sábado, 20 de febrero de 2010

La policía rusa contra los casinos ilegales

Rusia - Moscú - Desde que el gobierno ruso prohibió en julio pasado los casinos y las máquinas tragamonedas, las salas de juego ilegales se desparramaron como reguero de pólvora.
Col Oleg Bolderov, del departamento de delitos económicos de la policía rusa, explicó a la BBC que en los últimos ocho meses han realizado miles de inspecciones.
"Hemos cerrado 70 casinos y 4.000 salas de máquinas tragamonedas y hemos abierto 600 causas contra organizadores de salas de juego clandestinas", informó.
Un video de la policía al que tuvo acceso la BBC muestra oficiales fuertemente armados vestidos de negro, con las caras tapadas, irrumpiendo en un casino ilegal y encontrando a los empleados y jugadores con las manos en la masa.
En el video se ve a dos policías blandir sus pistolas automáticas y colocarse junto a una mesa de póquer ante la sorpresa de los asustados jugadores.
Sin embargo, otras fuentes relacionadas al juego ilegal señalan a la BBC que las salas de juego proliferan en la capital –Moscú- y en San Petersburgo y que en ciudades más lejanas poco ha cambiado desde antes de julio, cuando la ley entró en vigencia.
Batalla perdida
También hay versiones que apuntan contra algunos policías que ofrecen protección a los antros ilegales a cambio de abultados sobornos.
"Se nos acercó un policía que nos pedía US$400.000 al mes para permitirnos permanecer abiertos", dijo a la BBC una fuente que prefirió permanecer anónima.
Bolderov admite corrupción
Incluso Col Oleg Bolderov admite que las autoridades luchan una batalla perdida de antemano contra la enorme demanda de juego a la vez que contra sus propios colegas corruptos.
Bolderlov señala que una de las explicaciones más probables ante el aumento del juego ilegal es la corrupción y el hecho de que fuera de la capital esa práctica está extendida.
En el centro moscovita es fácil encontrar salas de juego abiertas al público, aunque de manera más discreta que antes.
Pasillos
Y sólo tomó unas llamadas concertar una visita a un casino ilegal.
Me dijeron que dejara mi bolso aparte, para asegurarse de que no llevara grabadores ni cámaras.
Luego, el dueño me condujo a través de pasillos y pesadas puertas que sólo se podían abrir utilizando códigos de seguridad especiales, hasta llegar al casino.
No era muy grande, pero tenía tablas de póquer prístinas, una ruleta y máquinas tragamonedas de última generación.
En el bar, un jugador solitario me daba la espalda mientras revolvía su trago.
Según fuentes de la industria, los casinos ilegales aún funcionaban hasta cuatro meses después de que la prohibición entrara en vigencia.
La nueva ley, que debería haber puesto fin a los juegos de azar en todas las ciudades rusas, fue impulsada por el ex presidente y actual primer ministro Vladimir Putin.
Con sus entradas de chillonas luces de neón, los casinos y las salas de máquinas tragamonedas habían llegado a dominar el centro de las ciudades.
La industria del juego, que resucitó tras el colapso de la Unión Soviética hace casi 20 años, había crecido hasta generar US$6.000 millones anuales.
Demasiado remotas
El plan del gobierno era recluir el juego a cuatro zonas designadas en las regiones más remotas del país.
Apertura del casino en Azove, a mil kilómetros de Moscú.
Pero estas zonas son tan remotas que ninguno de los operadores de los grandes casinos estaba disupuesto a invertir las fortunas requeridas para atraer a los jugadores para que viajen hasta tan lejos.
Por lo tanto, la mayoría de esas regiones siguen siendo terrenos desiertos.
Sin embargo, este mes, en una sórdida ceremonia, un casino en una de esas regiones abrió sus puertas.
Se encuentra a dos horas en coche de la ciudad o el aeropuerto más cercanos, en el medio de la nada, en el extremo sur del país.
Hasta ahora, en ninguna de las regiones se han abierto otros casinos.
Ya hay pedidos de que se revea la ley con el argumento de que, sencillamente, lo único que ha conseguido es clandestinizar los juegos de azar y dar a los policías corruptos otra oportunidad para pedir sobornos.
BBC.uk/Richard Galpin

No hay comentarios.: