jueves, 23 de agosto de 2007

No fué la mafia la que introdujo el juego en Cuba

En su segundo gobierno entre 1952 y 1958, Fulgencio Batista promovió el turismo y el juego en los casinos para no tener que depender exclusivamente del mercado del azúcar.
El juego, a propósito, no fue llevado por los mafiosos norteamericanos a Cuba. Era una tradición española que se remontaba a las épocas de la colonia. El juego era parte de la vida cubana. Un artículo en el Papel Periódico de la Habana de diciembre de 1790 rezaba así:
“No nos ha colocado en el mundo la Naturaleza para que juguemos, sino para vivir con seriedad y emplearnos en acciones graves e importantes”.
“Debiera fijarse en todos los pueblos de la Isla, y hasta en todos los árboles de ella, para infundir terror a tanto aldeano que olvidado de la honrosa tarea de la agricultura, emplea los días y las noches en tan torpes ocupaciones como son las cartas y otros instrumentos de este vicio detestable”.
En 1832, José Antonio Saco escribió sobre el juego:
“No hay ciudad, pueblo, ni rincón de la Isla de Cuba, hasta donde no se haya difundido este cáncer devorador. Las casas de juego son la guarida de nuestros hombres ociosos, la escuela de corrupción para la juventud, el sepulcro de la fortuna de las familias, y el origen funesto de la mayor parte de los delitos que infectan la sociedad en que vivimos”.
El escritor norteamericano Carleton Beals advirtió en 1933 que el cubano exclusivamente adora al dios de la fortuna. Un jugador empedernido, gastará hasta la última moneda en tiquetes de lotería. La propensión cubana para la diversión y el juego demuestra poca consideración por el día de mañana.
Una comisión de académicos norteamericanos invitados por el gobierno cubano señaló en un reporte a mediados de los años 30, “El juego es un vicio extendido entre todas las clases sociales, y la compra de tiquetes de lotería desestimula la capacidad de ahorro de los cubanos”.
Una misión del Banco Mundial que visitó a Cuba en 1950, y presentó un voluminoso informe sobre el desarrollo económico de la isla, señaló cómo el juego iba contra el espíritu empresarial y la capacidad de ahorro del país:
“El espíritu de juego en la economía distorsiona el espíritu de empresa. Es una de las razones de la escasez relativa de capital y de iniciativa empresarial en el desarrollo de nuevas industrias. Para el dueño del gran capital, lo que se puede ganar en el fluctuante e impredecible mercado del azúcar –casi comparable a la lotería- puede enseguida opacar todas las ganancias posibles de una empresa nueva que necesariamente tomaría mucho tiempo, trabajo y molestia.
“Para el hombre pequeño –en una economía en la que las oportunidades para crecimiento en la empresa y la promoción en el empleo parecen ser pocas- un tiquete de lotería o cualquiera de los muchos juegos de apuesta que florecen en toda Cuba puede parecer un uso más atractivo del dinero que el ahorro. Además, de proveer emociones, parecen ofrecer una mejor esperanza de salir adelante que el proceso prosaico de ahorro constante, planeación y trabajo duro”.
En 1959, unos meses después de la Revolución Cubana, el influyente intelectual e Historiador de la Ciudad de La Habana, Emilio Roig de Leuchsenrig, escribiría en su libro Males y vicios de la Cuba Republicana: sus causas y remedios:
“Desde los primeros tiempos coloniales hasta los presentes republicanos el juego ha sido el vicio máximo característico y contumaz del cubano”.
“Herencia directa de nuestros antepasados, los primeros españoles establecidos en la Isla, el juego arraigó bien pronto entre nosotros”.
“Esta viciosa afición, tan violenta y extendida que bien puede llamarse la pasión dominante de los cubanos…”
En los años 50, había muchas quejas de los turistas norteamericanos de que los estafaban en los casinos. Batista llamó a Meyer Lansky, quien tenía relaciones de vieja data con los casinos en Cuba, para reformar la industria.
Batista también instruyó a la policía para evitar las estafas a los turistas en los casinos.
Curiosamente, años atrás, el mismo Eddy Chibás, fundador del Partido Ortodoxo y crítico implacable de la corrupción, había defendido el fomento del turismo en Cuba “como la más importante y trascendente de cuantas empresas pudiera acometer nuestra patria para su definitiva liberación política -a través de su no menos definitiva redención económica...” En forma similar a las quejas de los norteamericanos criticó a aquellos cubanos que “a ciencia y paciencia de nuestras autoridades se dedican a explotar y piratear a todo género de desafueros y violencias, explotan al turista... sin frenos ni sanciones. Es más perjudicial que el turista se constituya en detractor de Cuba, que dejar que se dirija a otras playas donde lo acojan y le brinden una hospitalidad más en consonancia con las normas de la civilización”.
En 1955, se abrió un casino en el Hotel Nacional, que pertenecía al gobierno, y se puso a Lansky a manejarlo.
El gobierno expidió una ley dando beneficios tributarios para la construcción de nuevos hoteles, y facilitando la instalación de casinos en los hoteles y los clubes nocturnos. Lansky tomó ventaja de esta ley y empezó a construir el Riviera en 1956; el hotel-casino fue inaugurado en diciembre de 1957. Entre 1952 y 1958 se abrieron 28 nuevos hoteles en Cuba. Pero contrario a lo que afirman autores como Enrique Cirules, los mafiosos norteamericanos como Lansky que se dedicaron al negocio de la hotelería y el juego durante los años 50 en Cuba, no estaban involucrados en el narcotráfico. Después de todo, los casinos eran legales, altamente rentables. Cirules no muestra prueba alguna para sustentar su argumentación. De hecho, en nuestra investigación no hemos encontrado ningún indicio serio que conecte a personajes como Lansky o al mismo Lucky Luciano con el tráfico de drogas en Cuba.
Por: Eduardo Sáenz Rovner
Extraído de:
http://catedras.ucol.mx

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