
Desde que Mao fundara la nueva China en 1949, el juego está prohibido por ley en esta gigantesca nación para desesperación de sus ludópatas habitantes, que aprovechan cualquier rincón para echarse una partidita de naipes o dados. Y eso que las apuestas están perseguidas en todo el país excepto en la antigua colonia portuguesa de Macao, una pequeña ciudad de medio millón de habitantes donde sus famosos casinos acumulan ya 150 años de historia.
Aunque este enclave fue devuelto a China en 1999, el régimen comunista no ha ilegalizado el juego, sino que ha apostado por él como motor de la economía de Macao. El 70 por ciento de los ingresos del erario público en esta Región Administrativa Especial de China procede de los impuestos que pagan las 4.000 ruletas y 12.000 máquinas tragaperras de sus casinos, que emplean al 15 por ciento de la población.
Gracias a la afición por el azar de los 22 millones de turistas que recalan cada año en la ciudad -la mayoría chinos-, Macao ha superado a Las Vegas como el paraíso del juego al ingresar unos 50.000 millones de euros, 150 millones más que el oasis lúdico de Nevada. Por eso, en la Lisboa de Oriente, cuyas calles alrededor de la plaza del Senado recuerdan a la capital lusa, las timbas no están proscritas y, más bien al contrario, parecen una obligación.
Desde que el ferry procedente de Hong Kong arriba al puerto de Macao, una ciudad de cartón piedra y luces de neón dedicada al juego da la bienvenida. Cerca del muelle se levantan varios parques temáticos y casinos que recrean un palacio imperial de la dinastía Tang, la colina de Lhasa presidida por el Palacio de Potala y el descomunal Sands Macao.
Con 800 mesas de juego y mil máquinas tragaperras, dicho casino es el mayor del mundo y fue el primero procedente de Las Vegas en instalarse en Macao en 2004. Tres años antes, las autoridades habían abierto el mercado a los inversores extranjeros al acabar con el monopolio que ostentaba desde hacía cuatro décadas el octogenario magnate Stanley Ho, propietario de la Sociedade de Jogos de Macao.
Aunque Ho sigue manteniendo 17 de los 29 casinos que funcionan las 24 horas del día en la ciudad, importantes grupos del sector como Sands, Wynn o Galaxy ya le han arrebatado una buena porción de tan jugosa tarta.
Así se aprecia una noche cualquiera a las tres de la madrugada en el Sands Macao, donde hierve la excitación en sus ruletas y mesas de bacarrá, póker y dados. «¿Yes! ¿Yes! ¿Uhhhhhh!», se escucha un grito que sobresale del murmullo general. Se trata de un joven chino que, con un perfecto inglés, se presenta como Eric y se muestra exultante de alegría. «Acabo de ganar 50.000 dólares de Hong Kong (unos 5.000 euros)», dice orgulloso antes de reconocer que previamente perdió «casi 20.000 dólares (2.000 euros)».
En lo que va de noche, Eric ha tenido suerte. Aunque no lo parezca, este empresario del textil está en pleno viaje de negocios. «Vengo de Europa, donde he visitado a unos clientes, y he aprovechado que mi avión hacía escala en Hong Kong para venir aquí», explica fumando con ansiedad.
Peor le ha ido a Li Chong, un hongkonés de 20 años que les ha dicho a sus padres que se iba al karaoke con los amigos y ha cogido uno de los barcos que comunican durante toda la noche la antigua colonia británica con Macao. «Me he quedado sin blanca, he perdido los 4.000 dólares de Hong Kong (400 euros) que había ahorrado con un trabajo a tiempo parcial en una feria de exposiciones», se lamenta apurando un whisky en el bar.
El joven es el único cliente en la barra, junto a un grupo de prostitutas rusas. A pesar de que muchos de ellos dilapidan astronómicas fortunas, pocos chinos se levantan de las mesas de juego para ahogar sus penas en el alcohol. «Sólo beben té y su única obsesión es el juego; ni siquiera miran a las chicas ni a la banda de música que toca en el escenario», se encoge de hombros uno de los aburridos camareros.
Tanto el Sands como el Wynn han intentado dar a los casinos de Macao un «toque Las Vegas», incorporando bares, espectáculos musicales, restaurantes y tiendas de marcas lujosas. Pero en el legendario Casino Lisboa, cuya moqueta sobre el suelo acumula polvo desde hace varias décadas, todo es juego puro y duro.
Con un estilo setentero atractivo y decadente, sus laberínticos pasillos recorren infinidad de pequeños salones donde las apuestas van desde los 10 hasta los 8.000 euros, y a veces se disparan hasta los 150.000. En las mesas VIP, ricachones chinos tan forrados como poco glamourosos beben té en cutres vasos de plástico mientras sobre la mesa se amontonan fichas por valor de hasta 30.000 euros.
La mayoría son adinerados hombres de negocios, algunos de los cuales tienen, por cortesía de la zona VIP, un Rolls Royce esperándole en la puerta para llevarlos de vuelta su hotel una vez que han sido desplumados.
También acuden aquí trabajadoras de fábricas como Xiao Yanling, que arriesga sus exiguos ahorros en la ruleta. «He perdido 2.000 yuanes (200 euros)», explica la mujer, a la que un autobús gratuito ha traído desde la frontera con China hasta el casino.
Al lado de este edificio ya obsoleto se levanta el Gran Casino Lisboa, con el que el veterano magnate Stanley Ho intenta adaptarse a los nuevos tiempos. Con forma de flor de loto, la torre que albergará su hotel aún sigue en construcción, pero a sus pies ya funciona a pleno rendimiento la enorme pecera de colores donde se ubica el casino. Mientras en su interior miles de chinos se juegan los cuartos, las luces de la fachada van cambiando y dibujando caracteres y números de la suerte para atraer a los clientes.
Porque al final, y por muchas vueltas que dé la ruleta, la banca siempre gana en Macao.
Fuente: eldiariomontanes
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