Colombia - Los juegos de suerte y azar solamente enriquecen a sus empresarios y a unos pocos afortunados, mínimo porcentaje de los millones de ilusos que entregan su dinero a aquéllos.
Conviene detenerse a pensar sobre este vicio, verdadero cáncer de la sociedad. Comencemos por el juego del chance. A comienzos de los setentas, ya este juego, entonces no permitido, florecía en todo el país, sin control alguno. Era una competencia ruinosa para las loterías departamentales, cuyos planes tenían que ceñirse estrictamente a la ley 64 de 1923 y que, en consecuencia, no podían ofrecer nada nuevo y diferente al apostador. La desventaja radicaba, específicamente, en esto: quien buscaba el número que había soñado, o el que correspondía a la fecha del nacimiento de su hijo, o el que le había recomendado un adivino, la mayor parte de las veces no lo encontraba. El chance, por el contrario, le daba la posibilidad de “hacer” el número de sus preferencias. Todo eso me había llevado, en 1973, a renunciar a la asesoría jurídica de la Lotería del Quindío, para impedir el otorgamiento de una concesión para explotar el juego prohibido a quien ya estaba dedicado (teóricamente en forma clandestina pero, realmente, a la vista de todo el mundo) a esa actividad. Mi renuncia logró el efecto que yo perseguía, pues el juego no se “legalizó”; el gobernador que intentó la maniobra pidió una licencia de tres meses, se fue de paseo al exterior, regresó a su cargo, y todo siguió igual.
Por todo lo anterior, en el segundo número de la revista Nueva Frontera, que dirigía el ex presidente Lleras Restrepo, publiqué (en septiembre de 1975) un artículo en que señalaba el riesgo que corrían las rentas departamentales, bajo este título: “Las Loterías: ¿Al final del camino?”
¿Cómo terminó la historia? Mal: siguiendo el criterio erróneo de que es mejor levantar la prohibición que combatir las conductas ilícitas, el Congreso aprobó una ley que permite a las loterías entregar a los particulares, en concesión, el juego del chance. Así, los mismos que quebrantaban la ley derogada se convirtieron en usufructuarios de la nueva. En el caso del Quindío, esto le sirvió al negociante para construir un feudo politiquero que ha subsistido durante más de un cuarto de siglo, fuente inagotable de corrupción tolerada y auspiciada por todos los gobiernos y todos los partidos, y que ahora ha recibido la especial bendición del director del liberalismo, quien ha designado una hija del empresario como candidata a la alcaldía de Armenia, después de suspender la consulta interna programada de conformidad con la ley. ¡Poderoso caballero es don dinero!
Al legitimar el juego, el Congreso actuó como el marido engañado que vendió el sofá, con la diferencia de que en este caso quien lo compró fue el mismo que ya venía disfrutándolo. Además, el llamado “chance ilegal” no desapareció: coexiste con el que explotan los concesionarios, en algunos casos también manejado por ellos. Las loterías están ahora “al final del camino”, unas en estado de quiebra y otras al borde de caer en él.
Existe una relación directa entre los juegos de azar y la miseria: cuánto mayor sea ésta, más grande será la cantidad de dinero que la gente bota en aquéllos. Hay que tener en cuenta que contra las míseras remuneraciones de la inmensa mayoría, atentan las propias loterías, el baloto, el ganagol y quién sabe cuántas apuestas más. Bien sé que es un cálculo casi imposible, pero valdría la pena establecer cuánto gastan los colombianos en esta compra de ilusiones, cuánto ingresa al erario y cuánto se queda en los bolsillos de los amos del juego. Así se comprobaría el despojo que sufre el pueblo, con el pretexto de prestarle el servicio de salud por el cual casi siempre ha de pagar finalmente.
Hay que analizar, además, la dañina influencia que los empresarios de los juegos, prohibidos o no, ejercen sobre la administración pública. Eligen congresistas, gobernadores, diputados, alcaldes, concejales y son los dueños reales de la burocracia. Es conocido el poder de la señora ‘Gata’ en Bolívar, botón de muestra que es apenas pálido reflejo de lo que ocurre en otros departamentos.
Comprendo que es utópico esperar un cambio de esta situación injusta. A él se opone el poder corruptor del gran dinero, más eficaz en este campo que en el de las drogas, porque se cubre con el manto de la ley. Llegará, sin embargo, el día en que un gobierno se decida a dar la batalla contra esta plaga social, acaso la peor de todas.
Fuente: La Crónica de Quindío
viernes, 15 de agosto de 2008
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