martes, 20 de mayo de 2008

Franco jugaba a las quinielas

España - En el último libro de Paul Preston se nos anuncia que Franco jugaba a las quinielas. Me imagino que, en aquellos tiempos, correría el rumor de que esa era una de las aficiones del Generalísimo. Ahora ya lo sabemos, como si dijéramos, oficialmente. O sea, salido de pluma de un hispanista prestigioso. Que es, también, la única persona -salvo los herederos- que come y vive hoy a expensas del Caudillo.
Lo que hemos de dilucidar ahora, pues para eso estamos, es si un jefe de Estado debe apostar a las quinielas y, en general, a los juegos de azar. Esta es una de esas interrogantes cuya respuesta más oportuna no se le viene a uno a la cabeza de sopetón, sino que hay que meditar un poco.
Una vez que reflexionas, te explicas eso que digo. Y es que no se te ocurre sólo una respuesta, sino dos. Según se mire, que Franco y similares rellenen quinielas, está mal o está bien.
Mal, porque a personajes de tan altos vuelos hay que suponerlos libres de las miserias de los de aquí abajo. Pues miseria es que suspires por un dinero que a ellos se les da por la Gracia de Dios.
Y bien, porque, viéndolos rellenar una quiniela, su figura mítica se humaniza y los acerca a los súdbitos, que súbditos nacimos y súbditos moriremos.
A Franco le gustaba cazar y pescar, lo cual no quita para se los cazaran y se los pescaran otros. Y eso no se veía escandaloso por el pueblo, sino que se prestaba al cachondeo. Al Rey le agrada montar en moto. Y nadie lo ve feo. Antes bien genera simpatías. Pero, claro, tenerle apego a la quiniela, a la primitiva y para qué decirte si es al bingo, me temo que hay un sector de la población que no lo ve correcto. Como dijo Campoamor, cuando veraneaba en Campoamor: «Todo es según el color del cristal con que se mire».
Hay otras actividades de estos egregios personajes que no provocan reacción ni buena ni mala. Según el mismo Preston, a Franco le encantaba desayunar chocolate con picatostes. No pienso que a los españoles les pareciese mal. El chocolate líquido, por otra parte, siempre gozó de gran prestigio entre los clérigos -el Padre Bonete, por no ir más lejos- y las marquesas.
Al fin y al cabo, el picatoste de Franco es cosa austera, comparado con la torrija de leche o el bizcocho borracho.
Fuente: laverdad

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