El Casino de Mar del Plata es el más concurrido del mundo, en especial en temporada. Sus visitantes sueñan con saltar la banca, y añoran un sistema como el de los alemanes de Coronel Suárez, que allá por los 50 se hicieron de una fortuna sin cometer delito alguno.
Los casinos que divulgaron las películas de Hollywood muestran las andanzas de señores vestidos con smoking que, con ruletas predispuestas, consiguen quedarse con los dineros de los incautos que frecuentan sus elegantes garitos. Hasta Humphrey Bogart, duro sentimental y desprendido hasta el énfasis, capaz de hacer ganar - con trampa - a los recién casados que buscaban el dinero para los salvoconductos en su garito del Rick's, no puede esconder que su establecimeinto estaba preparado para desplumar con malas artes a su menesterosa clientela, en tránsito por Casablanca.
Pero la realidad y los especialistas en el tema aseguran que, por el contrario, los que pretenden ganar, forzando la suerte, son algunos delincuentes entreverados entre el público. Esos mismos especialistas dicen que suman 5000 individuos, en todo el mundo, los que merecen ese calificativo y que son en su mayoría, bandas internacionales que piensan todo el tiempo en cómo hacer saltar la banca. También afirman que "tienen que trabajar en grupo y, por lo menos, con un empleado del casino que los ayude".
En el mundo entero hay cada vez más salas de entretenimientos - eufemismo con que se denominan las salas de juegos - y el que registra gran afluencia de público es nuestro Casino Central de Mar del Plata.
Con disciplina teutona
Transcurría la década de los 50 cuando seis señores de aspecto correcto y nada rumboso comenzaron a frecuentar las salas de juego y a tomar nota de los resultados de todas las bolas que se jugaban en seis mesas. Tenían pinta de extranjeros, más bien de alemanes, y con seriedad germánica persistieron en la tarea durante, por lo menos, dos temporadas, incluidos los fines de semana invernales. No jugaban un solo peso.
Un día comenzaron a apostar en dos mesas y siguieron haciéndolo, turnándose, durante todas las horas en que el casino funcionaba. Parecían hacerlo a suerte y verdad y el personal de las mesas no detectó sistema de juego o martingala alguna.
Poco después, el número de apostadores en las mesas de los que ya todo el mundo llamaba "los alemanes", se incrementó. Los nuevos apostadores no eran gente del todo desconocida para los marplatenses. Es que formaban parte del lumpenaje que siempre merodeaba por las salas de juego, esperando una oportunidad de "pasar al frente".
Las autoridades del Casino prestaron, ahora, detenida atención al ya numeroso grupo. Y nada. Las jugadas eran correctas y seguía sin detectarse sistema alguno. Es que para desazón del personal no lo había. Los apostadores jugaban una serie de números, siempre los mismos, en apuestas de igual valor. Las ganancias de las mesas en que jugaban los alemanes desaparecieron y una fuerte pérdida las reemplazó. Como primera medida, las autoridades del Casino aplicaron el "Derecho de admisión", norma que les permitió impedir la entrada de los apostadores del grupo. También hicieron comparecer, no demasiado voluntariamente, a los seis alemanes.
Como dice la canción, "de aquello que hablaron ninguno ha sabido" pero el caso es que el misterio se develó.
Los alemanes contaron que habían ganado una verdadera fortuna y que no estaban dispuestos a devolverla porque era bien ganada. Lo que sí explicaron era la operatoria. Dijeron que en la etapa preparatoria habían estudiado el desgaste producido en los cilindros portadores de la rueda de la ruleta, desgaste que hacía que los números de un sector de la rueda, recibieran la bolilla más asiduamente que los otros.
Luego todo se redujo a jugar esos números. Como el límite máximo hacía lentos los ingresos, contrataron a los secretarios que jugaban bajo su control y que cobraban una suma fija por día y que desconocían las razones por las que apostaban determinados números. La consulta al departamento jurídico resultó en la falta de delito por parte de los apostadores, puesto que se limitaron a aprovechar una ventaja que no provocaron.
Los alemanes se volvieron - eso si, bien forrados - para sus lugares y las autoridades del Casino se limitaron a tomar buena nota de lo ocurrido y a comunicar a los casinos del exterior, con los que mantenían un convenio de información, los detalles de la aventura y la identidad de los ingeniosos apostadores. También se cambió el método de mantenimiento de las mesas de juego, para hacer imposible que se detectaran los posibles desgastes mecánicos.
