Su gusto por las cartas comenzó para escapar, de lo que su familia pensaba eran adicciones peores. “Empecé con una partida de 40. Recuerdo que le decía a mi padre: qué prefieres que me drogue o que juegue”, comenta. Hoy, debido al juego compulsivo, Fabricio sólo posee un par de camisas blancas y el jean que lleva puesto. “Me jugué la vida, tenía un negocio de ventas de medicina y lo perdí. Llegué al punto de querer que mis padres se mueran para jugarme la herencia, y hasta traté de falsificar la firma de mi papá con tal de quedarme con la casa. Sé que esto es una enfermedad incurable, pero también he aprendido que la vida no se puede regalar por una adicción”.
La enfermedad del miedo
“El adicto es un ser miedoso. Juega por miedo, porque él sabe que va a perder. Tiene miedo a vivir una vida nueva, miedo a enfrentarse y como no puede pegarse un tiro, entonces juega hasta acabarse”, dice Silvio Devoto, compañero de Fabricio en las terapias del centro de rehabilitación.
Él cuenta que como producto del juego se involucró en las drogas y llegó incluso afuera de su casa, con miedo a entrar, “Yo diría que el juego es mucho peor que otros vicios, tiene más poder y duración. Al principio es inofensivo porque te distrae pero luego viene el impacto”, cuenta.
Silvio comenzó con las inofensivas carreras de caballo cuando tenía 11 años. Dos años más tarde, se sentaba frente a las máquinas tragamonedas. Hoy, a sus 48 años dice arrepentirse de aquellas noches de ruleta, aunque todavía juega. “Dios me quitó el alcohol y las drogas, pero no el juego. A veces, me siento solo y lleno ese vacío con las máquinas. Pero aquí estoy, reconociendo mi enfermedad por primera vez y de verdad, no sólo para maquillar un nombre o el qué dirán. Sé que tengo que pagar un precio por lo que hice”, dice Silvio, quien está en terapia permanente para sobrellevar su adicción.
Un vicio social
Según el psicólogo Salmon, todo vicio empieza socialmente, de manera abierta y hasta inocente. Para el especialista, las personas que son inseguras son más propensas a refugiarse en un casino, aunque no es posible generalizar. “El jugador encontrará estímulos que lo alentarán a continuar apostando y será admirado por todos los jugadores cada vez que gana. También encontrará solidaridad cuando pierda”, dice.
En este escenario de vicio social se encuentra Johnny Guerrero, comerciante guayaquileño que en sus siete años de juego ha perdido entre 25 y 30 mil dólares. De los siete días de la semana, Johnny le regala cuatro al casino más cercano, aún sin la aprobación de su esposa. “A él no le gusta ir al cine o un bar. Si está en la casa, se siente aburrido y desesperado, y enseguida busca salir a jugar”, comenta Miriam. Johnny aclara que no juega por ganar el premio mayor. “Lo veo como un entretenimiento, aunque bien costoso”, dice entre risas.
La historia de Johnny no es muy diferente a la de Daniela, de 50 años, que frecuenta diferentes casinos cinco veces a la semana.
“Reconozco que soy un poco viciosa, siempre digo que no voy a ir y termino haciéndolo para distraerme. Pero, si tuviera más dinero, iría todos los días”, cuenta Daniela. Según ella, no hay mayor distracción que empujar la palanca de una máquina tragamonedas, aún si apuesta un sólo centavo.
En Ecuador, la ludopatía es una adicción poco analizada y no existe un centro de ayuda “sólo para jugadores anónimos”, como sí los hay en Argentina o España. Itel Hidrovo, de Salva tu Vida, ayuda a quienes tienen problemas de ludopatía, pero lo hace con terapias diseñadas para adictos al alcohol y drogas.
“Creo que la gente todavía no se da cuenta que es una enfermedad seria, y puede que sus daños no se exterioricen pero son igual de fatales como los narcóticos. Dejar esta adicción requiere voluntad propia, dolor y sufrimiento”, expresa Hidrovo.
Fuente: vistazo.com

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