Cilindros benefactores
Hasta que aparecieron los "alemanes" y su curiosidad por el rentable desgaste producido por el uso, las mesas de ruleta eran desmontadas cada noche, es decir, se sacaba el cilindro portador de los números y se hacía el mantenimiento de la mesa, donde estaban los rodamientos sobre los que giraba el cilindro.
Cada cilindro pertenecía establemente a una determinada mesa.
Después de la explicación del método empleado por los "alemanes" se desmontaban cada noche los cilindros pero, después del respectivo mantenimiento de rodamientos y rueda, se montan nuevamente previo sorteo, es decir, que cada cilindro se coloca en la mesa que le ha tocado en suerte, quedando modificada la relación entre rodamientos y cilindro portador de los números y resulta así indetectable el posible desgaste.
Cosas de rusos y de negros
En febrero de 1887 llegaron a nuestro país los primeros alemanes del Volga. Eran los descendientes de aquellos agricultores que doscientos años antes habían abandonado sus propiedades a orillas del Rhin y que aceptaron una propuesta de la emperatriz de Rusia, Catalina, que así les daba facilidades para huir de las consecuencias devastadoras de la Guerra de los Siete Años, cuyo epicentro fue el sur de Alemania. Los germanos que se instalaron a orillas del Volga, sin embargo, pusieron sus condiciones para ir allí: nunca dejarían su religión, que era Católica Apostólica Romana, y jamás dejarían de ser alemanes.
Muchos años después, fundaron la República Alemana del Volga, Raidelvo, y todo marchó sobre rieles hasta 1863, cuando los rusos rompieron el contrato y llamaron a los alemanes del Volga a cumplir con el servicio militar. Los hombres y mujeres de Raidelvo no dudaron y decidieron abandonarlo todo. Primero mandaron tres expediciones a los Estados Unidos, Brasil y la Argentina, para elegir el nuevo lugar para afincarse. La elección cayó en nuestro país y en 1878 llegó el primer contingente, que se instaló en la localidad de Hinojo, cerca de Olavarría, en la Provincia de Buenos Aires.
En los meses siguientes fueron llegando más familias; algunas se instalaron en la provincia de Entre Ríos (Gualeguaychú) y otras en Córdoba (San Francisco), cerca de Canals. Sin embargo el contingente más numeroso que primero había ido a Hinojo para encontrarse con los primeros que habían llegado al país, siguió viaje en sus carromatos algo más al sur, y se instaló cerca de Coronel Suárez, donde fundaron tres colonias: La Colonia 1, San José; la Colonia 2, Santa María y la Colonia 3, Santa Trinidad, ubicadas a 5, 10 y 15 kilómetros respectivamente de Coronel Suárez, ciudad a la que en la actualidad están absolutamente integradas. De una de esas colonias eran los abuelos de Sergio Denis, de apellido Hoffmann. El abuelo del cantante, ebanista de calidad, se instaló en el pueblo, como le decían los rusos a Suárez, y por eso Sergio Denis fue desde chico el Negro Hoffmann, porque los de las colonias a los del pueblo les decían negros. Y los del pueblo, a los de las colonias, les decían rusos, simplemente porque si bien habían dejado todo para no dejar de ser alemanes, venían de Rusia.
Y de una de esas tres colonias de los Alemanes del Volga, con sus callecitas de tierra por donde no alcanza a pasar un auto, con sus casitas pintadas de vivos colores, sus elegantes casas de la calle principal y sus ancianas aún hoy vestidas de negro absoluto y caminando en silencio a la hora de ir a la iglesia, era el cerebro de la maniobra que le costó tanto dinero a los casinos. Dicen algunos veteranos de la Colonia 2 que el hombre era un alemán (un ruso para los del pueblo) muy callado, muy ensimismado, permanentemente encerrado en sus lecturas y en sus cálculos. "Cada tanto desaparecía de la colonia -dijo uno-, y volvía a los dos meses". El misterioso ruso-alemán, estaba simplemente, anotando con su equipo de seguidores los números de todas y cada una de las mesas de ruleta del Casino de Mar del Plata, hasta que tuvo todo listo para dar el gran golpe. Después nunca más se lo vio por las colonias rusas ni en el pueblo de los negros.
Fuente: Diario La Razón
sábado, 28 de julio de 2007
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